Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Hace cosa de de una semana y poco más, Mike Ibáñez, francotirador de pro, se despachaba una frase que, a buen seguro, debería tatuarse en la frente todo joven que se pretenda escribidor, de modo tal que su lectura fuese obligatoria cada día cuando se mira al espejo: “[…] ya era hora de que la literatura de aquí evitara la caspa progre y el puto costumbrismo de los cojones, conceptos que no sé si invitan tanto a leer como a golpearse la cabeza contra un semáforo”. Esto se lo decía a Jordi Costa, quién, en un estupendo artículo para el El País, se centraba en articular una serie de obras que pueblan el panorama editorial español que tienen como principal punto en común el Apocalipsis. Cuatro obras que lo abordan desde perspectivas tan diferentes que no es posible hablar de generación. Un logro, vamos, sobre todo en un continente que suele funcionar como fantástico generador de códices conceptuales inexistentes a fin de publicitar a una serie de autores . Ahora, supongo, ustedes se preguntarán, ¿Qué tienen que ver los tebeos con las absurdas cuestiones que urde un grupo editorial?
Por el otro, Sattouf logra codificar el humor que a ratos se manifiesta sólo de manera tosca y gruesa, recurriendo a la caricatura como principal resorte cómico, a fin de ubicarlo en un ámbito muchísimo más críptico del que sale victorioso. El tío va y convoca a la noción de normalidad al tiempo que ejecuta la punchline desde la visión del lector (!). En serio. Me explico: La mecánica del humor que, a razón de ocho viñetas por página, exuda Sattouf, se resuelve en la noción del lector de según que situaciones — la mayoría de las cuales resultan sumamente familiares —, evocando los hechos libres de cualquier juicio por parte del autor, mientras permiten la revisión de los mismos, el por qué deberíamos reirnos o no, de una situación u otra, en base a dos constantes: la corrección política y la distancia irónica. La vida secreta de los jóvenes es, entonces, una anomalía porque demuestra que es necesario tomar partido y admitir que sí, que la única perspectiva posible para retratar y relatar el costumbrismo, a fin de mantenernos alejados de los semáforos, es el humor. Y, cuidadín, que nadie ha dicho que el humor sea sólo aquel que se disfruta con mandíbula batiente.