Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Es así, con la meditación acerca de los dones como pilar fundamental en el relato, que la obra deja de responder a lo que su autor, Antonio Altarriba Órdoñez, quería desarrollar: unas memorias de un padre que se quitó un 4 de mayo de 2001 y que, más allá del carácter ficcional, vivió en carne propia la historia reciente de España al tiempo que buscaba y luchaba por un ideal digno en una época donde no había lugar para monsergas pero si para la camaradería y la búsqueda de un bien común. Un mundo sin fronteras, pensaba un joven Antonio que no sabía ni leer ni escribir pero que vio que la única consigna podía ser ”¡Abajo los muros!” y bajo esa consigna vive, lejos de casa para siempre, al tiempo que se relaciona con todos los estratos sociales y casi todas las categorías intelectuales. Luego, por esto de vivir sin pausa, se va para Francia y al cabo de un tiempo vuelve para encontrar la ciudad, que era el único horizonte de su niñez, enmarañada de nuevas instituciones, como lo son la querida y el estraperlo, y donde contrae un matrimonio triste y gris cuyo fruto es el Antonio que evoca estos recuerdos como parte indivisible de su padre y pura esencia presencial.
Ahora lo suyo es asumir que este tebeo es magnífico, que lo es, y que no hay pero que valga. Quizá porque se elabora bajo un registro emocional inimputable o, quizá, en el mejor de los casos, porque se publica en un momento donde la única directriz en la cultura española es la no discusión. Atención: no se trata de que no haya obras con la guerra de civil y/o el franquismo como telón de fondo, que de eso vamos servidos, se trata de como en un paisaje caótico hay obras que funcionan como motor para la reflexión, la que nos convoca es una de ellas, y otras que no. Y aunque exagere, que lo hago, dará igual porque tal y como está el patio, si se premia lo de Altarriba Órdoñez y Kim como corresponde, que es reconocerlos como autores de una obra que abre fronteras respecto al paisaje cultural, nos pillará varios metros bajo tierra porque esto es cosa de tiempo y no de galardones. Cosas de la cultura popular y sus fracciones, hay que joderse. Antonio Altarriba Ordóñez, por cierto, sabe de esto: conoce el funcionamiento de esas fracciones y reconoce que las jerarquías artísticas según altura y no en cuanto a capacidades expresivas y contextuales están caducas, y eso se ve en este tebeo que ha que ha modelado en función del duelo y que, por más amargo que suene y por más gloria estética que lo vista, poco tiene de esperanzador y si mucho de libertario. Aunque suene injustificadamente melodramático: un hombre de bien salta al abismo cuando toca, ni antes ni después, y, ya puestos, a ver quién es el guapo que le planta cara a un tío decidido.
El caso, y perdonen que de cuenta de esto a estas alturas, es que todo lo que he dicho se podría resumir así ”En El Arte de Volar se nos retrata la vida de Antonio Altarriba Lope (un hombre que come, ríe, folla, duerme y trabaja) y se nos muestra la muerte y probidad de un hombre bueno y valiente”. Y que valga la redundancia, sí.
2010-01-19 19:22
Bravo. Imposible explicarlo mejor.
2010-01-19 21:28
Después de leer esto, no queda otra que comprarlo. Son muy sugerentes, rigurosos y coherentes tus análisis.