Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
La actualidad del tebeo, el análisis de su forma y la historiografía de su fondo, se parece muchísimo a la crisis que en otras disciplinas ha tenido lugar gracias a la divergencia en cuanto a la validez de diversos soportes y las buenas maneras respecto a los mismos. La mayoría de las veces esa crisis tenía que ver, más que nada, con lo nuevo, pero eso no es, al menos no exactamente, lo que nos convoca. El hecho de que la historieta sea un medio que ha nacido con una función, que está entre el entretener y el hacer caja gracias al target infantil, impide compararlo directamente con medios como la novela, por poner un ejemplo, ya que esta última es un medio que es casi un error de cálculo o una mera variación y delimitación de la nomenclatura propia de la literatura. Y ya, no hay más. Así, el intento vano de fusionar los baremos que establecen la filología y la estética al momento de acercarse, respectivamente, a las obras literarias y a las plásticas son, a la vez que abstrusos al momento de hablar de productos que nacen con una función netamente pop, de una pesantez que, mira tú por donde, provocan un distanciamiento por parte de los fans. Un alejamiento que tiene que ver más con las ganas explícitas de un grupo determinado por establecerse en una parcelita amable y respetable que con explotar y reconocer los motores del medio, su función como soporte y su, vaya, capacidad innegable como ente subversivo.
En suma, por un lado tenemos la falta de distancia irónica por parte de algunos autores y analistas que viven en un sindios teórico producto de una búsqueda de respetabilidad que tiene menos que ver con el medio en sí mismo que con una justificación ante unos progenitores que alegan por unos hijos con una vida de logros académicos y laborales a los cuales poder echar mano para fardar ante los colegas y, por el otro, a una serie de autores y analistas que se han rendido a un mercantilismo sin ton ni son, que hacen lo que les pongan como propuesta a fin de dar con las tres comidas diarias que todo currito merece o debiera merecer. No parece existir una posición intermedia en la que el medio se alimente de otros factores, no hay, por decirlo de alguna manera, una posición ante la teoría y la práctica que exude vida por los cuatro costados y que nos de las alegrías que han sabido regalarnos gente como Vázquez, Chris Ware o, ya llegando al extremo, Jack Cole. Dicho de otra manera, esto va, para variar, de autobiografias, de como se configuran en cuanto a un medio que no ha logrado acertar en cuanto a sus aspectos teóricos y sus neuras, al menos no en cuanto a una generalidad.
Si el uniforme mundo de la autobiografia tebeística, así como la nada absoluta que evoca el sentimentalismo absurdo y la necesidad de dotar al papel acumulado de una noción de patrimonio o de meditación de los dones, resulta obviable al momento de dedicarle unas palabras a la labor del profesional del mundo de los tebeos, la labor de Blutch, nacido Christian Hincker, en su falsa biografía que lleva por nombre Blotch, es, sin lugar a dudas, un paso adelante en una época que de tanta paja y tanta hostia merece una fecha de caducidad cercana; por el bien del formato y el bien de los lectores.
Es Blotch un tebeo protagonizado por un autor de tiras cómicas que funciona y se realiza en cuanto a su ego, a su ridícula realización profesional y a su incapacidad de funcionar de manera acorde a los tiempos que retrata, que no son otros que los de la primavera de las vanguardias del paris de recién comenzado Siglo XX. Un personaje principal que de tanto exacerbo moral accede sin problemas a transgedir con soltura las leyes básicas de la convivencia, en el mundo de Blotch, el robo y la mentira son materia prima al momento de labrarse una vía profesional que le otorguen, precisamente, unas cuotas de respetabilidad que le permitan ser reconocido como un gran artista, obviando, por cierto, que lo cómico y sus retruécanos son, en sí mismos, menester de los más grandes maestros.Ilustrado con un trazo menos nerviosos que el que caracteriza al Francés, el gordo Blotch se enarbola como un Ignatius Reilly de una burguesia que, con el tiempo, entendería que en la glosa vacua y el balbuceo elegante hay más de patrimonio que en la piedra y en la sangre, que en la historia y en la leyenda, porque la épica del artista que se escribe a trazos gordos en el fardar incesante y en la glosa de batallitas que hieden a conventillo se manifiesta conocedora de que sus pasos no forman huellas pero si que consiguen copas gratis y de ahí al abuso de , porque lo que se dice buen proceder sólo puede apreciarse en un trabajo que es puro cerebro y disposición de vituperios propios de la animosidad del bajo vientre. Si la visceralidad es la moneda de cambio de una cultura que aspira a que sus testimonios sentimentales sean protagonistas de toda una producción, Blutch, el autor francés de tebeos estupendos, nos demuestra con su autobiografía inventada que todo intento por domesticar las formas en función de la respetabilidad no es, ni más ni menos, que carne de cañon para la sátira. Porque, ya puestos, no hay nada que de más risa que alguien que se toma completamente en serio.
2010-01-10 22:15
Muy buena columna. Una estupenda evolución de prosa noto (creo). Me interesa mucho la vida y los cuatro costados de Vázquez, Ware, Cole. Y autocrítica hay que hacer con los malentendidos teóricos. Me ha gustado esto:
“Un alejamiento que tiene que ver más con las ganas explícitas de un grupo determinado por establecerse en una parcelita amable y respetable que con explotar y reconocer los motores del medio, su función como soporte y su, vaya, capacidad innegable como ente subversivo.”
La distancia del fan una vez conoce sus lecturas y con pereza gira la espalda. Tal vez en el terreno intermedio pase todo. Menos la crítica. Ah, ahí su labor, querido.