Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Hace cosa de diez días fue mi santo y, como siempre, traté de esquivar las felicitaciones diciendo que soy ateo militante, que lo soy, pero mi señora tuvo a bien regalarme el Génesis de Crumb, que hace nada ha editado La Cúpula, y me tuve que callar lo del ateísmo porque yo a Crumb le sigo como si fuera un profeta, porque me parece una de las pocas personas que está mirando el presente con la agudeza que requiere. De hecho, no puedo evitar pensar que es de las pocas personas que podría pelear con Paul Krassner un segundo o tercer puesto de ese altar psicotrónico que preside Harvey Kurtzman. Perdón, con lo de altar psicotrónico me refiero a ese conjunto de personajes que, de una u otra manera, han configurado una manera de entender la cultura que en una época tan sin sal como la nuestra resulta quimera e incluso constituye un marco idílico. Pero no, no he venido aquí a comentarles por qué Crumb sí y otro no, sino que vengo aquí a decirles que Crumb ha roto el molde y ha dado con una obra sumamente atractiva tanto en lo formal como en lo otro, que es ese extraño lugar que atañe al gusto y que, curiosamente, es uno de los pocos donde está permitido no estar de acuerdo.
Recuerdo que ante el anuncio de Génesis ilustrado por Robert Crumb, hace cosa de unos años, no muchos, el público —que es, por supuesto, el exacto lugar donde me incluyo— empezó a imaginar un sátira de una buena cantidad de páginas y poco más. El mismo Crumb, siendo honestos, alimentaba esta posibilidad gracias a su obra y el modo en el que la concibe. En efecto, sus últimas entregas con lomo, daban pié a imaginar lo peor, en cuanto a material posiblemente impuro para la moral de la iglesia; más allá del hecho de que hay cosas que son inherentes a los genios y que esto de cargarse Todo con ganas y talento, con un curro y una trayectoria inimputables como soporte y/o protección ante el fanatismo, es algo que se suele llevar bastante entre la gente de bien.
Pero no, no ha sido así y, vaya por Dios, ha sido para mejor. Este Génesis que ha parido Crumb ha resultado tres o cuatro veces más subversivo de lo que se esperaba porque, precisamente, la subversión funciona como el opuesto absoluto de lo que se espera, como antítesis de las expectativas y no al revés. Uhm. Tampoco nos vayamos por esos derroteros, que aquí lo que hay que ver es lo que ha hecho el sr. Crumb, porque más allá de la novedad y de la anécdota, este proyecto titánico no sólo conlleva una responsabilidad y un desafío en su realización, porque además convoca maneras que están más allá de la concepción de una obra narrativa, en este caso de narrativa gráfica, porque la Biblia es el continente de un discurso que, en palabras de Auerbach, “pervive durante milenios, dentro de la vida del hombre europeo, en una evolución activa e incesante”.
En esta, ejem, ultimísima evolución que ha llevado acabo un Artista con mayúsculas, nos encontramos con una transcripción casi literal de las imágenes que se transmiten en el Génesis y allí, alehop, uno de los grandes méritos de ésta obra. Me explico: La biblia, los textos que la conforman, se construye en base al conjunto de la doctrina y la promesa a fin de dotar al relato de un doble sentido oculto. El caso es que la promesa, a razón de una serie de coordenadas veladas que en el Génesis, por ejemplo, evocan un Dios dubitativo, dan lugar al anhelo de interpretación. Esta última condición le otorga a la materialidad del relato una carga que, en el mejor de los casos, conduce de manera inescrutable a la volatilización del fervor personal. Y cuando digo mejor de los casos, me refiero al fervor personal que no quiere ni necesita ser transmitido; y en este punto, quizá, encontramos el mayor éxito del volumen, ya que Crumb no se permite, en ningún caso, dar pie a la doctrina, porque acota su función, escribe autor con minúsculas, y se convierte en un ilustrador de los de toda la vida. Esa tipología de ilustrador que conjuga sus altos y bajos en función de lo que pretende adaptar, que conjuga su valor en lo que se desprende de un texto sin emitir ninguna opinión. Y allí, en esa ausencia de opinión intrínseca, está la sorpresa que nos deparaba Crumb, porque al dejar que su labor como dibujante e ilustrador hable antes que sus propios y muy merecidos antecedentes da pie a un proyecto de artista que, a día de hoy, escasea como escasean los discos de 78 rpm que tanto le gustan a Crumb. Porque Crumb ha confirmado, otra vez, que bien dispuesto, lo antiguo siempre es mejor.