Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Algunas de las novedades de el recién pasado Salón del Manga nos dieron la razón, eran mierda pura, pero aquí hablaremos sólo de lo que nos hizo meditar acerca de la potencia y el bien hacer de los mangakas. Cosas, testimonios de una cultura, que nos han supuesto unos altísimos niveles de disfrute.
Hitler : La novela gráficaQué un mangaka dedicado al Yokai, un subgénero del relato fantástico que aborda a monstruos de rasgos humanos, se despache tamaña biografía de Hitler es un hecho relevante. No ya por la concepción de Hitler como tal, sino que a partir de la concepción de la caricatura como perfecto medio para comprender los entresijos del auge y la caída del hombrecito del bigote a partir de documentos históricos. Una maestría que evoca a partes iguales, capacidad narrativa y capacidad alegórica a partir del grafismo, en este volumen el maestro Mizuki demuestra que Hitler es un modelo que se puede comentar desde la risa, aún sin obviar los hechos siniestros. En definitiva, un estupendo volumen que, en cuanto a la figura histórica que usa como eje, está más cerca de la realidad que de la historia. Ya sabéis el resultado de la ecuación Tragedia+Tiempo. Lo curioso del caso, es que la clave de la comedia se centra en el personaje central. Vamos, que lo deshumaniza sin dejar de hacernos llenar la cara de Risa.
Las noches de ZipangoLa idea del horror oriental es, quizá, uno de los legados más interesantes que nos ha dejado la globalización. Y no me refiero sólo a la capacidad de los nipones para extraer el horror de los lugares que en occidente resultan sacrosantos y puros, sino que, además, me obligo a mencionar la capacidad de subvertir ciertas nociones acerca de la propia efectividad del horror. Mientras en occidente el horror con niños es usado para narrar otras cosas, mostrándolos como seres desvalidos que no son conscientes de sus actos ni de las consecuencias de los mismos, en oriente la clave parece ahondar por derroteros donde ninguna posesión infernal puede justificar nada. Los niños como la puerta de entrada a los infiernos, en el caso de Hino, es un campo de acción que nos promete y compromete en cuanto a la valía de la carga simbólica de occidente, de su historia y, sobretodo, del valor social de sus referentes religiosos. Hino, entonces, la lectura atenta de sus arquetipos y figuras, es, en rigor, una reflexión abierta de los tabúes de nuestro entorno. De ahí, quizás, que la mayoría lectora se pierda en aventuras sin chicha y en un coming-on-age descafeinado. Y no me malentiendan, que en ningún caso me cargaría la obsesión que cierta tipología de manga resume en braguitas rosas.
Una Vida Errante. Vol. 1La importancia de Tatsumi es, vaya, indudable. Y esta obra, que en una estupenda y maleable edición nos ha traído Astiberri, es una prueba de ello. Cuando la vivencia personal sirve para desentrañar los elementos de contexto, un entorno y unas maneras, la percepción de la narración en primera persona cambia. Más allá del uso de Alter egos, el genio de Tatsumi nos regala una historiografía meditada del medio en el que desenvuelve y de la época que le tocó vivir. Una obra, vaya, que deja en pañales, por poner un ejemplo, la tesis de Malas Ventas de Alex Robinson, donde un espectro de la creación gráfica busca valuarte en algo más allá que su existencia. Viva por Tatsumi, porque no todo se puede describir mediante la exposición de tiranías de mercado. Volveremos sobre ello.
Pluto (Volúmenes del 1 al 4)Juntar a dos de los más interesantes referentes del manga en una saga de aventuras centradas en la robótica es una acción que casi no tiene riesgos. Pero recordemos que así como los opuestos se atraen, los iguales se repelen y que de la suma dos grandes genios podemos obtener obras sin ningún tipo de valía. En palabras de El Sr. Ausente : “[…] Pluto es lectura imprescindible para los aficionados a la robótica. Así de pronto, y nada más empezar, ya ofrece referencias a las leyes de Asimov, poderosos guiños a Blade Runner, escenas claramente inspiradas en El silencio de los Corderos, una hermosa historia sobre los sentimientos de un androide (alrededor de la música, por cierto, casi como recordando que todo empezó con autómatas de feria) y mucha seriedad a la hora de abordar una historia, de momento un whodunit (lo habitual en Urasawa), protagonizada por inteligencias artificiales. Y encima en la última viñeta aparece Astroboy, el personaje de Tezuka y uno de los grandes iconos del pop nipón” y yo, desde esta humilde columna marciana, lo suscribo. Aunque en su momento, mediando el tercer tomo, creí que se avecinaba una catástrofe de índole estética pero no, han salido del bache como unos campeones.
Takemitsu Zamurái: El samurái que vendió su alma. Vol 1Las cualidades/capacidades gráficas que Matsumoto demostrara en su espectacular Tekkon Kinkreet están elevadas al paroxismo en este primer tomo de la historia de Sôichirô Senô, un singular rônin —un samurai sin ley— que llega a un poblado alejado de la mano de Dios o de Buda a fin de re-elaborar su génesis. Con el apoyo de un guionista singular, Issei Eifuku, Matsumoto elabora una historia de samurais que escapa, desde el planteo, de los códigos clásicos del relato de género. El hecho de que un samurai sin espada, una espada de bambú no es espada ni es ná, se rebele ante el poder que intenta imponer un ser malevo de un linaje de guerreros no evoca menos que la lucha contra sí mismo por parte de Senô, acto que a pesar de resultar artificioso no hace menos que evocar una serie de factores que nos obligan a esperar, impacientes, la segunda entrega. Qué, por todo lo expuesto, no puede menos que ser una espectacular revisión de un género donde la muerte y la violencia se vuelve desvalida por una presencia predominante. Aquí, de hecho, la violencia al ser medida y contenida, se desarrolla a, ejem, un nivel poético. Y es que no podía ser de otra manera, oiga, porque esta es épica de la buena. De esa que viene plagada de alegorías. Una gozada, literalmente.