Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Dentro del universo de cosas/motivos que te ayudan a sostener o razonar el disfrute provocado por los tebeos, uno de mis argumentos favoritos siempre ha sido la posibilidad de decir cosas con muy pocas palabras y, como un subconjunto de esta posibilidad, la capacidad de aleccionar respecto a los parámetros de belleza o moralidad hasta convertirlos en baremos netamente estéticos. De alguna manera, gracias a ese desprendimiento de los parámetros que nos inculcan en la escuela, las obras que de niños decantaron en devoción genérica son las que mejor han envejecido. Por simple devoción o porque en nuestras cabezas esperamos seguir encontrando esas sensaciones donde la noción de realidad era exactamente igual a lo que de mayores ubicamos en dimensiones que comparten la ficción o la fantasía. Lo complejo, en mi caso, es que la devoción por los géneros se termina de desarrollar con la lectura de tebeos, no antes, y cualquier intringulís estético o ideológico lo veo mejor explicado en viñetas porque son las que plantearon las preguntas o las que remarcaron las constantes que valia la pena seguir con devoción. Por eso me detengo en la obra de Fernando de Felipe, un dibujante y guionista jubilado a destiempo por motu propio o de la industria de los primeros noventa y al que, vaya, me voy dando cuenta que extraño de aquella manera porque con él aprendí lo que era el esperpento y de que manera todo lo que estaba a tu alrededor podía y puede tener forma de monstruos con terribles muecas.
Descubrí a Fernando de Felipe en la revista Comix Internacional, en su primer número de la etapa de Zinco, que recibí de contrabando en un patio de colegio donde un grupo de personas que escuchabamos a The Velvet Underground y a Pixies nos pasabamos cosas que, a nuestro juicio, eran completamente transgresoras. Virtualmente raras. Objetos de consumo que nos permitían ser completamente diferentes a nuestros coetáneos. Páginas grapadas que pasaban de mano en mano y a escondidas porque temiamos que los profesores los confudieran con pornografía. En esa época no nos valian las mallas y las capas, que ya eramos mayores, y nos decantabamos por todo aquello que a primera vista pudiera resultar molesto para los demás. Lo curioso es que hoy, con el tomo en elegante cartoné en mi estantería, cuando ya no reniego de la gente que lleva los calzoncillos por encima de los pantalones, la sensación al leer sigue siendo la misma. Sigo sintiéndo que hay más información de la que puedo llegar a absorber y, quizá por ello, lo que empieza por ser una consulta termina en una inmersión en la obra de una persona a la que, vaya, recurro siempre que la poco pertinente corrección política de nuestros días, de nuestra época, me aturde.Me pregunto, ahora que acabo de cerrar Marketing & Utopía (Ediciones Glénat, 1998), si esto no es más que nostalgia pura y dura.Creo que sí, que algo de eso hay o debe de haber. Que hasta cierto punto puede ser, que uno no sabe medir ni colocar bien estas influencias y estos factores de la pornografía personal, pero que lo de Fernando De Felipe trasciende esa necesidad púber de jugar siempre a la contra y que en cuestión de tiempo se apaga; porque a pesar de los años su obra no ha perdido un ápice y se conserva estupendamente. Incluso ante los que puedan ser sus nuevos lectores. Y ésta es, quizá, la mejor manera de posicionar a un autor, porque independiente de los análisis a los que se le quiera someter, siempre resultará vigente e importante. Aunque, claro, también está el factor humor. Un factor que escapa a cualquier plataforma de legitimización, porque funciona realizando choques cognitivos y reordenando en nuestras cabezas lo que se ubica a nuestro alrededor, porque no necesita que lo entienda El Guardián de El Sello©. Lo que nos obliga a preguntarnos si lo de la Novela Gráfica, aish, no es más un pretexto para editar tebeos aburridos o sin nada que contar. Además de lo que detallan y subrayan, claro.