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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

No hay subjetividades extrañas

Uno. Releo en modo random Asterios Polyp. No sigo ningún orden. Abro el libro al azar, leo algunas páginas y luego vuelvo a Jardiel Poncela. Sí, estoy leyendo teatro. No sólo de tebeos va a vivir uno. Lo que me asombra, por cierto, son los puntos en común. Que es, en definitiva, lo que me llevó a releer a Mazzucchelli de aquella manera. No sé si son estos pequeños recreos o qué, pero lo cierto es que algo en mi cabeza me dice que tienen algo en común, un algo que, escondido detrás de la tragedia/comedia se compone de cierta esencia que es tangible según que estadios. Evito ponerme místico o de buscar por ahí esos textos que se empeñan en rastrear en la biografia de los autores las constantes de sus obras, ni tampoco me entrego a la idea que cierta gente tiene de la poesía y creo, sí, que la vocación de artesano y las ganas de llevar al soporte hasta las últimas consecuencias convocan, en definitiva, a las obras maestras. No tengo idea si Asterios Polyp es una obra maestra, tampoco podría decir lo mismo de la obra toda de Jardiel Poncela, aunque puedo señalar, si me lo permiten, que sin lugar a dudas son obras que crecen con y en el tiempo.

Dos. Hace relativamente poco miraba la serie A bit of Fry & Laurie, una comedia de Sketches con Stephen Fry y Hugh Laurie como escritores y directores. Una maravilla, oigan. En serio. Sobretodo el segundo sketch. En el segundo Sketch se ven dos sujetos mirando fotos. Uno, Laurie, le explica al otro, Fry, todos y cada uno de los detalles de las vacaciones de manera insistente y nada contenida. Hacia el final y luego de númerosas quejas, Fry decide echar a Laurie o, más bien, al personaje sin nombre que representa Laurie a la calle. Acto seguido, Laurie acepta la invitación para luego espetar, sin inmutarse y sin sacarle los ojos de encima a Fry:

– Vale. Bien, tocas a mi hija otra vez y te hago un montaje con diapositivas. ¿Entendido?

La pregunta, teniendo en cuenta de que esto es prácticamente irrealizable a día de hoy —vale, excepto en los programas del corazón—, es: ¿Cuál es el único soporte masivo donde este tipo de humor que incomoda a las señoras sigue existiendo? ¿Eh? Y no vale decir Internet. ¿Ya lo teneís? Sí, viva, los tebeos…Vale, que me he pasado y que ha quedado chauvinista y todo. Pero no me van a negar que los tebeos son de los pocos medios, junto con la música docta, que no tienen por qué mirar hacia atrás con un amor infinito ni con nostalgia porque han seguido avanzando en función de su lenguaje y de la utilización justa de sus propias limitaciones. Algo que muy pocas plataformas populares pueden decir. Y de las artes plásticas ni hablemos.

Tres. Hay un fenómeno netamente francés que recae en la posibilidad de intelectualizar absolutamente cualquier facción de la cultura popular y ayudar, a su modo, a refundar las intenciones de según que autores. Ha pasado con Philip K. Dick y con la ciencia ficción en general, también con el Jazz y Miles Davis en particular, mal que mal le debemos a su temporada en Francia tomando tecitos con Sartre un disco tan importante como el Kind Of Blue, y también ha pasado con el tebeo. La diferencia recae, creo yo, en la seriedad con la que el fenómeno popular es tomado y como pierde, a su vez, su aura de distinción. La clave, en el siguiente videillo que, mira tú, acaba con aplausos. Cojan sus libretas y a por ello.

Cuatro. En el prólogo de El Corazón de los Árboles de Miguel B. Núñez, el excepcional agitador e historietista que lleva por nombre Paco Alcázar empieza diciendo: “Tengo la mala costumbre de leer los tebeos demasiado rápido”, luego va a por otras cosas pero no puedo evitar quedarme en esto, en la posibilidad de que la lectura dependa de lo que quiere ver o entrever el lector. De alguna manera, extraña o no, el lenguaje del cómic propone algún extra más allá del hecho de que la elaboración de imágenes delimite, a su vez, tanto el contenido como el continente del apartado texto de la cuestión o de lo que se viene a narrar. Lo que invita, siempre, a preguntarnos si la resolución de una anécdota era posible en otro medio y formato a la hora de dar con las claves que contiene una obra. Ahora, la parte compleja: ¿Por qué la crítica o comentario de cómics tiende a dejar esto de lado? o, peor, ¿por qué la crítica de los tebeos que se hace desde la plástica o desde la literatura elimina de lleno a su compañero? ¿Por simple vicio? ¿Incontención verbal? Yo voto por la pereza.

Cinco. Es complejo retratar el fenómeno de la cultura popular porque, a ratos, es necesario desprenderse de la lógica o la impostura de la diversión aunque sea la única que valga la pena. Léase esto con tono afectado. Con el tono de quién no sabe como tomarse una lectura o que no sabe lo que ha dinamitado esa lectura o, vaya, que no alcanza a verlo del todo claro. Desconozco si se puede tomar distancia del acomodar las lecturas sin lindar la arbitrariedad y presumo que el tono de afectación tiene que ver con ello. Lo suyo, en cualquier caso, es seguir leyendo en función de lo que pide el cuerpo, que también, e ir dando con las claves de continuidad conceptual que lo explican, a la larga, prácticamente todo. Sí, han leído bien. Por aquí creemos que la cultura popular explica prácticamente todo porque tiende a concentrar su época en sus productos, dando matices que la historia olvida y que las leyendas vuelven inofensivos en base a la repetición. Y sí, tendré que volver a leer Asterios Polyp, porque David Mazzucchelli es muy grande y porque, vaya, yo he venido aquí a hablar única y exclusivamente de eso y ya ven. Cosas de la verborrea y del disfrute.

Carlos Acevedo | 25 de agosto de 2009

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