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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias en que le tocó actuar

1. Siempre me ha parecido que la comedia, el humor, es uno de los géneros más plausibles a la ignorancia y no el más difícil, que es lo que viene a decir el cliché. A lo que me refiero es a que la comedia, el humor, no tiene necesidad alguna de monsergas que cuelgan de un alambre para ser más que interesante porque actua sobre el espectador en tiempo real. Aunque, claro, el hecho de que su mecánica sea tan hija de su tiempo implica que ese tiempo real corra por parte del espectador pero no dejemos que esto, una nimiedad, nos distraiga, que aquí hemos venido a hablar de Andrés Cascioli (Buenos Aires, 1936 – 2009); uno de los más grandes editores y humoristas gráficos que hayan salido de Argentina y uno de los mayores agitadores culturales de todos los tiempos. Y no bromeo, para nada.

2. Andrés Cascioli ha muerto el pasado miércoles y se ha dicho poco, muy poco y esto es una pena. Cascioli no era sólo un hombre bueno sino que además era el mejor en lo suyo y, como si esto fuera poco, era valiente. Muy valiente. Recuerdo que cuando murió Benedetti (Nota: Poeta de Izquierdas Bueno es Poeta de Izquierdas Muerto) había gente que agradecía que los poemas (pésimos) del autor uruguayo ayudaran a crear consignas en contra de la(s) dictadura(s). Cascioli, que luchó contra la dictadura ridiculizándola y sin esconderese tras un balbuceo elegante sino que con un grafismo espectacular, es acusado de Don Nadie por la misma tribu de comentaristas que llora a un sentimentaloide y en la misma tribuna. Al final va a ser que la justicia poética se refiere a eso.

3. Puedo afirmar que, más allá de lo que tienen las necrológicas, no sería la misma persona de no haber existido Cascioli. Yo aprendí a leer leyendo la revista Humor Registrado y, ya más mayorcito aunque no demasiado, aprendí de qué iban los tebeos gracias a la revista Fierro. También debo admitir que mis primeras pajas me las hice con la Sex Humor y con algún volumen de Manara editado por Ediciones de la Urraca que le robé a mi padre y mientras escribo esto me voy dando cuenta de por qué Harvey Kurtzmann me resulta desde siempre tan familiar, de por qué sus modos se me antojan reconocibles. Y pienso en De Quincey, Swift y Chesterton, en la sátira como modus vivendi, y en lo importante que es ser un estilista del insulto para remover las aquietadas aguas del costumbrismo. Ya me entienden. Ustedes cuatro, sí.

4. El término humor inteligente siempre me ha parecido reprochable por idiota y tendencioso, por ser carne de cañon de cobardes que tienen la necesidad de escudar tras algo trascendente algo tan pueril e inmediato como la risa. El humor inteligente es ese caramelito que se esconde en las obras metaliterarias, por ejemplo, y que no hace otra cosa que pervertir los mecanismos del humor por implantar una barrera invisible ante esa infinita lista de modos y maneras que no pueden acallarse desde la corrección política. Hace no mucho le comentaba a un amigo argentino que había que comprar El Jueves, una de las 10 revistas semanales más vendidas, no ya por que en sus páginas reuniera a lo más granado del humorismo gráfico de la península sino porque, además, no hay mejor forma de producir un choque cognitivo que con humor. Hoy pienso en Andrés Cascioli y sostengo que hay que comprar El Jueves (así como rescatar algunas cosas de Mad o Help! o The Realist, por decir algo) porque en algunas de sus páginas hay poesía pura en forma de viñetas. Y hace risa, sí. Y te ries mucho al tiempo que vas entendiendo el porqué de la punchline de rigor y, de pronto, detrás de la risa se esconde una porción de la verdad y, entonces, algo se mueve o explota dentro tuyo. Tildar al humor de inteligente –a usté le hablo, señora–, no es ni más ni menos que mojar la dinamita y –mire usté por donde– viene siendo hora de que las cosas exploten.

5. «Para ‘limpiar’ tanta mugre ante el mundo, la dictadura recurrió en 1978 al Mundial de Fútbol. Ese contexto significó al mismo tiempo una oportunidad: la de aprovechar el auge de nuestro deporte más popular para salir con Humor Registrado, cuyo nombre fue elegido deliberadamente para pasar desapercibido y no molestar a los cancerberos de turno. Ellos estaban prestando atención a otra cosa. Después de todo, el nombre no importaba. Lo importante eran los códigos que habíamos creado y que se reflejaban en el diseño de las portadas, en los titulares, en las secciones y en el talento de los dibujantes, guionistas y redactores que conformaban nuestro equipo. […] Nosotros, desde la pequeña trinchera de Humor, hicimos lo que estaba a nuestro alcance en aquellos tiempos duros: denunciarlos y reírnos tanto de los protagonistas de la obra como de sus guionistas. Muchos argentinos creen que nuestro trabajo valió la pena. Yo pienso lo mismo.» [1]

[1] Andrés Cascioli, Una pequeña historia

Carlos Acevedo | 30 de junio de 2009

Comentarios

  1. Alvy Singer
    2009-06-30 23:43

    Lo que más me ha gustado, aparte de la justicia de vindicar a un gran cartoonist latino que todos parecemos olvidar, es esto:

    “4. El término humor inteligente siempre me ha parecido reprochable por idiota y tendencioso, por ser carne de cañon de cobardes que tienen la necesidad de escudar tras algo trascendente algo tan pueril e inmediato como la risa. El humor inteligente es ese caramelito que se esconde en las obras metaliterarias, por ejemplo, y que no hace otra cosa que pervertir los mecanismos del humor por implantar una barrera invisible ante esa infinita lista de modos y maneras que no pueden acallarse desde la corrección política. “

    Y el humor inteligente es justamente aquél que tiene la brillante facilidad de llegar a lo más hondo, miserable, repugnante, feo, terrible y penoso de nosotros mismos. Nada que ver con ese té inglés que tanto mal ha hecho a nuestra memoria intelectual.


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