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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Toda generación, por el simple hecho de existir, está abocada al fracaso

Conocí la obra de Jorge Pérez Ruibal gracias al quinto número de Argh!, donde en dos páginas elucubraba con una soltura pocas veces vista una dimensión de lo que han tenido a mal llamar nueva carne. Ya saben, esa nueva dimensión del cuerpo y, por ende, del acto sexual que dicta o dictaba las constantes en cuanto a la mutación voluntaria o involuntaria. En estas dos páginas, una mujer succionaba por completo a un macho por su pene, luego de haberle pedido expresamente que se corriera/acabara en su boca. Este suceso, esta anécdota, que ocupa ocho de un total de doce viñetas, no sólo da una idea que podríamos emparentar fácilmente con Cronemberg sino que, además, emparenta, a su modo, al autor con la poesía de la experiencia o con la literatura de la urgencia, ese intento burdo de nomenclatura genérica que se ubica precisamente en la posición del autor para intentar desmembrar su obra. Una obra que, vaya, suele estar dictada y compuesta desde y hacia la desmesura.

El volumen Y se me presentó en forma de Bestia, editado en Perú por Ediciones Contracultura, compila y reúne distintos trabajos de Pérez-Ruibal cuya única constante es, al parecer, la urgencia y el grito, la visceralidad que tan bien le cae al usuario de fanzines y de música con guitarras con distorsión y bla ble blí, condimentando la conjunción de colaboraciones con la denuncia constante y alguna que otra paráfrasis amorosa. Dicho volumen, en general, tiene una especie de matriz general o genérica que tiene más que ver con una búsqueda estética que con la manifestación de una estética. Esto queda claro al notar que Pérez-Ruibal, sin dejar lugar a dudas, es deudor de la estética y de las maneras del underground americano, con Robert Crumb a la cabeza, lo que explicaría inclusive su inclusión en el Slice of life, recordándonos también a los exégetas de Robert Crumb como Joe Matt, sobre todo tomando en cuenta la mutación constante de la tipología del grafismo con el que Pérez-Ruibal acota su anecdotario y en el tono de las historias en las que expone con un talento bastante embriagador aventuras en su Lima natal. Aventuras sin finales felices donde las putas y los alcoholes, la fiesta, cobran la posición de eje que sólo decae, hasta casi desaparecer completamente, al aventurarse en las constantes de las relaciones familiares y la vida en pareja. Y es justo ese el momento donde —a razón del cambio de tercio— pierde fuerza y tino porque, aish, la sentencia de Rulfo se ha ampliado y a estas alturas, donde todo está a pocos pasos de la multimedialidad, la Precariedad Agropecuaria es el eje de cualquier discurso creativo y latinoamericano. Aunque supongo que a Pérez-Ruibal esto se la trae floja, porque su hablar tiene que ver con las tripas; de ahí, diría, sus febriles ilustraciones de un horror vacui muy bien llevado y sus escatológicas viñetas, porque estoy seguro que la forma de bestia no es otra cosa que el paisaje interno, su paisaje interno. Y a este respecto, tomando en cuenta la urgencia de su obra, no me queda duda alguna al admitir que tendremos que seguirle la pista.

Carlos Acevedo | 23 de junio de 2009

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