Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Decíamos que lo ñoño molaba, aún a nuestro pesar. Esto es explicable y aplicable y tiene que ver, básicamente, con la solvencia de una obra. Una obra es solvente cuando se sostiene por sí misma explorando y desarrollando Claves de Continuidad Conceptual que permitan ubicarla en un contexto. Una obra que no se sostenga en sí misma y que no sea ubicable en un contexto no es una obra, es una anécdota. Una anécdota, muchas veces, sin ninguna gracia o interés. La verdad es que no sabemos ni lo sabremos; porque el interés es una cosa variable y, sabemos, los consumidores no se equivocan. Nunca.
Ante esto, la obra de Jeffrey Brown es un poco más que una anécdota aunque recurra sólo a su propio y particular contexto para ser explicado. Quiero decir, la razón Tiempo™ en Jeffrey Brown podría ser personal e intransferible en el caso de que no quisiera transmitir nada pero eso sería poco menos que complicado, ya que las miserias tienden a ser un punto de unión entre los humanos. Sobretodo en occidente. Esto solventa la parte que se le exige de contexto a Jeffrey Brown quien, al parecer involuntariamente, nos propone una especie de costumbrismo universal, donde el detalle se manifiesta como accesorio y lo importante radica en la sensación o en el vacío que dicha sensación provoca. La sensación, casi sin lugar a dudas, sería el abandono. La exposición de las miserias propias del abandono es el tema de las obras que citabamos hace un par de semanas, repasemos: Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil o El Guardián entre el Centeno de J.D. Salinger o El Retrato del Artista Adolescente de James Joyce. Lo que pasa o sucede es que estas obras son fácilmente enmarcables en el crecimiento; van de cuasi adultos y tienen que ver con decisiones. En el caso de Joyce, el más flagrante de los citados, va de qué significa crecer y como el lenguaje que usamos y que desarrollamos nos permite adoquinar el camino que seguiremos. De alguna manera, podemos definir estas obras asociadas a la experiencia como una meditación sobre el crecimiento más que como una forma de costumbrismo y eso convoca una opción estética completamente distinta a las que evocarían, ya puestos, Mario Levrero y La Novela Luminosa, Aldo Nove y Amore Mio Infinito y, por supuesto, Alta Fidelidad de Nick Hornby. O, ejem, la propia obra de Jeffrey Brown.
Mientras que en todas las obras citadas la posibilidad de exponer y controlar las miserias correspondientes a una etapa de la vida, haciendo gravitar el eje del crecimiento —sea autoral, como en el caso de La Novela Luminosa, o biológico como en El retrato de un artista adolescente o en Amore Mio Infinito o coyuntural, debido a su distancia con la autobiografía como tal, como en Las tribulaciones del Estudiante Törless o Alta Fidelidad— hay en la segunda tanda de ejemplos una sobreexposición del fenómeno emotivo que podría sostenerse lisa y llanamente en el abandono y sus secuelas. La diferencia radica en que no hay aportaciones respecto al crecimiento sino que el todo, el corpus de la obra, se situa en la enumeración más que en la meditación de lo que nos ha entregado el crecimiento. La presencia subyacente de féminas encargadas de darle realce o tildes a cada uno de los acontecimientos compone, en rigor, una formulación del costumbrismo más parecida a la depresión post coitum o a la reminiscencia de la misma que a la reconstrucción en si misma de la reminiscencia o su trascendencia. Me explico, están más interesados en explicar en medio de que procesos la compañía o la existencia de una compañía fue coyuntural, más que en la compañía en sí misma. La necesidad de la autoparodia o la búsqueda de la misericordia en el personaje principal, aún cuando no en todos los casos se le refiera al mismo la primera persona, no hace otra cosa que poner en claro que los grandes despistes en cuanto al sentido de la vida recaen en las féminas. Lo que nos plantea serias dudas acerca de la autoría de Lost In Translation, pero eso es otro tema.
Todo parece indicar que en las novelas de principios del siglo XX los coletazos de la poesía de la experiencia de finales del XIX dejaban a la literatura reducida a un fenómeno de calado emocional. Hoy a primera hora sucede algo similiar, aunque con algún punto de diferencia; por esos años tanto la estructura del relato como su ahínco estético pasaban por recrear las reminiscencias del propio historial personal. Es decir buscaban despertar en el lector un análisis o un proyecto similar. El final de esa carrera de fondo podría ser, por ejemplo, Me Acuerdo de Georges Perec un libro sin ningún interés literario donde se exponen diferentes acontecimientos, enumerándolos a fin de crear una especie de inventario que forma parte de la memoria colectiva de un país o de una generación. Casi como Brown, casi como la quinta del tebeo autobiográfico… Volveremos sobre ello.