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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

En principio yo no tengo nada contra la claridad y la amenidad. Luego, ya veremos. (Parte 1 de 3)

Es ya un hecho que, de buscarlos, podríamos encontrar multitud de puntos en común entre los dos grandes supervillanos de la Historia™ y que todos ellos serán discutibles. Todos. Bueno, todos menos uno. En un punto, les aclaro, están completamente de acuerdo… y dice así: el Arte, como la cultura —la rama industrial del arte—, tiene que ser (por pensamiento, palabra, obra y omisión) simple, fácil y bonito. Esto para declararse como popular, ya que así su funcionalidad como continente de un mensaje claro le permite repasar y provocar el componente emocional que permita al espectador encontrar en la obra o las obras un nexo que le involucre o le inspire. Con supervillanos me refiero, obviamente, a Hitler y a Stalin.

Y con esto, sépanlo, vamos a llegar a alguna parte.

Empecemos:

‘Did I listen to pop music because I was miserable, or was I miserable because I listened to pop music?’

Sin querer el autor británico Nick Hornby propone, en una de sus novelas más bulladas, una cuestión nada menor. Propone, nada más y nada menos, el Autismo Emocional como única fuente de interés, ya sea por parte de sus protagonistas como de sus lectores. Obviamente, me refiero a Alta Fidelidad (Anagrama, Barcelona 2007) y a su versión a razón de veinticuatro cuadros por segundo protagonizada por John Cusack y dirigida por el también británico Stephen Frears. La pregunta, como pueden ver, plantea la coacción entre las afecciones de nuestro tiempo y los símbolos, mercantiles todos. Cómo se desarrollan estos en la psyque y, también, como podrían delimitarla. La importancia de las rupturas tiene que ver con medio siglo de radio donde la mayoría de las canciones, ejem, hablan de amor. La radio, su top y sus eternos One Hit Wonder define y sustenta tanto la novela de Hornby como la película de Frears.

Partiendo de esto o de eso, un medio externo que acomoda una banda sonora en principio nueva e improvisada y luego profundamente voluntaria, se podría decir que el quid de la espléndida forma de la que disfruta el tebeo Autobiográfico se deba, ni más ni menos, que a la contribución con las miserias compartidas que exponen sus autores. Las miserias, ejem, de la radio y de la música pop en general. Que este tebeo se defina como independiente, así como las nuevas baladas, nos daría más de un indicio. Da igual sí hablamos de Joe Matt, Chester Brown, Craig Thompson o Jeffrey Brown, porque el supuesto indica que en esto no hay nada más que sincronización. El por qué coinciden en sus referentes, incluso suponiendo otras cosas, indicaría que estamos en lo cierto.

A lo largo y ancho de su primera Trilogía, la muy bien llamada la trilogía de las novias conformada por Clumsy, Unlikely y AEIOU or Any Easy Intimacy; Jeffrey Brown reconstruye sus experiencias amorosas a razón de una especie de Diario de Vida ordenado por temáticas absolutamente arbitrarias y con forma de viñetas. Viñetas dibujadas de un modo, digamos, poco cuidado, optando por el primer intento (el boceto) como definitivo declarando así la ausencia de la formalidad, tanto narrativa como expresiva, como único recurso estético en función de un sentimiento y sus alrededores. Este sentimiento y sus alrededores se plantean como único hilo conductor o mensaje que intenta dar y/o otorgar ya que delimita al 100% la narración. Ayudado de un sentido del humor que roza la patología —la autoparodia llevada al límite no puede ser otra cosa que una patología— Jeffrey Brown recrea su propia intimidad sin ningún atisbo de vergüenza. ¿Es esto malo? ¿Podemos condenar a un autor por su falta de formalidad y vergüenza? Claro que no, nada de esto es condenable. Sobretodo en una época que se sostiene a sus maestros y próceres en el Gossip, en la anécdota fútil. Lo sumamente complejo es tratar de desentramar el por qué de la necesidad de este tipo de obras, de por qué darles un realce. ¿Dónde descansa el verdadero interés que evocan estas obras por parte del público masivo? ¿En la nunca bien ponderada animosidad cotilla que nos provoca? Sí, esto tiene que ver con el cotilleo y con el sentir que las emociones y las miserias que todo el mundo sufre no son simplemente eso: Miserias. No pretendo en ningún caso minar la valía de la trilogía en sí misma, por cierto, sino más bien explicar el proceso de identificación que es muy simple y muy decidor en sí mismo, pero que en su proprio accionar esconde multitud de verdades. Pero no es eso lo que nos interesa. No ahora, al menos.

En definitiva, también podríamos evidenciar sólo el ámbito cotidiano. Aish, la virgen, lo cotidiano. Lo cotidiano qué, ejem, suele resultar tan cotidiano. Ya me entienden. A lo que me refiero, someramente, es a cómo cada inmersión en la cotidianeidad puede resultar cotidiana para el lector o espectador, generando así un vínculo estrecho con la obra y el autor que, a su modo, retrata tanto sus desavenencias amorosas como las sensaciones compartidas por todos. Por ello en Jeffrey Brown los títulos de cada colección de viñetas o capítulos tienden a parecer o presentarse como vívidos para cualquier lector y de ahí el nexo con el lector espectador. El Nexo, vaya.

Lo que une, en general, a todo el Slice of Life, o la autobiografía en tebeo es el tratamiento casi naif de la ilustración, el mismo que suele recibir la construcción de los personajes en las Coming on Age Movies que de tan buen tino poblaron la cartelera y el videoclú en los ochentas. Justamente la década en la que, por unos u otros motivos, se terminaba de formular el carácter de los exponentes aquí mencionados. Historias bonitas, simples, de una amenidad a prueba de balas.

La pregunta de rigor, llegados a este punto, parece ser ¿Por qué Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil o El Guardián entre el Centeno de J.D. Salinger o El Retrato del Artista Adolescente de James Joyce no son calificadas de ñoñas y, por ende, gustan y se vuelven disfrutables incluso como imponderables estéticos? Todo parece indicar que es porque nadie las ha leído desde fuera de la obligación escolástica pero, en realidad, esto merece un tratamiento más profundo. Desde aquí y mientras dejamos el desarrollo de estas tesis para más tarde, les comentamos que sí, que muy a nuestro pesar, lo ñoño mola.

Volveremos sobre ello.

Carlos Acevedo | 17 de marzo de 2009

Comentarios

  1. la hundida
    2009-03-17 22:56

    Creo que preferimos que nos hablen de mentiras, mientras tenemos que soportar la mísera cotidianeidad. Lo que ocurre es que hasta las mejores patrañas cuentan mejor la verdad que si lo hiciera ella misma. Echas un pájaro a volar y el pájaro se queda plantado en el suelo y permanece en su sitio, a piñón fijo. Resulta que si te le acercas, el tal tiene ventanas, ascensor, más un ático con balcón. Su “ser pájaro” es sólo un recurso estético en función de sus verdes alrededores. Los buenos cómics son un desafío a todos esos pájaros que nos andan por la cabeza. Un saludo.


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