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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

La viga

Las contradicciones forman parte de nuestros sistemas de pensamiento, de creencias, de sentimientos y de comportamiento. Las reglas de la lógica no rigen nuestro interior. No somos seres racionales, ni en el sentido aristotélico, ni en ningún otro sentido; nuestro sistema personal no se basa en ningún otro sistema de formalización hasta ahora conocido; ni siquiera utilizamos formalismos de la lógica borrosa, aunque con ese nombre tan sugerente pueda inducirse a error. La mente humana no funciona como uno de estos sistemas formales, aunque hayan sido mentes humanas las que han ido elaborando los distintos sistemas lógico-matemáticos y seamos capaces de utilizarlos para el razonamiento científico y para otros tipos de razonamiento.

Podemos observar contradicciones en varios niveles: hay contradicciones entre lo que hacemos y decimos, hay contradicciones en el propio discurso del pensamiento, hay contradicciones en nuestro sistema de creencias y hay contradicciones en nuestro sistema de emociones. Pero lo más curioso es que, en la mayoría de los casos, uno mismo no tiene la sensación de contradicción, a pesar que los demás la vean de forma nítida. ¿Cómo puede pensar alguien que dos cosas son contradictorias si se dan en él?

Es cierto que hay algún tipo de contradicción de la que sí somos conscientes y normalmente son causa de sentimientos de culpa y angustia. En unos casos, porque el sistema de pensamiento es autoimpuesto, es decir, creemos que debemos pensar así, pero realmente no lo hacemos. Por eso nuestros actos no están guiados por ese autoimpuesto sistema de valores, ya que en realidad no es nuestro sistema de valores. Es una especie de contradicción puramente formal, a veces, cara a la galería. Estas contradicciones son fáciles de resolver: retorciendo el sistema de creencias autoimpuesto hasta que encaje con nuestro verdadero sistema de creencias, al que se ajusta más nuestro comportamiento, y tan a gusto.

Es muy frecuente que el sistema de valores de la religión en la que se supone que alguien cree y la conducta no tengan nada que ver. En estos casos, la religión sólo constituye un metapensamiento que permite “garantizarnos” una vida después de ésta, pero no nos creemos todo el sistema de valores que deberíamos aplicar en la terrenal. Hace poco una conocida cantante exponía el problema que para ella supuso durante un tiempo convivir con sus creencias católicas y su adicción a las compras y cómo había conseguido superarlo. Por supuesto no dejando la compra compulsiva, el método era mucho más agradable: “me sentía culpable, pero hoy por hoy pienso que las compras hacen que el mundo funcione, ya que en un mundo donde la gente no consume, la economía no avanza”. Listo.

Algo parecido ocurre con las ideas políticas, sobre todo aquellas que suponen también renunciar a la “buena vida”. Hace unos años vi en televisión un homenaje que un grupo de amigos hacía a un escritor que había muerto hacía poco y que había sido un abanderado de la causa comunista. Para recordarlo estaban haciendo una de sus cosas preferidas: una buena comida acompañada por un buen vino, de esos de precio prohibitivo para la inmensa mayoría. Uno de las comensales explicaba que cuando alguien le decía que no parecía muy propio de un comunista el nivel de vida tan alto que tenía, él replicaba que vivía de lo que escribía y no era empresario, por tanto, eso de la propiedad de los medios de producción y demás ideas que proponía Marx, a él no se le aplicaba. Listo.

En otras ocasiones, esta contradicción se da entre nuestro sistema de pensamiento racional y nuestras propias emociones, aquí la solución es mucho más difícil, porque es más complicado cambiar una emoción que un pensamiento. Y pese a que pueda parecer contraintuitivo, es más fácil que un cambio emocional produzca un cambio de pensamiento que al revés. Si bien es cierto que es un proceso de retroalimentación el que se produce, el mayor peso en el resultado cae de parte de la emoción.

Todo el que tiene una fobia lo sabe. Al principio, puede que todo el aparato mental esté puesto al servicio de ella, que uno sea capaz de dar una explicación racional de por qué uno debe sentir pánico ante una paloma o una rata (son portadoras de graves enfermedades…). Pero no es menos cierto que aún cuando uno consigue racionalmente entender y saber que eso no tiene ningún sentido, no hay manera de que la emoción o el pánico desaparezcan ante la simple visión de uno de estos animales. Sólo cuando la emoción asociada al animal desaparece, la fobia también lo hace. Siempre me hace mucha gracia el argumento de los dueños de los perros cuando se acercan a un niño y este se retira: “no hace nada”. Eso se supone, porque en caso contrario queremos creer que no iría con él por la calle, pero eso no elimina el miedo del niño.

Y un mecanismo parecido puede ser el que haga que una victima vuelva junto a su maltratador, porque a pesar de toda la información que ella tenga, en un momento de debilidad él vuelve a conseguir que su víctima tenga sentimientos agradables a su lado y vuelva a caer.

Pero las contradicciones más curiosas son las que tienen lugar dentro de un mismo discurso del pensamiento. No es extraño encontrar a personas que se oponen a la manipulación genética de alimentos por sus posibles consecuencias cancerígenas y te lo dicen tranquilamente mientras se fuman un cigarrillo, al que no aplican el discurso de las consecuencias cancerígenas. Y es que es muy difícil renunciar a lo que nos produce placer en aras de un razonamiento científico, y muy fácil cuando la renuncia la deben hacer los otros.

Este tipo de contradicciones se instalan fácilmente en los discursos de la población general, de una forma increíble, sobre todo porque nadie se atreve a decir que el emperador está desnudo. Por ejemplo, las mujeres son iguales a los hombres pero los hombres a las mujeres no. Toda virtud que haya sido tradicionalmente considerada como masculina es parte del ser humano y, por tanto, también de la mujer. Pero las virtudes tradicionalmente femeninas siguen siendo exclusivamente de la mujeres, a lo que hay que añadir que los defectos tradicionalmente masculinos lo siguen siendo sólo de los hombres. No estoy entrando en el debate de si somos iguales o no, sino de cómo un sistema de creencias tan claramente contradictorio puede forman parte de la línea general de pensamiento sin ningún problema y cómo el que se atreva a ponerlo de manifiesto será excomulgado.

Hace unos años todos pusimos el grito en el cielo porque el entonces rector de Harvard Larry Summers había hecho algún comentario sobre la supuesta menor capacidad innata de las mujeres para hacer ciencia. A los pocos días leí la repuesta del rector de la Universidad de Luxemburgo, que pedía demostraciones científicas sobre dicha afirmación, con argumentos del tipo “¿cómo valoramos la chulería, más frecuente entre los hombres, de un candidato? ¿Cómo su agresividad, su deseo de competir? ¿No nos dejamos influir por los modelos, generalmente masculinos?”, ante las que nadie dijo nada. Es decir, toda cualidad considerada tradicionalmente masculina que es vista socialmente como negativa, la damos por probada; pero toda cualidad considerada tradicionalmente masculina que es vista socialmente como positiva, la negamos. Y repito que no se trata si son ciertas o no estas ideas, pero convendréis conmigo en que algo contradictorias sí son.

¿Por qué? Porque en este tipo de debates el fondo importante no es si somos iguales o no, ni siquiera si tiene sentido esta comparación en grandes grupos (que yo creo que es el verdadero caballo de batalla), sino cómo conseguir que una injusticia social se repare. El problema es que si se hace en función de este tipo de argumentos, se corre el peligro de que alguien perciba la contradicción y de que el resultado sea el contrario del que teníamos previsto.

Pero hay un tipo de contradicción que no produce tanta extrañeza, es la que se da en el sistema de sensaciones o sentimientos y que puede formar parte de nuestra experiencia vital sin ningún problema, e incluso enriquecerla. A nuestros sentimientos sí que no se les puede ni se les debe aplicar este sistema de meta-pensamiento. Porque nuestro sistema de sensaciones y sentimientos está enraizado completamente en nuestra experiencia emocional, en nuestras vivencias desde que nacemos y ningún razonamiento de los demás puede echárnoslo abajo, por muy grande que sea la viga.

Y es que nos vamos construyendo poco a poco, con información que vamos tomando de aquí y allí, con experiencias que nos modifican pero que no caen en el vacío. Tenemos de alguna manera que ir acomodando todo lo que ya tenemos en nuestro cerebro con lo nuevo y así no hay sistema lógico-formal que encaje, pero tampoco es necesario. El problema está cuando miramos al ojo del otro y le indicamos claramente que tiene una pajita allí mismo. Porque en la mayoría de las ocasiones no es ni posible ni necesario llegar a comprender completamente al otro y a veces ni a uno mismo.

María José Hernández Lloreda | 27 de enero de 2010

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2010-01-28 01:27

    Bueno, conocí a ese escritor que citas, y en su defensa he de decir que, en su caso, lo de comer bien no era lujo sino arte, y al fin y al cabo inversión en su propio negocio ya que buena parte de su literatura está impregnada de la gastronomía. Por lo demás no era un derrochador y con el importe de un prestigioso premio se compró un coche “de segunda mano”, aunque, eso sí, era un Jaguar de película.

    Por lo demás, interesante artículo (como siempre) y mis felicitaciones por no haber nombrado ni una sola vez un término que flota en todo el texto: hipocresía.

  2. María José
    2010-01-28 12:39

    Muchas gracias, Miguel Ángel.

    Bueno, no he puesto hipocresía porque no quería hablar de eso, sino de contradicciones más profundas con las que uno vive, la hipocresía más que contradicción encierra engaño al otro.

    No quería poner los nombres, porque no quería juzgar a nadie, de hecho el fondo de mi artículo va un poco por ahí. Supongo que la defensa de lo de comer bien como un arte y una inversión para su propio negocio y lo del Jaguar de segunda (que no veas lo que gastan) es una broma. Porque aquí todo el mundo puede hacer un arte de lo que le gusta. El problema es que no puedes justificar sólo lo que a ti te viene bien, para que lo que tú haces sea presentable dentro del comunismo y lo que hacen los demás (exactamente igual) sea inmoral.


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