Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.
Siempre que se acerca la fecha del examen recibo (como me imagino que le pasará a la mayoría de los profesores) la misma súplica: “por favor, que sea fácil”, junto a la pregunta de qué les ocurrirá si suspenden todas las convocatorias. Siempre les contesto lo mismo: “pues que no deberíais conseguir el título de psicólogo”. Y para que vean que no lo digo por decir, ni porque sea muy dura y me encante suspender a los alumnos (de hecho nada produce más placer a un buen profesor que poner un examen difícil y ver que sus alumnos lo resuelven), les hago la siguiente pregunta: ¿irías o llevarías a tu hijo a un psicólogo de estos que han tardado años en acabar la carrera? Y, para que les resulte más fácil la reflexión, la personalizo: ¿de cuántos de tus compañeros te fiarías para llevar a alguien, o ir tú, a su consulta? Se ríen, claro; no se fiarían de casi ninguno.
Supongo que no tengo mucho éxito en mi intento de demostrarles por qué considero importante que alguien que va a trabajar con personas que generalmente tienen problemas importantes y buscan ayuda debe estar muy bien preparado. En ese momento, el único punto de vista con el que mirar la realidad es el de un estudiante que quiere sacarse un título y eso está por encima de cualquier otra consideración. Es comprensible.
Lo mismo nos ocurre como padres: no queremos que les pongan las cosas difíciles en el colegio, nos quejamos de que les bajará la nota si les dan mucho nivel y luego les perjudicará para poder entrar en la carrera que quieran y es que, por encima de la formación, queremos que aunque sea a trancas y barrancas al final consigan un título. Sin embargo, como usuarios somos exigentes, nos quejamos de lo malos que son los profesionales en todos los ámbitos, lo malos que son muchos de los profesores o psicólogos que se ocupan de la educación de nuestros hijos, lo que nos cuesta encontrar un buen médico… En el fondo no es más que una nueva versión de la paja en el ojo en el ajeno y la viga en el nuestro.
Pero es que la ecuación funciona así; si uno quiere que aflojen para que le dejen pasar a ellos y a sus descendientes, también pasarán todos los demás y sus descendientes, de forma que al final la solución es la que es.
Y lo más curioso es que, mirándolo desde un punto de vista egoísta, el planteamiento resulta bastante desacertado. Al final, el perjuicio que nos producen todos los malos profesionales de los que dependemos a lo largo de la vida, y en los diferentes ámbitos, no puede compensar ese pequeño engaño de que uno, o uno de los nuestros, ha conseguido estar donde no debía.
Es cierto que creo necesaria una reforma importante de la enseñanza, pero eso no justifica el que la formación deba quedarse bajo mínimos. Probablemente una reforma que de verdad vuelva a formar buenos profesionales no sería del agrado de los que protestan por la educación actual. De hecho, y este es otro de mis reproches, nunca les he oído quejarse de que les damos una formación de poco nivel y que luego el mundo laboral va a ser más exigente.
Y es que creen que todo puede ser, y no es raro que argumenten con el famoso hoax de cuán nefastos alumnos han sido los grandes genios de la humanidad, sin ir más lejos, Einstein o Newton. No voy a entrar en el análisis de lo lejos que está esto de la realidad; ningún mal alumno habría conseguido entrar en las universidades donde ellos lo hicieron, pero aún suponiendo que fuera cierto, no se puede montar un sistema educativo que no eduque porque algún genio consiguió destacar a pesar de él. Más bien sería “la excepción que confirma de la regla”, aunque ellos quieran convertirla en la “excepción que genera la regla”, en fin, por si acaso fastidiamos a algún genio, mejor no exigir nada, no nos lo vaya a reprochar luego.
2012-01-27 17:11
La expresión “la excepción que confirma de la regla” no tiene coherencia semántica y no debería ser empleada por un profesor.
2012-01-29 20:46
Claro, Sergio, aquí puedes encontrar una explicación de la expresión, estuve a punto de poner el enlace. La utilizo como un juego de palabras con el uso que da habitualmente la gente y que no deja de resultar contradictorio. Quizá no hayas cogido la ironía. Además, ten en cuenta que soy profesora de psicología y para nosotros la interpretación y el uso subjetivos son tan importantes o más que la realidad objetiva :-)
2012-01-30 00:41
Más bien sería “la excepción que confirma de la regla”, aunque ellos quieran convertirla en la “excepción que genera la regla”
Si el lector sabe que quien escribe SÍ es consciente de que “la excepción que confirma la regla” es una expresión incorrecta, ése fragmento podría interpretarse como:
“Es una falsa justificación, aunque ellos quieran utilizarlo como argumento para apoyar sus ideas”
Si el lector no tiene la certeza de que quien escribe NO es consciente de que “la excepción que confirma la regla” es una expresión incorrecta, ése fragmento puede interpretarse como:
“Es una justificación cierta, aunque ellos quieran convertirla en su argumento para justificar un sistema poco exigente”. Una contradicción que lleva a pensar que ése no es el significado.
Puesto que estoy acostumbrado a leer/escuchar esa frase sin ironía alguna, presupuse que el primero era el caso y me limité a protestar.
Gracias por la corrección y un saludo
2012-01-30 00:54
Disculpa los, al menos, dos fallos en mi comentario anterior. Ojalá lo hubiera releído antes de pulsar enviar :-)