Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.
Ya he hablado en muchos otros artículos de las relaciones entre la realidad y nuestras percepciones, no en vano es el eje central de la columna que escribo todos los meses. Y hace tiempo que quería reflexionar sobre una expresión que siempre me ha parecido muy curiosa y que tarde o temprano debería aparecer por aquí: “nuestros sentidos nos engañan”.
Si la tomamos literalmente, desde lo que ahora conocemos sobre cómo se produce el fenómeno de la percepción, podemos afirmar que esta apreciación es falsa, puesto que los sentidos son sólo el primer paso en el resultado final, ellos sólo proporcionan la información de entrada y luego en diferentes partes del cerebro se genera la percepción. Así que quizá sería más adecuado afirmar que nuestro cerebro nos engaña, pero no dejaría de ser una expresión contradictoria pues somos nuestro cerebro, de manera que estaríamos proponiendo que el cerebro se engaña a sí mismo.
Está claro que la información contenida en esta frase tan repetida tiene su parte de verdad, puesto que en ocasiones hemos podido comprobar que lo que habíamos creído ver no se correspondía con la realidad. Esto ocurre más a menudo de lo que creemos pero, por suerte, la mayoría de las veces no tiene la más mínima importancia. Aunque en realidad, la suerte no debe tener mucho que ver aquí sino más bien la evolución, ya que cualquier ilusión perceptiva que hubiera tenido graves consecuencias habría hecho del ser humano una especie poco adaptada.
Ya he explicado otras veces que la propia segmentación que hacemos de la realidad no es una tarea sencilla, que las cosas no están dadas y que incluso tenemos que aprender a percibirlas. De alguna manera nuestro cerebro hace uso de muchos de los recursos e información que tiene almacenados (bien porque los tenemos de forma innata o bien porque los hemos adquirido con la experiencia) y hace que esa tarea de percibir la realidad sea mucho más eficiente de lo que lo sería si analizara detalladamente todo lo que le viene del exterior. Procesar toda la información sería muy costoso y en la mayoría de las ocasiones supondría un esfuerzo cuyo resultado no tendría mucha utilidad.
Así que con un poco de información del exterior y con lo que ya “sabe”, nuestro cerebro construye su realidad y en la mayoría de los casos se corresponde bastante con la de fuera tal y como la concebimos los humanos. Pero a veces “falla”. Esos fallos son muy importantes para estudiar cómo funciona el cerebro: nos ayudan a saber qué hace el cerebro y por qué en estos casos “se equivoca”.
En muchas ocasiones tiene que ver con el análisis global de la imagen, en otras con la comparación con parte del contexto:
(Pasa el ratón por la imagen para ver bien el efecto)
Y en muchos casos, aunque no se sabe muy bien por qué se producen, tiene que ver necesariamente con cómo procesamos la información.