Hilario Barrero es poetay dibujante, además de columnista con Quinta Columna en Nueva York. Tiene una página personal Publica De cuerpo entero los días 7 de cada mes. De cuerpo entero dejó de actualizarse en julio de 2006.
Delgado, un árbol con raíces de barro, el ángel del miembro de oro, protegía a estas cuatro vírgenes ateas cinceladas con semen nocturno en el retablo de la muerte.
Melibicia. Remendada por Celestina llegó a ser de nuevo virgen. Llena de oros y piedras preciosas, a la débil luz de un candil se ofreció con los ojos cerrados. Se mordió el labio inferior y dio un grito falso y fingido cuando sintió la espada que la penetraba. El joven príncipe respiró hondo cuando vio la sábana manchada de rojo. En la cocina, rodeada de los criados, la vieja se emborrachaba y contaba, una vez más, las monedas que había recibido por el remiendo. Amanecía.
Dulcinicia. El cinturón de castidad se llenó de moho y los intestinos de una hierba amarilla, telarañas de oxido y orín. El se fue a la guerra y nunca volvió. El herrero del pueblo, con su poderosa herramienta, rompió la barrera protectora antes de que fuera demasiado tarde. Tenía los ovarios llenos de peces ahogados de jugo astral. Atardecía.
Delgadicia. Dicen los viejos del lugar que ya desde muy joven era así de delgada, pero resistente. Una vara de mimbre, un junco de acero, una caña de sexo mecida al viento de los hombres. Su vagina una rosa de abril que perfumaba, un diamante enfermo que cortaba, una boca de lobo que mordía, puerta abierta a llaves oxidadas, a llaves encendidas, a llaves mal fraguadas. Anochecía.
Aldoncicia. De perfil, siempre lo hacia de perfil y deprisa, un poco para calmar el ansia del guerrero que llegaba repleto de polvo y excitación. Su vientre era una cuna, su boca una pecera, sus nalgas de plomo derretido. Las arterias de leche regaban su cuerpo y cada año nacía un nuevo hijo: pechos como dos lunas rabiosas. Amanecía.
Cuatro nombres, tres máscaras, dos vientres y un rostro.