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De cuerpo entero por Hilario Barrero

Hilario Barrero es poetay dibujante, además de columnista con Quinta Columna en Nueva York. Tiene una página personal Publica De cuerpo entero los días 7 de cada mes. De cuerpo entero dejó de actualizarse en julio de 2006.

Nota final para curiosos o siete flechas plomadas

Nota final para curiosos o siete flechas plomadas
Cuando a los veinte años leyó en el periódico que había quedado finalista del Premio Adonais de Poesía (en aquel tiempo prestigiosísimo galardón) y vio su nombre impreso con autores cuyos textos son ahora estudiados, sintió que el mundo le pertenecía. Y, en su ciudad milenaria y que le ahogaba, se sintió importante. Luego recordaría, humilde y olvidado, años más tarde en Nueva York, que “la gente más intolerable son las celebridades provincianas”.
De la ciudad que le torturaba se marchó a otra ciudad mediterránea y abierta, donde fue herido por la espada del sexo y del amor. Desde entonces, su vida fue una hoguera, una continua prisa. Allí la noche fue una sábana de seda para su cuerpo enamorado, una almohada de rosas para sus huesos de agua.
Herido, cerró sus ojos a la luz de aquella ciudad luminosa, puso sus heridas en un baúl oscuro, vendió sus libros y su música (se llevó, eso sí, a Quevedo, Mahler, Cernuda y don Benito), firmó en el mar con rúbrica de gaviota y se marchó, como perro rabioso, olfateando las huellas del sexo a la ciudad caótica y babilónica. Allí se reencontró con la espada y vio cómo la Muerte le convocaba a ganar otro Premio de destrucción.
De aquella tarde gloriosa de verano (las últimas golondrinas de la noche, hiriendo con sus fugaces sombras el jardín del niño) cuando él creyó haber sido galardonado para siempre con el bisturí de la poesía, hasta el ceniciento día de invierno en que, veinticinco años más tarde, escribió un poema titulado “Poeta menor’, un ciclo terminaba. Permanecía el amor incendiando su prisa, afilando su espada de deseo, azuzando sus sentidos. Los huesos de aquel muchacho provinciano hosco y orgulloso son ahora una torpe caligrafía en el húmedo tejido del texto, un olvido en el papel de la tierra; su corazón un nido de gusanos, sus ojos dos tazones de barro y de lombrices.
Sólo pide que al morir le entierren a su lado.

Hilario Barrero | 07 de noviembre de 2005

Comentarios

  1. Craso
    2005-11-07 20:31 Bellísimo dibujo… e inquietante. Sobre todo la falta de cara, y el pene atravesado por la flecha.
  2. pini
    2005-11-14 19:54 querido hilario,
    te sigo leyendo, como siempre.
    y voy coleccionando tus escritos.

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