El 14 de cada mes, una columna sobre fenómenos mediáticos, cultura convergente, sociedad de control y otros servicios inútiles servida a modo de notas orientativas y, a poder ser, con algo de humor. Aunque los enlaces y las citas serán el auténtico grumo de este potaje, el encargado del caldo es Guillermo Zapata. Un guionista de televisión que a veces hace cortos.
Elaborar una teoría crítica de las redes se ha puesto de moda. Libros, artículos, revistas, entrevistas, figuras mediáticas y no tan mediáticas aparecen por doquier. ¿En todas partes? No, hay algunos lugares dónde la crítica a Internet no aparece o aparece poco, al contrario, hay una fascinación por la red y sus “figuras”, sus “culturas” o por aparecerse en la red.
Muy pocas veces se analiza las tecnologías a partir de sí mismas, sino como un conjunto de ideas exteriores y preconcebidas. Son análisis generalmente inútiles. Por ejemplo, la televisión como tecnología no ha sido puesta en crisis por los estudios críticos con la televisión, sino por la aparición de nuevas tecnologías y nuevas formas de relación social construidas a partir de ellas que han roto la “naturalidad” de un dispositivo y rebelado su representación artificiosa del mundo.
Internet tiene memoria y lleva ya un tiempo por aquí. Las críticas a las redes tienen una pavorosa tendencia a no preocuparse por la historicidad. Parece que no hay ninguna cronología de acontecimientos. Que las redes son como son porque sí. Una versión de los hechos que llama la atención teniendo en cuenta que la elaboran escépticos pensadores que enarbolan el pensamiento crítico y nos recuerdan que nada es natural.
Lo que me pregunto es: ¿La crítica a las redes apunta donde tiene que apuntar? Y, ¿por qué hoy tiene tanta visibilidad?
Mi hipótesis es la siguiente: estamos acercándonos a un modelo estabilizado de la red, donde antes hemos vivido modelos en evolución. La arquitectura de la red está fosilizándose, mucho más de lo que lo estaba haciendo hace 5 años. En este modelo que nos parece más “acabado” las lecturas críticas nos permiten orientarnos en el propio ecosistema nuevo y situarnos en él.
Uno de los motivos principales es que aquellos que se han preocupado de construir la red tal y como la conocemos: principalmente hackers, activistas del código, programadores, periodistas “ciudadanos”, etc. han conseguido llevar la red hasta la sociedad y, ahora, la cultura digital que tuvo que pelear porque las redes sean de una determinada manera, encuentra como los nativos digitales asumen como natural lo que no es más que el producto de un conflicto histórico.
En esa situación se producen dos circunstancias: una es el ensimismamiento de dichas culturas digitales y otra es la capacidad de producir socialidad de las grandes empresas de la red a partir de los principios puestos en marcha por dichos “arquitectos de las redes”.
El mito de la red como entidad autónoma e independiente del mundo físico (ahí está la maravillosa declaración de independencia del cyberespacio de John Perry Barlow) ha chocado con el cuerpo físico que sostiene la autonomía y la independencia y ha tenido que volver a lo analógico. La crítica a las redes se hace a veces desde un espejo inverso a este ensimismamiento, el del ensimismamiento analógico. La red no será un mundo independiente y un reino de la mente conectada. Tampoco habrá cuerpos interdependientes en comunidades cercanas sostenidas por formas de afecto exclusivamente analógicas. El Smartphone, las tablets, la realidad expandida, nos remiten a un mundo híbrido dónde la pelea está en los espacios intermedios. En las intermediaciones entre dispositivos analógicos y digitales, en las relaciones intensas e intermitentes, territorializadas y desterritorializadas. Entre las cosas.
El sueño de la red se construyó como un territorio para la libre cooperación e intercambio de ideas, las empresas identificaron en el deseo de cooperar y comunicar el sostén de un nuevo modelo económico. La tendencia al monopolio en la red es mucho mayor que en el mundo físico en las capas de la infraestructura digital de conversación. Hay millones de blogs, pero la mayoría están en Google. Hay millones de imágenes distintas subidas a la red, pero el 99% de ellas están en YouTube.
Ante esta perspectiva afrontamos un problema de arquitectura política. La crítica a la red señala tan solo el problema, a veces desde el punto de vista la propiedad, otras desde el punto de vista de la atención o la dificultad para monetizar las apuestas o el fin de la cultura “realmente” independiente, otra veces señalando la fetichización de ciertas cuestiones fundamentales como la participación, la discusión colectiva, etc.
Pero esa lectura remite casi siempre a un momento anterior que se presenta como bueno solo porque ya está cerrado. Las relaciones sociales previas a la red, los buenos viejos tiempos de la cultura mediática y de masas. Al menos, parecen decir, ahí nos ganábamos la vida y sabíamos cómo funcionaba nuestro papel de representantes y representados. Ahora vivimos un marasmo de simulacros y angustia.
Pero esas críticas, estimulantes y certeras, nos tienen que empujar a imaginar diseños institucionales y políticos nuevos, en la hibridación digital-analógico, y que piensen a partir de estos nuevos territorios. Si no, el riesgo es que la crítica se convierta en otro producto del mercado de la nostalgia, la pose crítica o la enésima excusa para justificar las propias dificultades para articular procesos sociales que, como han hecho quienes han defendido las redes libres, abiertas y democráticas, nos permitan construir mundos vivibles y dignos.