Ingredientes: 2 onzas de realidad, 1 onza de ficción, 4 gotas de ironía, 1 pizca de mala leche.
Preparación: Mezclar todos los ingredientes en el procesador de textos y servir adornado con signos de puntuación. Puede completarse con ginebra, vodka, tequila…
Tras la barra cada viernes Concha Mayo, nacida en Barcelona, escritora y fotógrafa ocasional.
Me sienta en un sillón reclinable y me pone un babero. Lleva mascarilla para no respirar sobre mi boca abierta.
-Ábrala un poco más, por favor. Eso es. Perfecto.
Tengo un haz de luz enfocando directamente a la cara y me ha puesto un tubo bajo la lengua que me está succionando hasta las ideas. Mi mandíbula está a punto de desencajarse y no sé dónde colocar la lengua.
Sus movimientos son lentos. Ha mirado el instrumental en varias ocasiones, como un conductor novel que se sienta al volante. Me dan ganas de salir corriendo. Pero temo que el aparatito que absorbe se haya enganchado a una de las venas que hay bajo mi lengua y no me atrevo a moverme. Si he de desangrarme, prefiero que no sea bajo su tutela.
-Si le duele, levante la mano.
Sí que me duele. Pienso. Pero no en la boca.
Una enfermera entra en la consulta y le llama doctor. Eso me tranquiliza en parte. Aunque se sigue asomando a mi boca abierta como si no supiera qué hacer con el torno que tiene en su mano y cuyo sonido me perturba.
-Está todo bien. -Dice tras hurgar un rato en mi dentadura. – Puede enjuagarse la boca.
-Doctor, ¿sería posible poner un empaste en otra parte del cuerpo?
Me mira incómodo. No sabe si le estoy tomando el pelo o si soy un “mistery shopper” que está evaluando sus conocimientos.
-Cada día me duele más. Estoy segura de que es una caries. Necesito un empaste urgente en el corazón o que me maten el nervio.