Ingredientes: 2 onzas de realidad, 1 onza de ficción, 4 gotas de ironía, 1 pizca de mala leche.
Preparación: Mezclar todos los ingredientes en el procesador de textos y servir adornado con signos de puntuación. Puede completarse con ginebra, vodka, tequila…
Tras la barra cada viernes Concha Mayo, nacida en Barcelona, escritora y fotógrafa ocasional.
Una enfermera pregunta el motivo de mi consulta.
-Tengo el cuello muy contracturado, me duele mucho y no lo puedo mover.
Entonces se indigna y me riñe como a una niña pequeña que ha comido más caramelos de la cuenta y le duele la barriga. Me dice que cómo se me ocurre ir de urgencias a por antiinflamatorios. Le respondo que porque es sábado y porque me duele mucho.
Luego añade:
-Hombre, ya eres mayorcita como para saber que estas cosas hay que preverlas.
Le contestaría que sí, que tiene toda la razón, soy una niña mala, mayorcita y muy mala, y merezco la ira divina por no saber predecir el momento preciso en que volveré a tener dolor de espalda. Pero le suplico clemencia y prometo no volver a quedarme sin Myolastan nunca más; necesito esa receta para no acabar en prisión por atracar farmacias o por traficar en el mercado negro.
En el centro médico no hay ningún otro paciente. Oyendo su indignación parecería que la consulta está abarrotada y que estoy colapsando el servicio con una miserable receta.
El doctor me llama. Entro rígida y con cara de pena. No lloro, porque no soy buena actriz y, en realidad, lo que siento es un cabreo monumental que puede acabar en úlcera si no dejan de abroncarme, en vez de darme remedios.
Tras comprobar que la contractura existe, extiende la receta. Le haría una reverencia como agradecimiento, pero no puedo; me duele la espalda. Opto por decir gracias y forzar una sonrisa.
Desde hace un par de días me duele el estómago.