Ingredientes: 2 onzas de realidad, 1 onza de ficción, 4 gotas de ironía, 1 pizca de mala leche.
Preparación: Mezclar todos los ingredientes en el procesador de textos y servir adornado con signos de puntuación. Puede completarse con ginebra, vodka, tequila…
Tras la barra cada viernes Concha Mayo, nacida en Barcelona, escritora y fotógrafa ocasional.
Domingo. Juan y María desayunan en silencio, como si esquivaran las palabras. Al fondo, una mujer lee la prensa.
Juan y María la miran con recelo. Al saberla sola, sienten una mezcla de vértigo y de envidia.
Juan pregunta:
-¿Te pido otro café?
-Sabes que me pone nerviosa. -Dice María.
-¿Y un descafeinado?
-No, no me gusta.
Juan regresa al silencio. Enciende un cigarrillo y observa de reojo a la mujer del fondo.
María quisiera decirle que odia el tabaco. Que está cansada de compartir su aire, su tiempo, su espacio.
Y él quisiera responderle que se ahoga, que a veces sueña con salir corriendo sin dar más explicaciones.
Pero en ambos sueños, se halla implícita la soledad. Y callan.
Más allá, Eva desayuna, sin nadie que escuche las palabras que no pronuncia. Mira de soslayo a la pareja del fondo y piensa que le gustaría compartir su café de domingo, sus palabras, sus días tan enteramente suyos.
Ocasionalmente, alguien se instala en el inhóspito lado izquierdo de su cama y ella amanece fugazmente feliz.
Pero en seguida surge el temor de la certidumbre. Sabe que corre peligro de convertirse en miembro insatisfecho de una de esas parejas que desayunan los domingos en silencio y que se esquivan la mirada por miedo a leerse entre líneas; una de esas parejas cuyos miembros la observan con recelo mientras lee la prensa.
Al verlos, siente una mezcla de vértigo y envidia.