Ingredientes: 2 onzas de realidad, 1 onza de ficción, 4 gotas de ironía, 1 pizca de mala leche.
Preparación: Mezclar todos los ingredientes en el procesador de textos y servir adornado con signos de puntuación. Puede completarse con ginebra, vodka, tequila…
Tras la barra cada viernes Concha Mayo, nacida en Barcelona, escritora y fotógrafa ocasional.
Luis Alejandro tenía un don: el de querer hacer felices a sus novias. Don, que ninguna de ellas había sabido apreciar. Por ello, aunque su corazón monógamo y triste, secretamente esperaba que la actual fuera la definitiva, la inevitable ruptura volvía a dejarle en el estante de objetos abandonados y nuevamente disponibles.
Pero con su nuevo amor, Margarita, todo iba a ser diferente. Estaba dispuesto a desempolvar el ingenio que nunca tuvo para hacerla sonreír y que no pudiera vivir sin él.
Era Sant Jordi, día de los enamorados en la ciudad donde la había conocido unos meses atrás. Tras varios tumbos poco fructíferos por algunos lugares recónditos de la geografía europea, llegó un día a Barcelona. Saltó del tren y se dispuso a tomar un café. Fue allí, tras la barra del bar de la estación, donde halló la muchacha más bella que hubiera visto en su vida.
Desde entonces, las pocas horas semanales que tenía libres, se acercaba hasta la estación a tomar el café con ella. Bueno, en realidad ella se lo hacía y él se lo tomaba y le daba conversación, intentando hallar lugares comunes entre ambos para crear un puente que le condujese hasta su corazón. Así supo de ella que había dejado su país varios meses atrás y que estaba tramitando su permiso de residencia. Él era vigilante y se jactaba de codearse con miembros importantes de las fuerzas del estado. Entre expresos y macchiatos consiguió arrancarle un número de teléfono, con la falsa promesa de ayudarla a tramitar su permiso.
Luis Alejandro sí tenía permiso. Incluso tenía un trabajo de vigilante jurado con arma y con unas jornadas que encabalgaban días y semanas de modo caprichoso; días que se le hacían más ligeros, gracias a sus fantasías con Margarita y la vida que llevarían juntos, cuando se casase con ella y tuviera una casa limpia a la que regresar y con la cena hecha.
Sant Jordi, pensó, era el día ideal para declararse. Cogió el teléfono y la llamó.
-¿Margarita?
-No, Margarita ha salido.
-¿Seguro que ha salido?
-Sí claro, no está en casa.
-¿Cómo que no está en casa? ¡Pero si eres tú!
-Perdón, ¿quién llama?
-No me engañes, esa es tu voz. Tú eres Margarita.
-Soy su hermana. A veces nos confunden la voz.
-Ah. Bueno…
¿Quién la llama?
-Llamo de la comisaría de policía. Es que estamos revisando su expediente y alguna cosa no está clara.
La hermana no se paró a pensar que los policías de comisaría no reconocen las voces de las muchachas inmigrantes a las que están investigando, pero le pudo más el susto que el sentido común.
-¡Ay! ¡no me diga agente! ¿Qué puedo yo hacer?
-Margarita debe personarse inmediatamente en nuestras dependencias.
-¡Por supuesto agente! Yo la localizo y le diré que vaya a verles de inmediato.
Luis Alejandro le dio entonces la dirección del establecimiento donde orgulloso exhibía el uniforme que creía disimulaba su abultado abdomen y la esperaría con una rosa roja.
Su compañera de trabajo, la cajera, había oído toda la conversación. Lo miró de reojo y como fémina que era, intuyó que a la muchacha, esa broma no le iba a caer en gracia, aunque viniese forrada de pétalos. Pero se abstuvo de dar una opinión que no le habían pedido, siguió escaneando artículos y anticipó ansiosa el que supuso sería el entretenimiento de la tarde.
Margarita llegó una hora más tarde. La cajera la vio aparecer con las mejillas encendidas y signos de fatiga. La identificó de inmediato, aunque nunca la había visto antes; había traspasado las puertas automáticas de modo distinto a los clientes habituales. Iba acelerada y se quedó atónita examinando el recinto donde esperaba encontrar policías uniformados y en el que sólo halló libros, licores y objetos de regalo.
Vio como su compañero, Luis Alejandro, se acercaba sonriente y rosa en mano, a la mujer que él consideraba ya su futura esposa. Vio también la expresión desencajada de Ella al verlo. Y al instante, la rosa en el suelo pisoteada con furia. Y vio el bofetón que le dio él para vengar su despecho. Y a ella que intentaba salir corriendo. Y a él que la agarraba por un brazo y de un tirón la hacía caer a sus pies.
No pudo seguir mirando. Su instinto la obligó a esconderse tras el mostrador, donde se acurrucó y contuvo el aliento.
Instantes después, oyó un disparo.
2009-04-26 05:42
Wow. Eso fue lo primero que se vino a la cabeza.
Final inesperado, que me ha dejado ‘pegado’ un momento a la pantalla del notebook.