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Cóctel del día por Concha Mayo

Ingredientes: 2 onzas de realidad, 1 onza de ficción, 4 gotas de ironía, 1 pizca de mala leche.
Preparación: Mezclar todos los ingredientes en el procesador de textos y servir adornado con signos de puntuación. Puede completarse con ginebra, vodka, tequila…
Tras la barra cada viernes Concha Mayo, nacida en Barcelona, escritora y fotógrafa ocasional.

Vida de perros

Siempre me ha sorprendido la facilidad que tienen los padres para hablarte del color y la textura de los excrementos y de los vómitos de sus retoños. Al igual que me sorprende que alguien bese a su perro en el morro, después de que éste haya olisqueado el trasero de otros canes o los restos hallados en cualquier rincón de la geografía urbana.

Quizá sea, porque no tengo hijos. Ni tampoco perro.

Cuando era pequeña creía que el infierno se hallaba apenas unos metros por debajo de las calles. Caminaba alejada de las alcantarillas por miedo a que un demonio díscolo me agarrase por los tobillos y me condenase prematuramente al fuego eterno. Temía el día del entierro de la sardina, un pobre pescado maloliente conservado en salmuera que llevábamos colgado de la punta de un palo, como si lo acabásemos de pescar. Pensaba que si hacía el hoyo muy profundo, me alcanzarían las llamas del fuego eterno y mi sardina acabaría churruscada.

Asadas o no, supongo que los gatos del vecindario se ponían las botas tras nuestra marcha.

Desconozco si los niños de hoy siguen realizando ese ritual. Me cuesta imaginarlos encontrando un pedazo de terreno virgen en el que cavar un hoyo sin encontrar colillas o excrementos de perro (en el mejor de los casos).

Me gustaría tener perro, pero no me lo imagino solo en casa todas las horas que yo paso ausente. Y tampoco creo que mi empresa viera con buenos ojos que lo sentase junto a mi silla y que cada par de horitas lo llevase de paseo, mientras yo aprovecho para airearme un poco y relajar la vista de tanto ordenador.

Pero el mayor inconveniente que le veo es contemplarlo mientras acaba de hacer sus necesidades en cualquier parte y recoger sus restos biológicos.

Quizá sea esa la principal razón por la que no tengo perro.

No me gustan las sardinas. Ni la salmuera. Ni traer excrementos en el zapato al regresar de un paseo. A veces pienso en la posibilidad de meter el zapato en una bolsa de plástico, acudir a una rueda de prensa y hacer un lanzamiento contra cualquier mandatario. Hay unos cuantos que se lo merecen.

Pero no me dejarían entrar. No soy periodista.

Y no ganaría para zapatos.

Concha Mayo | 13 de marzo de 2009

Comentarios

  1. la hundida
    2009-03-13 09:42

    Nuestra cultura asegura y promete el secretismo de nuestras funciones orgánicas más escatológicas, sólo compartidas en la primera infancia. Es como apuntalar el individualismo sobre el que se cimienta, por ejemplo, el funcionamiento económico en general. Pero ya el cagar ante los padres es señal de buena salud y de un estado placentero de los bebés. Y entre los dodotis y los cinco años, es frecuente ir en grupo a los retretes y “hacerse compañía” mientras uno defeca y los demás cuentan historias o incluso juegan a los cromos. Creo que en la cultura árabe también tienen otros usos, entre los cuales no utilizar papel para limpiarse el culo. El papel está proscrito y hay que limpiarse con la mano. En Alemania, cuando alguien pisa inadvertidamente una mierda con el zapato suele ser felicitado, pues trae buena suerte.

  2. ana ciurans
    2009-03-13 17:42

    querida concha, tengo hijos y he tenido perro. contrariamente a las apariencias dejarse besar por el perro es mucho mas normal que pasarse horas hablando del color de la mierda de los crios, créeme. en italia, donde vivo, las mujeres que tienen hijos se vuelven madres y ya no saben ser nada mas. podria ser interesante solo a efectos de redaccion de un tratado, pero carecen incluso de ese rigor. estupendo cocktail, volveré a leerte!
    ps. perdon por los acentos, culpa del teclado…

  3. la hundida
    2009-03-14 13:55

    Hay un video de autor que incide en este tema de forma muy artística. Es de Julián Álvarez y está colgado en la página para artistas de la Caixa. Se llama “Trina pro nobis”. Me encantaría que lo vieráis.


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