Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Beautiful Girls (Ted Demme, 1996), es una de mis debilidades, una de esas películas que no me molesto en intentar defender o argumentar, porque mi relación con ella es tan profundamente sentimental que cualquier consideración crítica queda por debajo de la pura emoción. En ese retrato amargo del peterpanismo de los treintañeros norteamericanos de clase media (quién les iba a decir que la cosa iba a ir a peor), el protagonista de la película, Timothy Hutton, vuelve a su pueblo a pasar unos días y asistir a la reunión de los diez años de su promoción del instituto. Una vez allí reencuentra a sus viejos amigos, que no han cambiado demasiado, y reflexiona sobre la posibilidad de dejar su trabajo de pianista en un club y entrar a trabajar en un bufete de abogados, es decir, de “madurar” de una vez.
Pero me voy por las ramas, que no es de la película de lo que quería hablar. He recordado Beautiful Girls porque en un momento dado Hutton habla con sus amigos de su novia, una chica estupenda con la que está pensando en casarse. En un arranque testosterónico, los amigos le preguntan por el físico de ella, y Hutton contesta: “De cara, un magnífico… siete y medio. De cuerpo un estupendo… siete y medio. Y a su personalidad le pondremos… un siete y medio”.
Siete y medio, notable, buena nota, ningún padre se quejaría. Y sin embargo deja aroma a mediocridad, a conformismo, a lo que pudo ser y no será.
La programación del Festival de Cannes, como ya apunta la crítica Nuria Vidal no pasa del siete y medio, a pesar de su aspecto de diez redondo. Miremos el cartel, que es espectacular: entre otros estarán las últimas películas de Lars Von Trier, Pedro Almodóvar, los hermanos Dardenne, Nuri Bilge Ceylan, Aki Kaurismäki, Nanni Moretti, Paolo Sorrentino, Terrence Malick, Naomi Kawase, Radu Mihaileanu, Takashi Miike o Nicolas Winding Refn. Eso sólo en concurso, que fuera de concurso están Woody Allen, Rob Marshall (con Piratas del Caribe 4, toma ya), Jodie Foster, Gus Van Sant o Kim Ki Duk, estos dos últimos en la sección paralela “Un certain regard”.
Es decir, que doce de los diecinueve candidatos a la Palma de Oro de este año son autores consagrados, monstruos del cine festivalero, todos ex ganadores de premios gordos en el mismo Cannes, en Berlín, en San Sebastián o en Venecia, apuestas seguras. Apuestas llenas de miedo a la novedad, apuestas que transforman Cannes en lo más parecido a los Oscar, aunque sea con el disfraz del cine de autor. ¿Eso es lo que se pretende de un festival, eso debe ser, una colección de nombres impolutos, un conformarse con lo conocido? ¿En qué se diferencia entonces este festival de los premios más comerciales, que buscan contentar al público que ha pasado por caja y no tienen ninguna pretensión crítica? En realidad en poca cosa: bueno sí, que los Oscar y los Globos de Oro suelen ser más sinceros en sus pretensiones.
Los festivales de cine se han caracterizado siempre por colocar a la crítica por encima de cualquier otra consideración, por sacar a la luz nombres enterrados en cinematografías difíciles, por colocar en el mapa cinematográfico mundial a autores que arriesgan y que en ese riesgo pudieron quedarse en el camino. Pero Cannes decide no acercarse al posible diez y se queda con su siete y medio, con sus autores “seguros”, con los nombres respetables. Con su aire rancio y vetusto, con su cobardía.
2011-04-20 13:16
A ver. ¿Cuándo fue Cannes un festival de cine alternativo y jóvenes promesas?
Cannes se nutre de papel couché (palabra francesa) y glamour (palabra francesa). Un escaparate de lujo tiene que tener etiquetas de marca, el diseño es secundario.
Eso de que los festivales priman la crítica y la originalidad sobre lo comercial no rige con los cuatro grandes.
2011-04-20 13:32
Pero qué razón tienes.
El otro día, preparando la columna, fui a ver el historial de la Palma de Oro a la mejor película. Quería un argumento contundente, decir algo como “¿Dónde quedó aquel festival que premió a X e Y en un ejercicio de valentía?”. Cuando llegué a 1990 lo dejé por imposible. Sí, premió a Tarantino cuando aún sólo había hecho una película, a Mike Leigh con poco background todavía y a los Dardenne cuando aún sólo habían ganado en Valladolid (o sea… ya premiados a lo grande). Pero en efecto, me quedé sin argumentos, así de triste.
Hoy por hoy Berlín es un festival mucho más atrevido y Venecia raya a veces lo marciano (lo que está muy bien), por eso creo que tu última frase no es del todo cierta ni del todo justa. Y San Sebastián tiene un historial importante de decisiones valientes (aunque últimamente lo que tiene sobre todo es poco nivel, en líneas generales). Pero lo de este año de Cannes es alucinante, es no ceder ni medio centímetro a lo no sabido.
Que luego igual gana uno de los no conocidos, pero el daño ya está hecho.
2011-04-20 22:32
Vale, igual exageré. Empero…
Estoy de acuerdo en que la Berlinale ha corregido el rumbo de unos años para acá, pero en décadas anteriores el Oso de oro parecía el oscar honorífico a una carrera.
Sí, la Mostra es más valiente al programar, pero luego los premios se los llevan los mismos. Este año, por no hacer historia, estaban entre los nominados la Coppola, Skolimowski, Aronofsy y De la Iglesia. Si juntas los trofeos de estos chicos en una estantería la hundes. Pues bien ¿cual fue el palmarés ?
Al final llego a la conclusión de que el truco está en poner una sección oficial de Dream Team y una sección alternativa donde alojar “marcianos”.
No vaya a ser que venga un marciano y tumbe a Woody Allen o a Ferreri y ya no quieran volver por aquí, con lo que nos ha costado levantar el chiringuito.
Pero bueno, volviendo a tu columna, sí, lo de Cannes ya es de timba de amigotes, y lo de poner a Piratas del Caribe en “fuera de concurso” huele a maletines.