Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Entre tanta pesadez, entre tanto otoño, tanto palo, tanta lluvia y tanta tristeza, llevo un buen rato delante de la pantalla en blanco sin saber qué contar de cine. Me he acordado de Semillas de Rencor, una película de 1995 de John Singleton, de cuando el director norteamericano iba a comerse el mundo después de una nominación al Oscar al mejor director con apenas 23 años. Una película en la que una tensión contenida durante hora y media se desata con una violencia extrema durante la media hora final.
También podría hablar de Carmina o revienta y de su inicio imponente o de su protagonista brutal o de esa María León que rebosa talento sin quererlo, como le pasa a veces a algunas actrices y a algunos actores, que la cámara los adora y punto y final. O podría hablar de Mátalos suavemente, una de las películas del año que podría funcionar perfectamente sólo con Brad Pitt y Richard Jenkins hablando dentro de un coche durante horas.
Pero hoy, que necesito ligereza y estupidez, voy a hablar de vello púbico (iba a escribir “pelos del coño” pero igual se me ofende alguien). De hecho esto es una pequeña advertencias a los padres que leen esta columna: cuando decís que vuestro retoño “es pequeño y no entiende”, aseguraos de que es cierto. Porque a veces sí que entienden, yo al menos entendí.
Corría el año 1984 o 1985 y en el vídeo comunitario —un día tenemos que hablar de los vídeos comunitarios de los ochenta— echaban La revancha de los novatos, una comedia juvenil muy de la época llena de sexo, marihuana, hemandades, capitanes del equipo de fútbol americano y animadoras. La trama era simple: un grupo de chicos “disfuncionales” encabezados por Robert Carradine y Anthony Edwards (sí, el bueno del Dr. Green en Urgencias) llegaban a su primer año de universidad y eran rechazados por todos por ser raros, frikis, torpes… en fin, novatos. A lo largo de ese año lograrán sobreponerse a los malos tratos por parte de las hermandades más populares y salir triunfantes en el festival de fin de curso.
Para lograr ser admitidos por una hermandad —la “Lambda, Lambda, Lambda”— y como venganza por una jugarreta anterior, los novatos se cuelan en la casa hermandad de las rubias y hermosas “Pi Delta Pi” e instalan cámaras ocultas en dormitorios y duchas. Ahí es donde mis padres y tíos deciden firmemente mandar a mi hermano y primos mayores a la cama, que hay muchas tetas en pantalla. Quejas y protestas por parte de los preadolescentes que culminan con un dedo acusador hacia mí y un “¿Y él por qué no?”. “Porque es pequeño y no entiende”.
Uno de los personales, “Pelotilla”, dice en la película mientras todos ven el directo de las cámaras ocultas en pantalla: “¡Esas tetas están muy vistas, yo quiero ver pelo, el de abajo!”. Esa frase fue demasiado para mis padres que me mandaron también a mí a la cama, aunque no entendiese. Pero sí que entendía, vaya que sí. Bendita infancia, que te coloca como quintacolumnista donde nunca más en tu vida te dejan entrar.
2012-09-26 12:44
Como testigo y damnificado por esta anécdota, ratifico la injusticia de ese doble rasero. Que no entiende, dijeron.
2012-09-26 14:42
Aún recuerdo la vez que con 7 u 8 años vi parte de una película en la que un niño le pedía a su hermano mayor, adolescente: “hazme un dibujo de cómo se masturban las chicas”. Era la primera vez que escuchaba esa palabra, y conocía muy poco de mi cuerpo todavía… pero algo me decía que SABÍA qué era eso. Más tarde la busqué en un diccionario, a solas y muerta de vergüenza.
2012-09-26 22:54
Yo fui más de esta otra:
http://m.youtube.com/watch?v=f8nb2K7BmcE