Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Perdónenme, lectores, los seis o siete que tengo. Perdónenme por no hacer un gran texto sobre Holy Motors, aunque se lo merezca, cada vez se me da peor hacer algo parecido a crítica cinematográfica, cada vez vivo más el cine en pura primera persona, en una suerte de solipsismo del que no puedo desembarazarme. Yo les cuento la película que he visto y lo que he sentido con ella y ya ustedes veran, no me usen como guía, si es que alguno me usa de ese modo.
Perdónenme también que esta columna, la última antes del tradicional resumen del año, vaya a ser tan breve y tenga la desvergüenza de poner dos vídeos, que ocupan espacio pero no creado por mí. Y que uno de los vídeos sea musical, concretamente de la banda Beirut, concretamente de la canción Nantes, interpretada en una calle de París, con sonido no óptimo pero que cuya combinación de imágenes y música me retuerce y me emociona y me pone de pie, literalmente.
Y les traigo a Beirut y concretamente ese vídeo porque en él pensé cuando, en mitad de la película de Leos Carax su protagonista, monsieur Oscar, se toma un respiro y entra en una iglesia y agarra un acordeón. Y yo necesito levantarme en la sala de cine, aunque no puedo, para bailar o para acompañar con las palmas o para expresar de algún modo el puro goce que me está tocando vivir.
2012-12-09 18:56
Alberto, parece que compartimos cierto entusiasmo por el momento más placentero de “Holy Motors”. Una secuencia balsámica que alivia las heridas causadas por el resto de la película.