Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
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Hay muchos espectadores a los que no les gusta que les engañen en una película, es decir, que al final de la misma se descubra que en realidad hemos estado viendo toda la narración desde un punto de vista equivocado. Yo no estoy dentro de ese grupo, es más, adoro que me engañen, saboreo especialmente los relatos cuyo final me hace replantearme todo lo que he visto hasta ese momento. Me pasa siempre, soy el típico que cuando acude a un espectáculo de magia e ilusionismo nunca intenta pillar el truco, sino que deja que el mago le haga creer cualquier cosa, mientras esté bien hecha.
Entre las muchas maneras de engañar al espectador, existen varios trucos que me resultan completamente legítimos. Por ejemplo ocultar datos a través del montaje, como sucede en Memento (Christopher Nolan, 2000), donde director y montador hacen muchas veces un corte de secuencia en el momento preciso para que lo que parece una cosa resulte al final ser otra bien distinta. También puede ser una buena idea utilizar las dotes de engaño de uno de los personajes protagonistas, como el Verbal Klimt de Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995) o el tembloroso Aaron de Las dos caras de la verdad (Gregory Hoblit, 1996). Y por supuesto está la conclusión extraordinaria, la que se aparta de cualquier idea lineal o convencional y obliga a repasar la película completa para sonreir al ver que las mismas piezas podían formar dos puzzles distintos. Los casos más míticos son los de El club de la lucha (David Fincher, 1999) y el ya arquetípico caso de El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999), con esa revelación final que contorsiona y retuerce todo lo que hemos visto hasta el momento.
Sin embargo hay una gran diferencia entre el engaño y la mentira. El truco de magia me lo trago sin problemas y con bastante felicidad, pero la mentira la encajo realmente mal. Tanto que puede llegar a arruinarme toda la película, por mucho que me haya entretenido hasta que se descubre todo.
Cuando uno ve por segunda vez El sexto sentido, no puede evitar decirse todo el tiempo: “¡Pero si estaba claro que estaba muerto!”. En el primer visionado, sin conocer el final de antemano, nuestro cerebro sitúa cada una de las cosas que hace Bruce Willis dentro de los esquemas lógicos que manejamos, dentro de un “realismo” que juega a un juego propuesto al principio por el autor. El golpe de genio de la película está en utilizar nuestras suposiciones previas, nuestro “dar por sentado”, en nuestra contra. Cuando vuelves a ver la película no tienes más remedio que admitir que nunca te mintieron, sino que creíste ver lo que no era.
¿A qué me refiero entonces con “mentir”? Pues… eso lo contaré la semana que viene.
2010-04-22 10:28
Aparte de las que mencionas me encantó Unbreakable de Shyamalan, por otro lado The Prestige (El Gran Truco) me dejo con ese sabor a mentira …. ese final??? por favor!!
2010-04-28 18:00
¿Se puede considerar mentira la primera media hora de “Una mente maravillosa”?
A mí, hay una mentira de realización que me pone de los nervios, y es la falsa “cámara subjetiva”. Ejemplo, el protagonista está registrando el dormitorio de alguien sospechoso y la cámara se le acerca por detrás, lentamente, hasta su nuca… cambio de plano y allí no hay nadie.
A los que hacen esas cosas les cortaba yo las orejas a la altura del ombligo.