Buscaba por los entresijos del blog de la Gata Vagabunda una referencia sobre En construcción (2001) de José Luis Guerín que resonaba en mi cabeza, un apunte sobre la puesta en escena de la película. No he logrado encontrar la frase, probablemente porque fue dicha de viva voz y no escrita en su bitácora, pero más o menos venía a decir que en ninguno de los planos que componen las dos horas de metraje de la película hay absolutamente nada dejado al azar. Con ello no quiso decir que los objetos y personajes fuesen colocados cuidadosamente dentro de lo que encuadra la cámara, sino más bien que Guerín usa la cámara como extensión intencionada de su forma de entender la composición de las imágenes. El plano de un albañil pasando cemento sobre un ladrillo no es un simple plano con forma (albañil, paleta) y fondo (edificio) sino que la imagen funciona a distintos niveles: albañil, cemento, pintada trasera, hueco de la pared por terminar, árbol de detrás del mismo, prenda de ropa enganchada en la copa del árbol. Nada es insignificante, todo forma parte del cuadro.

La puesta en escena ha perdido mucho recorrido en el cine de las tres últimas décadas, en beneficio de la resolución de casi todo en la sala de montaje y de el perfeccionamiento de algunos elementos del espacio cinematográfico: decorados, atrezzo, efectos digitales… son elementos que decoran, enriquecen y embellecen, pero también es cierto que han perdido gran parte de su potencial semántico: los objetos del cuadro dejan de querer decir algo y el protagonismo lo sostienen a medias los intérpretes y el movimiento de cámara (dependiendo del género del filme que estemos viendo).

He revisado recientemente la maravillosa película de Terence Davies Voces distantes (Distant voices, still lives, 1988), todo un canto a la puesta en escena, que se convierte en la protagonista principal del filme. Davies filma los espacios del recuerdo como si fueran fotografías antiguas, y para ello mide milimétricamente los elementos de cada encuadre, que potencian y se recrean en la sensación de estatismo, de momento detenido en el tiempo. Distant voices es un trabajo de construcción de guión muy cuidado, de labor profunda con los actores, pero sobre todo es un trabajo de diseño de elementos, de pintura fotograma a fotograma; la composición final es un álbum de fotos en gris que pasa hojas en lugar de secuencias. [¿Recuerdan la magnífica Secretos y mentiras (Secrets & Lies, Mike Leigh, 1996)? A todos los efectos es la heredera directa de la película de Davies, dónde todo el drama se sostiene en la sucesión de secuencias con formas de instantáneas fotográficas; no en vano el protagonista masculino, interpretado por Timothy Spall, es fotógrafo.]

Otra forma de afrontar la puesta en escena es la que tiene Tom McCarthy en The station agent (2003), que ya recomendó una lectora en la última columna. La película transcurre la mayor parte del tiempo en exteriores, a diferencia de la de Davies, pero el trabajo de ubicación de elementos dentro del cuadro es similar; McCarthy coloca esos elementos al mismo plano que los estupendos protagonistas, les hace compartir importancia: la vieja caseta del apeadero de tren, la caravana de Joe, la casa de Olivia y sobre todo las vías, las viejas vías del tren que presencian toda la historia de principio a fin. El director, entonces, consigue con una rara habilidad cuidar cada detalle del fondo para permitir el brillo de sus personajes, que adquieren entidad en su relación con el entorno. Eso, que hace sesenta años se daba por descontado, no es tarea fácil en el cine de hoy.