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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Cómo se filma una ciudad

Hace unos meses hablé del corto-mediometraje que hizo Carlos Pineda donde retrataba la ciudad austríaca de Salzburgo desde una perspectiva conscientemente alejada de cualquier ojo turístico y aún más lejos de una intención promocional. Esa Salzburgo estaba construida a retales, a trozos desordenados que Pineda trató de unir con una excusa narrativa cualquiera, en este caso una supuesta entrevista a un autor de cómic. El resultado es un retrato deconstruido emocionalmente, una suma de partes subjetivas y personales que componen una ciudad narrada, y no fotografiada. Algo similar a lo que hizo José Luis Guerín con Estrasburgo en En la ciudad de Sylvia (2007), que da para hablar de ella solita mucho rato. Otro día.

Hacer una película cuyo eje central sea una ciudad siempre es una tarea peliaguda. Woody Allen se ha pasado años hablando casi siempre de Nueva York pero cuando le ha dado por hablar de Barcelona le han caído bofetones por todas partes. ¿La acusación principal? La de haber hecho una película-postal pagada por el consistorio barcelonés. Si hablamos de películas-folleto publicitario vergonzosas se me ocurren a bote pronto dos españolas encargadas por la autoridad competente para ser estrenadas en un año clave: Manuel Palacios rodó La rosa de piedra (1999) para conmemorar el año Xacobeo, una historia ridícula que servía de excusa para mostrar la capital gallega en todo su esplendor. Peor aún era Octavia (2002), de Basilio Martín Patino (hecha para Salamanca por su año como capital europea de la cultura) por el prestigio de su director, por el nivel del reparto y porque mientras que en la otra tenían el buen gusto de hacer las postales en silencio, en esta además había que aguantar unas parrafadas insoportables dichas por Miguel Ángel Solá. En ninguna de las dos películas tienen la sinceridad suficiente para hacer un simple reportaje de ánimo publicitario; en ninguna de las dos tienen interés ni capacidad de mostrar una ciudad subjetiva en lugar de una de esas cámaras de fotos de plástico en las que se ven postales por la mirilla.

En estas semanas he visto dos de las películas más diferentes que me he encontrado nunca con una ciudad como eje central. La primera de ellas fue Of time and the city (2008), del británico Terence Davies, un viaje extraño y melancólico por Liverpool partiendo de imágenes de archivo de los años 40 y 50 para llegar a la actualidad donde el director prescinde de cualquier atisbo de belleza para dibujar un paisaje desolado, ligado inextricablemente con la realidad industrial de la ciudad y con los recuerdos personales del autor, quien hace una suerte de poema visual y musical a su ciudad natal, a la que está condenado a amar a pesar de su miseria.

La otra película es My Winnipeg (2008) del canadiense Guy Maddin, un caso excepcional de violación de toda convención del género documental para crear una película inclasificable, habitante de un territorio en medio de la ciencia ficción, el documental puro y la autobiografía. Maddin hace un ejercicio de recreación de la realidad para contar la Winnipeg que vivió desde un punto de vista tan personal que introduce sus recuerdos y a su propia familia como personajes de la misma, personajes que recrean las personas que fueron, en una pirueta imposible del director.

Mucho, demasiado, habría que hablar de estas dos películas, pero en este momento lo que me interesa resaltar es esa vertiente común que comparten: la de enfocar la descripción de una ciudad desde un punto de vista que trasciende a cualquier perspectiva puramente historicista, descriptiva o incluso ficcional. Tanto Davies como Maddin abrazan un género propio, el de la autobiografía urbana, donde el acto de fotografiar, recordar, filmar y musicar una ciudad no es más que un salto hacia adelante tratando de encontrar una forma de explicarse a sí mismos, ya no sólo como creadores, sino como seres humanos.

Alberto Haj-Saleh | 26 de noviembre de 2008

Comentarios

  1. Roberto Amaba
    2008-11-26 12:57

    Hola, Alberto,

    Todavía no he visto la última de Davies, pero lo que conozco de su obra anterior me interesa mucho. Además está muy bien traída esa mezcla entre biografía y lugar, en el fondo es lo mismo, que comparte con Maddin. Distant Voices, Still Lives, tal vez sea uno de los mejores “musicales” “no clásicos” de las últimas décadas, y mira que se han puesto de moda de un tiempo a esta parte.

    Me ha hecho gracia lo de “Octavia”, es cierto, pero también es cierto que retrata tan bien el ambiente salmantino que termina por compartir su principal característica: lo rancio; y hablo desde la experiencia. Pero bueno, se lo podemos perdonar a Patino, teniendo en cuenta la cantidad de aciertos que ha tenido anteriormente.

    Un saludo.

  2. Alvy Singer
    2008-11-28 17:22

    My Winnipeg está en los canales habituales? Excelente texto, Fanshawe.

  3. Alberto
    2008-11-28 17:26

    Debería estar en esos canales donde “si no eres legal, no eres legal”, Alvy, aunque yo tuve la suerte de verla (como la de Davies) en Cineuropa, ese mes maravilloso que tenemos todos los años los que vivimos en Santiago.

    ¿Quiere que le diga una impresión personal? Apostaría a que en menos de seis meses tenemos un cofrecito de Cameo o de Intermedio con cuatro o cinco películas de Maddin, incluida esta última.


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