TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
1. Me suele gustar la literatura compleja, sensitiva y sensual, elíptica, abierta, musical, densa como adentrarse en la espesura, allá donde la maleza es tanta y tan variada que has de utilizar un machete para moverte, y donde los destellos de luz que vencen a las ramas alumbran maravillas opacas a las sombras. (La antítesis de la espesura no es el desierto, donde el espacio está lleno de incógnitas y una mota de polvo puede ocultar un universo, sino las fincas mal desbrozadas, sucias).
2. Por eso me extraña y me inquieta encontrarme con algo que, al menos aparentemente, carece del estilo y los recursos de profundidad, ritmo y sugerencia que considero necesarios, y aún así me gusta: la prosa de los Cuentos completos (Lengua de trapo, 2010) de Kjell Askildsen –en traducción de Kirsti Baggethun y Asunción– es casi siempre plana, simple, infantil incluso, torpe a veces, y se usa para contarnos nada, apenas hay argumentos, tramas, no estructura narrativa (ni planteamiento, ni nudo, ni desenlace) ni personajes memorables. Pero leerlo es una de las experiencias más desasosegantes que he experimentado con un libro y, lamentablemente, quizás la más fiel reconstrucción de las relaciones humanas a las que haya asistido.
Intentaré explicar cómo creo yo que lo consigue:
3. No hay principio ni fin, ni siquiera parcial. Asistimos a escenas que parecen arrancadas aleatoriamente de cualquier existencia: lo que vemos no es excepcional, sino habitual.
4. No hay contexto. Las escasísimas referencias (algunos nombres, alguna mención al paisaje o ciudades) apenas son significativas, carecen de peso semántico.
5. La elipsis. Y no sólo la elipsis narrativa que rompe la linealidad de la trama hurtando acciones y tiempo, sino las derivadas de un narrador silencioso, parcial, que calla casi todo cuando es heterodiegético y se reduce a una interpretación de la realidad roma y subjetiva cuando es homodiegético.
6. La sospecha como casi único y exclusivo recurso retórico, presente en casi todos los relatos: pongamos, por ejemplo (e invento ahora), que asistimos a una escena anodina en la que hermano y hermana hablan sobre la necesidad de buscar una residencia de ancianos para su madre, que ya no se vale por sí misma. Avanzado el diálogo, el hombre, narrador a un tiempo, hará un comentario en el mismo tono neutro que todos los anteriores, algo como: «Me fijé en sus pechos; turgentes y ampulosos como antaño». Nada más, pero ya está lanzada la sospecha, que casi nunca se desvelará y que crea un ambiente ligeramente sucio, incómodo, cercano.
7. Porque cercano es todo. No hay monstruos, ni asesinos, ni grandes cuestiones existenciales, sino pequeñas sospechas que reconocemos como propias, como enquistadas en nuestra memoria o nuestro entorno.
2013-02-25 14:53
Tiene usted que otorgarnos así, de vez en cuando, estas perlas de literatura, aparte de otros maravillosos artículos y reseñas.
Uno lee Construcción del desasosiego y queda prendido, como siempre, a su forma lúcida de ver el mundo y de interpretarlo literariamente.
Ni los existencialistas podían mantener la lucidez cuando escribían.
Gracias.
Ana