TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
[Utilizo el término “piratería” en el título con la intención de llamar la atención y porque términos como “compartición” son mucho menos conocidos o referenciales; pero no voy a hablar de piratería, o no al menos si asociamos esta palabra al ánimo de lucro.]
1. A mediados de los ochenta yo era un quinceañero con un Spectrum. Sólo recuerdo haber comprado un juego, el Daley Thompsons Decathlon, tras mucho ahorrar. Inmediatamente lo metí en mi casset de doble platina e hice una copia para dársela a mi amigo Evelio, que me había pasado a mí antes multitud de juegos. Su casa era un hervidero informático en el que amigos suyos y de su hermano intercambiaban casetes grabadas con las últimas novedades. Apenas se veían juegos originales, era un proceso similar al de los chistes: los tenías, pero nadie sabía exactamente de dónde había salido la primera copia. No teníamos ningún sentimiento de clandestinidad, ninguna sensación de estar haciendo algo malo, ni siquiera nuestros padres, si se enteraban, parecían darle importancia alguna.
2. Musicalmente crecí con el repertorio clásico. Era lo que escuchaba mi padre, que de vez en cuando me regalaba alguna cinta, recuerdo las sinfonías nº 40 y 41 de Mozart, o el bolero de Ravel. Mis hermanos escuchaban discos y casetes grabados de música rock, pero apenas les prestaba atención, y sí me atraían más los gustos de mi hermana mayor, Simon & Garfunkel, Serrat y canción protesta. Pero la música pop del momento y todo el movimiento de cantautores (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Aute…) me llegó en en casetes vírgenes de 90 minutos grabados aprovechando hasta el último segundo de cada cara, y casi puedo asegurar que entre esas copias y los esparcidos originales había más de seis grados de separación.
3. De libros mi casa estaba bastante bien servida, pero de nuevo gran parte de los que marcaron mi adolescencia me fueron prestados, no regalados, ni siquiera sacados de una biblioteca, sino prestados, con sus marcas, las anotaciones de otros, a veces préstamos de préstamos en un viaje odiséico en el que el volumen jamás lograba volver a su origen, perdida ya la memoria del dueño primero.
4. Aunque en algunos casos esta era la única solución posible ante la escasez económica, en otros muchos el dinero no era el problema: simplemente era un modo de compartir la cultura, un sistema de recomendaciones e influencias que iba configurando el bagaje cultural y de conocimientos en paralelo al circuito oficial.
5. Hoy, los niños y adolescentes hacen lo mismo. La única diferencia es que lo que comparten lo obtuvieron de una fuente totalmente desconocida, de alguien que, como ellos, lo obtuvo de alguien y lo deja en su disco duro para que otros se lo descarguen. La diferencia, entonces, es de cantidad, tecnológica. Por supuesto, lo hacen, como lo hicimos nosotros, sin pensar que están perjudicando a nadie o que están cometiendo algún tipo de delito (que no lo hacen: las leyes amparan una y otra vez la compartición de archivos a través de la red).
6. Así pues, la copia asociada al afán de compartir existe desde que existen los contenidos; la aparición de la imprenta y con ella de los derechos de autor tal y como hoy los contemplan las leyes vino inmediatamente acompañada de la obsesión por la protección de la producción, y de su burla. Lo que trajo internet es la vuelta parcial, como he argumentado en varias ocasiones, a una cultura oral similar a la medieval en muchas cosas. Es un cambio tecnológico que lleva asociado, se quiera o no, un cambio cultural y de producción, cambio que facilita enormemente un ansia que cada vez tengo más claro responde a un impulso natural: compartir.
7. Si compartes te quedarás ciego; delincuente, pirata. No; masturbarse es bueno. Se puede hacer con cargo de conciencia y sintiéndose sucio, o con la tranquilidad de saber que todo el mundo lo hace y es normal, y sano, y natural.
2011-12-26 00:59
Supongo que, de acuerdo con ese razonamiento, si alguien descubre digamos una cura para el cáncer, y otro alguien se apodera de su descubrimiento (incluso antes de que haya podido ponerlo a la venta) y lo distribuye, todo está bien; el primero, el descubridor, que se fastidie. O si, ya puesto a la venta, alguien empieza a reproducir el remedio de que se trate y a distribuirlo por su cuenta, lo mismo.
El autor del artículo no parece comprender, o más bien querer comprender (no es el único) que, si yo me compro un coche, compro efectivamente el coche, no el derecho a reproducirlo y empezar a distribuir las copias que así obtenga, ya que la creación de ese modelo no la he comprado, y no me pertenece. Y, si lo hago, me perseguirá la ley, y será justo, porque habré violado un derecho legítimo del creador de ese bien a distribuirlo ÉL y como desee, que para eso es suyo.
Pero esto, que parece claro cuando se trata de bienes como el coche o el remedio contra el cáncer (que tienen, o tendrían, un creador, único autorizado a decidir en esto), resulta que se oscurece (para algunos) cuando se trata de bienes culturales como libros, discos o películas. En este caso, al parecer, no hay derechos que respetar: el “instinto natural de compartir” prevalece, y es “normal, y sano, y natural” que de ellos se apodere el que quiera y pueda.
¿Y por qué no hacerlo con todos los bienes? ¿Por qué el autor no pone aquellos de que sea propietario a disposición de todo el mundo, para que se los lleve quien quiera? ¿No está contrariando con ello el “instinto natural de compartir”?
Pero no; a lo mejor soy yo quien no lo entiende, y lo que sucede es que los culturales no son bienes. Y que es justo que el creador de un nuevo remedio, o coche, o lo que sea, vea protegido el derecho que como tal le corresponde; pero el creador cultural tiene la sagrada obligación de regalar sus creaciones y vivir de otra cosa, si puede y si sabe. Y, si no, que viva de la caridad o que se muera de hambre; porque, de otro modo, iría en contra del “instinto natural de compartir”.
Pues vaya.
2011-12-26 02:10
Y yo que pensaba que eso de “esto es como un coche o una casa” ya no se utilizaba en los argumentos en esta conversación.
Pero vamos, que yo sólo quería decir que sí, que espero que si el que descubre la vacuna contra el cáncer quiere comercializarla aparezca en efecto uno que la distribuya gratis.
2011-12-26 02:41
No, oiga, esto no es como un coche o una casa; sencillamente, no es un bien, ha aparecido por milagro, y la pretensión del creador de cultura a ser dueño de aquello que escribe, graba o filma, un abuso intolerable, pues qué se había creído. Digo lo mismo de cualquiera que no ofrezca cosas tangibles, como coches o casas: ¿por qué tendría yo que pagar a un médico que me consulte, un abogado que me asesore o defienda o un profesor que me enseñe, si no me dan nada como coches o casas? Y sí, que distribuyan gratis el remedio (yo no he hablado de “vacuna”, no soy profeta) contra el cáncer, que los conocimientos y el trabajo de quien lo descubriera (que naturalmente no son coches o casas) no valen nada ni merecen pago. Pero no, que la investigación sobre el cáncer habría costado un trabajo (y lo mismo el servicio que me preste un abogado, un médico o un profesor), pero los libros se crean solos. Como las peliculas o los discos. En resumen: en esta conversación no se permiten otros “argumentos” que el de que música, cine o literatura son y deben ser gratis, porque no cuestan nada a quien los hace (¿alguien se cree ese viejo cuento chino del talento, el esfuerzo o el tiempo necesarios?), y no hay más que decir. Por lo demás, la historia es vieja: nuestro mayor escritor, Cervantes, tuvo que ser enterrado de caridad. No habría sino que volver a aquellos gloriosos tiempos. Con un poco de suerte, estamos en el buen camino.
2011-12-26 22:38
Pues eso, queda clarísimo. El remedio pal que lo pague.
2011-12-26 23:43
Visto lo que yo le digo a “Alberto” y lo que él me contesta, sólo me pregunto si el grado de ignorancia que muestra es representativo del de los que defienden el “todo gratis”.
Por si alguien un poco más lúcido que él lee esto, pregunto: 1) Si yo, digamos, escribo un libro, ¿no es de mi propiedad? Y, en ese caso, ¿por qué? 2) Si alguien se apodera de él sin mi consentimiento, ¿no me está robando? ¿Por qué? 3) Si decido comercializarlo, ¿no soy yo quien tiene derecho a fijar las condiciones, y por tanto a aceptar o no las que me propongan? ¿Por qué? 4) Si esas condiciones no son respetadas, ¿quien lo haga, no está defraudando mi derecho como creador a disponer YO
no el primero que lleguede eso que es mío? 5) Si yo voy a una tienda y me apodero de los artículos allí exhibidos sin pagar por ellos, ¿no estoy asaltando la propiedad de otro, y en consecuencia cometiendo un delito? 6) ¿Y cuál es la diferencia si lo asaltado no es una tienda, sino mi propiedad como autor, aparte de la cobardía de ser esto último, con los nuevos medios, más fácil e impune?Y pregunto todo esto porque yo no quiero criminalizar a nadie; quiero entender una actitud (la de quienes piensan, al parecer, que todo lo que hay en internet es libre y debe serlo
excepto, supongo, el contenido de una cuenta bancaria) que, sinceramente, no entiendo.Y, por favor, que no me salgan con lo de que “el modelo está obsoleto”. Lo estará tal vez, pero yo no pregunto eso; pregunto por qué los productos que obtiene un agricultor de su trabajo son suyos, y nadie puede apoderarse de ellos sin que en justicia le acusen de robo, pero los que, en mi ejemplo, un escritor obtiene del suyo no le pertenecen, sino que son y deben ser de libre disposición para todo el mundo. Por qué, en resumen, el trabajo de un agricultor (o el de un abogado, un médico o un profesor, a los que citaba antes) es algo valioso y merece respeto y una retribución justa, y el de un creador artístico, al parecer, no.
Y si me equivoco y también merece esa retribución y ese respeto, por qué el que cualquiera se apodere de él sin su consentimiento, aprovechando las facilidades de la tecnología, no le parece nada censurable a algunos. Es, simplemente (repito, y termino), que no lo entiendo.
2011-12-27 01:34
Mira, gatoflauta, no pensaba contestarte porque en tu primer comentario utilizas una táctica vieja y que impide el debate: achacarme cosas que yo no digo en mi artículo y no rebatir las que sí digo. Pero intervengo para exigirte respeto y educación: en este sitio no se insulta, sobre todo a quien se ha dirigido a ti con corrección. O te comportas o te vas a comentar a otras webs.
Saludos
2011-12-27 01:43
gatoflauta: Obviamente tienes razón en parte. Los derechos del autor han de ser respetados siempre. El problema es que las diferentes tecnologías que utilizan la red, casi desde su nacimiento, son esencialmente de libre uso y modificación y esto se ha malinterpretado.
Por otro lado, de momento, es legal intercambiar ficheros de cualquier tipo entre particulares y sin ánimo de lucro. Mientras eso sea legal serán los autores (dentro de la ley) quienes han de buscar procedimientos para evitar las supuestas infracciones a la ley de propiedad intelectual.
Que alguien me preste un libro o un fichero que lo contenga no es delito bajo los supuestos que marque la ley.
¿Es injusto? Ese es otro asunto. Las discusiones morales sobre los derechos de autor en Internet me aburren. No es posible defender esos derechos en un ámbito como la Red. A no ser, claro, que quieras un gobierno al estilo Chino. Es lo malo que tiene una Red libre, pero no te preocupes, eso tambien se acabará.
Saludos
2011-12-27 02:59
Copio literalmente, de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” (artículo 27, apartado 2):
“Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora”.
A juzgar por lo que me dice el último comunicante (cuyo talante razonable, y no descalificador por principio, agradezco), de que “no es posible defender esos derechos (los de autor) en un ámbito como la Red”, habrá que concluir que la Red puede vulnerar a su gusto los Derechos Humanos reconocidos en la Declaración, y que nadie puede intentar impedirlo, porque lo contrario requeriría “un gobierno al estilo Chino” (o sea, entiendo, una dictadura).
Y ahora, bien puede el autor del artículo (a quien agradezco el detalle de contestarme) censurar si lo desea esta nota, cosa sin duda infinitamente menos grave que ponerse la Declaración Universal de los Derechos Humanos por montera. Quien puede lo más puede lo menos, sin duda.
2011-12-27 12:56
gatoflauta: Es muy difícil argumentar si malinterpretas lo que escribo. Tambien yo puedo usar un estilo provocador. No he dicho que no deban protegerse los derechos, solo señalo que no se pueden usar éstos para “regular” la Red, no es una cuestión ética o moral sino tecnológica. Me guste o no, te guste o no
2011-12-27 13:56
Lamento haber malinterpretado lo que escribe el amigo “Cayetano” (a quien vuelvo a agradecer su disposición dialogante). Pero un derecho, el que sea, se queda en papel mojado si es una mera declaración inaplicable; los derechos están para ser ejercidos. Y es cierto, por ejemplo, que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no se aplica, en la práctica, demasiadas veces y en demasiados sitios. Pero lo que no creo es que por eso debamos dejar de defenderlos; lo deseable, entiendo, es luchar porque puedan aplicarse cada vez más y con más éxito.
Y, si esto es así, no entiendo por qué eso, que es verdad para el mundo real, no ha de serlo igualmente para el mundo virtual. Quien se hace con un libro, un disco, una película contra la voluntad de su autor y sin compensarle de ningún modo, quebranta ese derecho que la Declaración reconoce a todos; luego hacer eso está mal (en contra de lo que afirmaba el autor del artículo, según el cual hacerlo “es normal, y sano, y natural”), y lo primero que se impone es intentar, por todos los medios razonables, proteger ese derecho; no, en cambio, renunciar a su protección porque ésta sea difícil: es decir, lo mismito que ocurre con cualquier otro de los derechos recogidos en la Declaración.
Es evidente que aquí hay una parte perjudicada (los autores), y es a ella, por tanto, a la que hay que proteger. Y no sirve decir que las editoriales o las discográficas son, o pueden ser, injustas con ellos, y que por tanto todo está permitido. La diferencia (esencial) es que un autor pacta o no, según desee, con dichas empresas: es libre. Pero esa libertad desaparece cuando un internauta se apropia de su trabajo sin consultarle ni compensarle.
Si algo, como autor, es mío (¿y de quién habrá de ser un libro sino del que lo escribe?), quien se apodera de lo mío contra mi voluntad, ¿que está haciendo sino “tomar para sí lo ajeno”, que es exactamente el modo en que el diccionario de la Academia define “robar”? Ya sé que esta palabra no gusta nada (es comprensible) a quienes defienden su supuesto derecho a apoderarse libremente de todo lo que encuentren en internet. Pero la culpa no es mía, sino de la Academia. Quizá, dado que parecen ser tan abundantes, puedan obligar a la Academia a cambiar su definición, explicando que, en internet, “tomar para sí lo ajeno” no es robar, sino una admirable labor de difusión de la cultura.
Habrá que concluir que ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ni las definiciones normales de las palabras, ni lo que habitualmente se entiende por justicia (y que, ciertamente, tampoco aprueba lo de “tomar para sí lo ajeno”) son aplicables en internet: por lo que se ve, es otro mundo. Claro que quienes así piensen quizá olviden, al hacerlo, la célebre frase que se suele atribuir a Paul Éluard: “hay otros mundos, pero están en éste”.
2011-12-27 20:23
Yo no sé por qué se siguen empleando tantas falacias y tantos errores en un tema que, aunque sea complicado en los detalles jurídicos, a estas alturas ya deberían estar claros sus principios para todo el mundo.
* Quien hace descubrimientos científicos propiamente dichos, no los puede patentar, ni puede impedir su difusión (si los publica). El derecho que tiene, como cientifico, es a que se le reconozca su autoría, se le cite debidamente. Punto pelota.
* Quien elabora técnicas o procedimientos u objetos que se consideren patentables (no ciencia propiamente dicha), tiene la exclusividad de su explotación comercial durante un periodo que es en principio de veinte años. Luego pasan al dominio público.
* El plagio es una cosa, la difusión de copias respetando la autoria es otra. El derecho a que se reconozca la autoría no caduca, los derechos de explotación comercial en exclusiva de las copias sí.
* Si alguien quiere fabricar un coche partiendo de otro, y se limita a las tecnologías cuya patente expiró, digamos quiere copiar un seiscientos, resulta que está en su perfecto derecho, ahora, antes y siempre. Los fabricantes de automóviles por supuesto que se copian unos a otros (todo no es patentable, y aunque lo sea). Los particulares no copiamos coches porque no sabemos, no porque tengamos algún problema legal con ello.
* Los derechos de explotación sobre obras literarias, musicales y artísticas en general, siguen reglas diferentes de las de las patentes industriales.
* En ambos casos, no hay un derecho eterno, metafísico o fundamental a controlar el destino de lo que salió de la cabeza de uno. Hay un derecho en los terminos que diga la ley a explotar la venta de copias o un procedimiento industrial, respectivamente.
* Ese derecho establece una excepción a la difusión cultural, que por su propia naturaleza es potencialmente infinita. Como tal excepción, no es ilimitada, ni va más allá que la explotación comercial de la venta de copias. Es decir, la ley no puede prohibir que yo aprenda a tocar una música que me gusta. Si al compositor no le agrada que yo me la sepa, se tiene que aguantar. No haberla publicado.
* Puesto que es un derecho contingente que crea la ley, en sus propios términos, igualmente lo puede cambiar, regular o limitar.
* La ley de todas partes permite por ejemplo la cita, y otras excepciones no comerciales. La ley española permite expresamente la copia privada sin ánimo de lucro. Los plazos de explotación exclusiva han cambiado en abundancia. En otros tiempos eran de diez, veinte o cincuenta años. Podrían volver a serlo.
* La razón de fondo por la que no se habla de propiedad estricta y sin límites en este ámbito, a diferencia de una propiedad “de verdad” no es difícil de entender. Nadie crea nada culturalmente valioso que sea enteramente “nuevo”, sino pequeñas innovaciones o variaciones sobre el acervo artístico, tecnológico… previamente existente. Y sin que ese acervo circule, se difunda y se utilice, no existiría ningún elemento cultural en absoluto. La cultura por definición es algo común y compartido.
2011-12-27 23:22
La verdad, yo debo ser más torpe de lo que creía. Lo digo porque, después de la lectura de la detallada nota del “Anónimo cansado”, sigo tan a oscuras como antes con respecto a lo que yo preguntaba. Aclaro: se dice en el artículo que, cito literalmente, “Hoy, los niños y adolescentes [¿sólo ellos?] hacen lo mismo. La única diferencia es que lo que comparten lo obtuvieron de una fuente totalmente desconocida, de alguien que, como ellos, lo obtuvo de alguien y lo deja en su disco duro para que otros se lo descarguen. La diferencia, entonces, es de cantidad, tecnológica”.
[Respecto a ese “lo obtuvo de alguien”, sin mayores precisiones, recuerdo aquí que, por ejemplo, se ha producido recientemente la detención, en Zaragoza, de un internauta que había filtrado a la red el disco aún inédito de Madonna, o que, por otro ejemplo, la última novela de Zafón fue filtrada a la red antes de que saliera a la venta. Tales procederes, ¿son legítimos? ¿No ha de ser pues el autor, sino el primero que llegue, quien pueda decidir por su cuenta cuándo y cómo se publican sus obras? ¿Dónde queda, pues, el derecho de autoría reconocido por la Declaración Universal de Derechos Humanos y por tantas otras leyes, si, como dice el Anónimo, “la cultura por definición es algo común y compartido”?].
Y claro que los inventos o las obras cuya patente o tiempo de protección hayan caducado habrán pasado a ser de dominio público; nadie ha discutido eso, que yo sepa. Yo, en todo caso, no. Pero, ¿qué ocurre con aquellos cuyos derechos están perfectamente vigentes; más todavía, con aquellos que, como en los ejemplos que he puesto y tantos otros, han sido robados antes incluso de que se hayan difundido por medios legales?
Porque las cosas, al contrario de lo que parece suponer el autor del artículo (“lo obtuvo de alguien”), no caen del cielo; tienen un autor, propietario (como la Declaración lo dice nítidamente, y como es lógico y justo) de los derechos sobre su creación. Naturalmente que, cuando esos derechos no se vulneran porque han caducado, no hay problema. Pero ocurre que, en la inmensa mayoría de los casos, no es así.
(Y una última cosa, ésta menor: ¿de veras cree el Anónimo que “nadie crea nada culturalmente valioso que sea enteramente nuevo, sino pequeñas innovaciones o variaciones sobre el acervo artístico, tecnológico… previamente existente”? Cuando con el Quijote, por ejemplo, se crea, según la opinión general de los entendidos, la novela moderna, ¿eso sólo es una “pequeña variación” sobre lo anterior? Cuando Montaigne, con sus “Ensayos”, crea y da nombre a un género inexistente antes de él, ¿sólo propone una “pequeña variación”? ¿Y de qué, concretamente? En fin, ya digo: yo debo ser más torpe aún de lo que me creía).
2011-12-27 23:43
No te enfades, gatoflauta; he sido sarcástico, pero precisamente porque este debate ya se ha tenido mil veces y estoy tan cansado como el Anónimo, aparte de que yo veo tus respuestas y el artículo de Marcos y no encuentro casi relación entre lo que dices tú y lo que dice él. Eso no significa que sea un ignorante o que sea poco lúcido, no tienes por qué faltar.
Dicho esto, y por evitar que los comentarios sean demasiado largos, intento plantearte algunas preguntas sencillas para que me des tu respuesta sincera, si quieres: ¿te parecen bien las bibliotecas y videotecas públicas? Otra: ¿te parece bien eso que se hacía en el mundo pre-internet de que te gustaba un libro o un disco y se lo pasabas a tu amigo para que lo leyese o escuchase?
Por cierto, que yo sepa lo del chico ese de Zaragoza que fue detenido por lo de Madonna está acusado de “divulgación de secretos”. Vamos, que si el disco hubiese estado ya publicado nadie le habría detenido.
2011-12-28 00:50
No estoy enfadado, amigo Alberto. Y no pretendía faltar; lo siento.
Respecto a las bibliotecas y videotecas públicas, soy un decidido partidario de ellas (más tendría que haber), y socio de la Red de Bibliotecas Populares de Madrid, donde vivo, desde hace muchísimos años. (Aunque creo que merecería estudio la posibilidad, ya existente en distintos países europeos, de que se pague a los autores un canon en función de cada libro suyo que se preste).
Y cómo no voy a ser partidario de prestar libros o discos (últimamente un poco menos, lo reconozco: hay libros que he prestado hace varios años, y que casi he perdido la esperanza de volver a ver vivos). Pero todo ello en nada defrauda los legítimos derechos del autor.
No es el mismo caso, en mi opinión, el que aquí discutimos. Las bibliotecas o videotecas, así como los particulares que prestan libros de su propiedad, ejercen al hacerlo un igualmente legítimo derecho de préstamo. Derecho que incluye dos condiciones: la restitución del bien prestado (aunque, en el caso de los particulares y como dije, no siempre, ay, ese derecho se ejerza), y la legimitidad del derecho de quien presta. Bibliotecas y videotecas la poseen: son propietarios del bien que prestan (y además, han de ajustarse, al hacerlo, a las condiciones que sus propios reglamentos, públicamente aprobados, les marcan, y que regulan por ejemplo plazos y condiciones de devolución).
Es obvio que ninguna de estas condiciones se da en el caso de alguien que “cuelga” en internet un libro o disco; aparte de que en muchas ocasiones ni siquiera es propietario legítimo del bien, incluso en los casos en los que lo es no está “prestando” nada, sino permitiendo reproducir, sin el conocimiento ni el consentimiento de su autor, el libro o disco a quien lo desee y sepa cómo hacerlo.
No hay pues tal “préstamo”, como no lo habría si un amigo me pasa un manuscrito inédito y yo, sin su conocimiento ni consentimiento, lo publico por mi cuenta: no podría ampararme, como es obvio, en un inexistente “derecho de préstamo”.
Y es que ni en uno ni en otro caso puede ampararse quien tal haga en el derecho de préstamo: ni tiene “derecho” a hacer lo que hace (derecho que sólo podría haberle concedido el propio autor, o quien tenga en su nombre poder para ello), ni hay tal préstamo (falta la restitución, e incluso normalmente la misma posibilidad de hacerla, del bien supuestamente prestado).
No confundamos las cosas, por favor.
2011-12-28 00:56
Pero es que a eso se refiere Marcos cuando habla de que la diferencia es puramente tecnológica: no hay restitución del bien prestado porque no hay “pérdida” del bien que se presta. Te lo pondré de otro modo: si la red de bibliotecas públicas empieza a prestar libros en formato digital, ¿lo verías mal? Fíjate que hablamos de que ahora se presta en función del número de ejemplares que haya en la biblioteca que haya cerca; sin embargo con el préstamo digital una persona de una aldea de Lugo puede conseguir leer un libro que sólo tenga una biblioteca madrileña.
Dime, ¿dónde está la confusión, dónde está la diferencia? Si uno está a favor de la biblioteca como concepto, ¿cuál es la parte mala de que el acceso sea mayor, universal, virtualmente infinito? Ojo, no hablo de alguien “revendiendo” un libro que no es suyo, es decir, de alguien que saque dinero con ello.
2011-12-28 03:14
Cité, hace ya varias notas, el artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en que se declara el derecho de los autores a, vuelvo a citar, “la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autor”. En el caso de bibliotecas y videotecas esa protección se da, y está debidamente regulada por la ley. No hay tal cosa en el supuesto de que tratamos: fabricar y difundir copias sin la autorización pertinente (del autor, o de quien tenga en su nombre poder para ello), es algo que ninguna biblioteca o videoteca pública está, que yo sepa, autorizada a hacer.
Por lo demás, el que la restitución del bien prestado ni se plantee ni, aun planteándose, pudiera darse, excluye esa actuación de la definición de “préstamo”, que es (copio del DRAE) “Acción y efecto de prestar (‖ entregar algo a alguien para que lo devuelva)”. Luego si no se trata ni puede tratarse de un préstamo, conviene no darle ese nombre, en evitación de confusiones, por la misma razón por la que es recomendable no llamar “buzón” a un perro, ni “perro” a un buzón.
Claro que, en el caso de que tratamos, la confusión me parece del todo interesada: pretende dar la impresión de que, al hacerlo, no se defraudan derechos de nadie. Lo que evidentemente no sucede, como ya expliqué.
Es el mismo caso del desconocido que te aborda por la calle y te pide que le “prestes” un euro. Sólo que, en este caso, es un engaño de buena fe: el peticionario no pretende que le creas. En el otro, en cambio, se trata de un engaño de mala fe (quien lo hace pretende que se le crea literalmente, quizá porque él mismo ha empezado por creérselo), con el agravante de que multiplica el dicho euro por tantas veces como, obteniéndose en el futuro copias del libro, disco o película, resulte el autor defraudado en su legítimo derecho a recibir pago o compensación por aquello que ha creado.
Cuando alguien compra un libro compra efectivamente ese libro, no el derecho a copiarlo y difundir las copias, derecho que el autor habrá concedido a la editorial correspondiente (y exclusivamente en las condiciones y con los límites que se pacten en el contrato, que para eso existe) ya que por lo demás, lo retiene: ese derecho sigue siendo suyo. (Por eso podrá concederlo a otra editorial en el futuro, cuando el contrato que ha firmado venza o se resuelva). Suponer que corresponde a cualquiera que tenga la habilidad (y el descaro) para hacerlo es tanto como decir que, si invierto por ejemplo varios años de mi vida en escribir una novela, en cuanto la termine no es más mía que del primer desconocido que pase por la calle. Y eso no es lo que dicen ni la Declaración Universal que ya cité, ni la justicia, ni el simple sentido común.
2011-12-28 10:58
Si dividimos a las personas en función de este tema, hay dos tipos: aquellas cuyo trabajo jamás ha sido pirateado (porque no ha sucedido o porque no hay nada que piratear) y aquellas cuyo trabajo sí lo ha sido. Yo pertenezco al segundo grupo. Uno de mis libros fue escaneado por alguien, ampliado (!) y corregido (!), y ahora está disponible en mil webs de intercambio.
Cuando eso sucedió, yo me sentí violado. No entraré a debatir las razones de nadie. Menos aún las de los que afirman que todo va a ir bien, que lo que ha pasado redundará en mi propio beneficio y que, en fin, la vida es así.
Sea lo que sea lo que yo soy, es mi derecho serlo. Mi derecho moral a ser como yo quiero y a disponer de mi trabajo en el modo en el que yo determine. Y deseo que mi trabajo literario se divulgue bajo los criterios que exclusivamente yo decido. La simple idea de que esta última frase resulte escandalosa para algunos me parece aberrante. Nadie tiene derecho a disponer de mi vida y de mis bienes como quiera. Nadie excepto yo.
A partir de ahí, todos los argumentos que se me den están de más. Me interesarán más o menos, pero, en último término, decido yo.
¿Y ahora qué? ¿Cuál es la respuesta? Este es un foro civilizado y sé que la respuesta es: “Te tienes que aguantar”. Por desgracia, en otros foros, mucho menos civilizados que este, la respuesta es (literalmente): “Jódete, puto parásito social”.
¿De verdad que yo tengo que aguantar esto? ¿Y por qué? ¿En qué momento se decidió que era una buena idea expropiar a los autores de sus derechos?
—-
Finalmente, me gustaría hacer un comentario respecto al artículo: en la compartición no autorizada de cultura hay, al menos, dos agentes (el que comparte y al que le comparten; por ejemplo, aquí). No es, pues, masturbación, sino sexo entre dos. Y el sexo entre dos ha de ser siempre consentido para que sea “normal, sano y natural”. Lo contrario, como he dicho más arriba, es simple y llanamente violación.
Urte berri on denontzat!
2011-12-28 12:03
Yo sé que no debo meterme en el berenjenal, porque se convierte en un “o conmigo o contra mí”, a pesar de los términos educados en los que podemos movernos. Por ejemplo, sé que gatoflauta y supongo que Alber dan por sentado que yo estoy en contra de los derechos de autor y a favor del todo gratis y que los autores se jodan, pero no, no lo estoy: yo también soy autor (no vendo mucho pero eh, algo ya vendo) y también me preocupan estas cosas. Yo lo que soy es un mar de dudas, y las planteo.
Por ejemplo, gatoflauta, tú me respondes con consideraciones técnicas y legales y mi pregunta fue mucho más concreta. Si estás de acuerdo con la difusión de la cultura por parte de las bibliotecas… ¿por qué no con esa difusión en formato digital? Es que no consigo entenderlo. ¿se trata de “bibliotecas para todos, sí, pero sólo dos ejemplares de cada” o “bibliotecas para todos pero si vives lejos de una buena biblioteca te jodes”?
Yo no digo que tenga una solución: digo que honestamente uno no puede estar a favor de la biblioteca y en contra de la difusión digital de los contenidos culturales. Lo que sí puede es estar en contra de ambas cosas, claro.
2011-12-28 13:03
Creo que parte de la aparente disparidad de opiniones en este asunto proviene de la confusión entre los verbos compartir y difundir. La línea que separa ambos conceptos, otrora bien delimitada, es hoy difusa por mor de la tecnología comunicativa. Y sin embargo observo una característica diferencial nítida.
De adolescente compré mi primer LP: Tarkus vs. Manticore, de E.L.&P. Aquel vinilo no era específicamente un capricho para inaugurar mi fonoteca, sino una llave para acceder al grupo social: nos reuníamos en casa de alguno y cada participante aportaba uno o más microsurcos de Pink Floyd, Génesis, Yes, Who, Deep Purple, etcétera. Faltaban algunos años para la popularización del cassette, así que aquellas audiciones eran la única fórmula para acceder a múltiples grabaciones con el aporte de solo una o dos, que era lo máximo que nuestro peculio permitía. Al final se pactaban los préstamos e intercambios, aunque, en este caso, solían retornar al dueño (lamentablemente no siempre en impecable estado).
De esta forma, el préstamo mano a mano no era únicamente una forma de ampliar horizontes culturales, sino que cumplía una función social de confraternidad donde era imprescindible el contacto entre las partes y la relación de mutua confianza.
El caso es que, de haber existido entonces una forma de imposibilitar esa circulación, en el mejor de los casos no se hubieran incrementado las ventas, pues ya dije que el bolsillo no daba para más, pero incluso, al no existir la necesidad del mecanismo social, yo no habría comprado ese disco ni muchos otros ya que para nada me hubieran servido en la comunidad y no eran especialmente atractivos para el uso exclusivo privado.
Sin embargo, la forma de “compartir” (comillas) actual no va arropada por el contacto humano. Es más, de alguna forma es más egoista que generosa: no interesan las personas sino sus bienes: no hay una comunidad, solo un mercado (incluso si no hay transacción económica). No es compartir, sino difundir.
Dejo para mentes más preclaras el dictamen sobre si ello implica una actitud delictiva o dañina para intereses más legítimos.
De todas formas me parece evidente que la tecnología ha cambiado las reglas del juego y empieza a ser acuciante la necesidad de encontrar un modelo que satisfaga a ambas partes: consumidores y creadores. No veo claro que la solución sea prohibir y me da la impresión de que se está trabajando muy poco en la dirección de concienciar y abrir canales económicos que permitan al creador vivir de su ingenio y al consumidor acceder sin que el precio del bien cultural sea una barrera que haga muy preferible saltar la valla.
La masturbación, evidentemente, no es en sí dañina para el organismo, pero cuando constituye la única forma de satisfacción sexual porque se prefiere al contacto sexual con otras personas puede indicar un problema de salud.
2011-12-28 14:23
Lo que dice “Miguel A. Román” de hallar fórmulas que “permitan al creador vivir de su ingenio” es, evidentemente, la clave. El problema es que, para algunos, el creador es lo que menos importa: quieren disfrutar gratis de lo que les guste, y al creador, que le vayan dando. Lo consideran en todo caso, como justamente dice “Alber Vázquez”, un “parásito social”. Dicen por ejemplo, quienes tal defienden, que los músicos han de vivir de sus conciertos. ¿Alguien tiene duda de que, si se hubiera inventado una manera de acceder a ellos gratis con la misma facilidad con que puede piratearse su música, esos mismos no pagarían un euro por ellos?
En fin, para que se vea que yo estoy dispuestísimo a sumarme a donde haga falta, sensatamente propongo que el Museo del Prado (edificio y contenido) se saquen a la venta. ¿Se imaginan el río de millones que pueden conseguirse de Las Meninas y demás obras de Velázquez, las de Goya, etcétera, etcétera, y los útiles y caros pisos que pueden construirse en su privilegiado emplazamiento? ¿Y los demás museos existentes sólo en Madrid? No diré tanto como que bastaran para solucionar la crisis, pero desde luego serían una buena ayuda. Y las obras que contienen siempre podrán contemplarse por internet -y gratis, no como ahora.
He oído a Francisca Aguirre, último Premio Nacional de Poesía, la coplilla-epitafio siguiente: “-Aquí enterraron de balde / por no hallarle una peseta… / -No sigas: era un poeta”. Pronto los artistas en general, y no sólo los poetas, recibirán el mismo pago; cosa lógica tratándose de parásitos. Porque, si uno tiene un perro, mal que bien le dará de comer; pero un parásito (o un artista) es evidentemente inferior a un perro, y no merece tales complacencias.
Y una última nota, para “Alberto”, aunque ya sin esperanza de que me entienda: yo estoy a favor de la difusión de los contenidos culturales, sea por un medio electrónico o por cualquier otro. De lo que no estoy a favor es de que esos contenidos se difundan robándolos a su autor, es decir, sin que obtenga por ello la compensación a que en justicia tiene derecho (como cualquier profesional por su trabajo). No me parece mal que se difunda: me parece mal que se saquee.
Hace unos días se ocupaba, en su blog “Hemeroflexia”, Andrés Trapiello de este mismo asunto, y decía (cito): “No obstante estos ladrones han escogido bien su nombre, emboscándose en el romanticismo de la palabra pirata y en un sofisma: tienes que estarles agradecido porque propagan tu obra. Yo prefiero estar menos difundido y poder seguir escribiéndola. Y la cultura no puede ser gratis porque cuesta hacerla. En todo caso, ha de ser el autor quien decida si quiere o no colgar gratis su obra en la red. No el pirata”. (Por cierto, también dice, un poco más adelante: “Nos dicen nuestros editores que dentro de dos o tres años no podrán pagar a los autores que escriban libros de cierta notoriedad pública, porque justamente su notoriedad hará que los pirateen antes incluso de que estén en las librerías (siempre habrá un graciosillo en la imprenta, en la distribuidora, en su casa, que se postule para el saqueo, para el sabotaje)”.
Yo no dudo de que difundir la cultura está muy bien. Pero la cultura no se hace sola, no cae de los árboles: existe porque hay personas que la hacen, y escribir por ejemplo una buena novela supone un esfuerzo sostenido a diario durante años. Un esfuerzo del que nadie duda que merece un pago, si se trata de un abogado, un profesor, un médico, como dije ya en mi primera nota; pero que en el caso de un creador artístico, por lo que se ve, no vale nada. (Sé que hablo por hablar, y que esos mismos que quieren obtener gratis la cultura obtendrían igual de gratis la consulta de abogados o médicos, o la enseñanza del profesor, si supieran cómo hacerlo).
En fin, desconozco si quienes quieren cultura y se olvidan de que los creadores de ella también son personas y aspiran, como cualquier otro trabajador, a que su esfuerzo pueda producirles un rendimiento mayor o menor, según sean sus méritos o su suerte, se saldrán con la suya. Si efectivamente lo consiguen, estaremos en el caso del empresario que se beneficia de lo que producen sus trabajadores, pero no les paga: estaremos en la esclavitud. Lo que será, evidentemente, malo para los creadores, pero lo será también (aunque ellos no lo entiendan ni lo crean) para la sociedad en que eso ocurra, que se empobrecerá espiritualmente tanto, o más, que si vendiera el Museo del Prado y todos los demás en junto. Hay quien ve con anhelo y hasta ansiedad ese futuro: que le aproveche. Yo, desde luego, no quisiera participar de él. Por espiritualmente indigente, por gris y por injusto.
2011-12-28 14:27
Pues tienes razón, gatoflauta, realmente no entiendo tus razones. Así que por mi parte lo dejo aquí.
2011-12-28 18:58
A veces defender determinadas posiciones acaba por cansar Dejo el activismo hipócrita y sin sentido Aunque de momento yo prefiero tomármelo con humor
2011-12-29 04:31
Lo humano y lógico es simpatizar con el disgusto que le produce a alguien que ha publicado algo ver que eso que publicó se modifica por alguien y se publica, así modificado, por ahí, con poco respeto por el autor original. Sentirse violado me parece excesivo, propio más bien de quien no ha hecho ningún esfuerzo por empatizar con quien ha sido violado de verdad. Creo que no hay comparación posible, pero eso es otro tema.
Si esa versión modificada y ampliada se difunde sin el nombre del autor, alguien está plagiando y apoderándose de una autoria que no le corresponde.
Si se publica con el nombre del autor, se está falsificando su obra, metiendo interpolaciones que no son suyas. En ambos casos, se está cometiendo un abuso.
¿Si se publicara esa versión ampliada respetando la autoria, y señalando las interpolaciones como de autor diferente, el sentimiento de ofensa sería el mismo?
Si es que sí, yo ya no puedo simpatizar mucho con esa actitud, francamente.
El destino de toda obra con éxito, y un destino más evidente cuanto mayor es el éxito, es ser citado, parodiado, parafraseado, utilizado como inspiración y aprendizaje por autores posteriores, convertido en referencia común, imitado en su lenguaje, y finalmente, ya digerido del todo, ir a parar al fondo común que todos compartimos, conscientes o no de su primer autor.
Y eso es independiente de la voluntad que tuviera al respecto dicho primer autor. Aunque quisiera ser únicamente objeto de tesis doctorales de lumbreras mundiales, y no le gustaran las demás citas, parodias o utilizaciones, da igual, porque no depende de él. Si no quiere que eso suceda, tiene un solo camino: no publicar.
La trayectoria es algo distinta si se trata de un texto literario que si se trata de un manual o texto técnico (como sospecho que es el caso mencionado arriba) , pero en lo fundamental, se trata de lo mismo. Probablemente en el segundo caso el proceso es más limitado, porque si Borges o Kafka han influido en la lengua literaria de sus respectivos idiomas, un texto técnico no suele tener ese destino.
Es más limitado, pero más rápido. El valor de un manual caduca en menos tiempo. Si es bueno, se expande rápidamente por el sector interesado en esa disciplina. Y para la mayor parte de sus lectores, su interés no está en el arte personal del autor, sino en el conocimiento que transmite, y en general no se considera que el conocimiento tenga dueño.
Eso es injusto para el que ha dado con la forma de expresar con eficacia ese conocimiento (por la exposición, la organización del material, el trabajo de escribirlo con cuidado, la colección de ejemplos o ejercicios, que quizá son solo suyos), pero es parte del destino a que me refiero.
La ley protege el derecho exclusivo a vender copias. El caso de arriba vulnera quizá ese derecho (si se venden). Si no se respeta la autoría a rajatabla, también vulnera la ley y lo correcto, con toda seguridad, en ese aspecto.
Me temo que la ley no protege en cambio ese derecho que se ve reclamar con frecuencia a los autores de que el resto del mundo utilice ese material solo como al autor le gustaría que se utilizase. Ese derecho no existe y no es razonable exigirlo, pues va en contra de la naturaleza de la misma difusión.
Un autor puede, si sus editores le dejan, que no es probable, controlar la primera salida al mundo de su obra. No puede controlar qué pasará después con ella.
No puede y tampoco tiene ese derecho. No tiene derecho a evitar la cita, la parodia, la imitación, la utilización, el aprendizaje, el conocimiento de ella. Y por gente que cae bien o que cae mal, por personas inteligentes o por mastuerzos que la malinterpretan.
Guste o no, es así, y dejando aparte el asunto de las ventas, eso demuestra la repercusión sobre los demás de lo que se hizo, y se supone que eso es lo que quiere el que publica algo.
Hacer la tortilla y quedarse con los huevos, no se puede.
2011-12-29 10:13
Anónimo cansado: Sí, el autor sí tiene derecho a controlar todo lo relativo a su obra, incluida su difusión. Tiene ese derecho, moral y legal, porque la obra la escrito el autor, es producto de su talento y de su esfuerzo y nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE, tiene legitimidad para usurpar, interpretar o negar ese derecho.
Insisto: los autores tenemos derecho a controlar la divulgación de nuestra obra. Un derecho inalienable. Tengo, por lo tanto, derecho a estar en contra de esto y a favor de esto. Siento repetir todo el rato lo mismo, pero TENGO DERECHO porque yo soy el autor.
Y una reflexión final, de tipo personal: yo soy muy partidario de la cesión voluntaria de derechos; de las Creative Commons, de Linux (soy usuario desde hace más de diez años) y, en defintiva, del ejercicio y uso de mis propias libertades. Pero no acepto que sean los demás (con argumentos en muchas ocasiones divagatorios) quienes decidan cómo han de articularse mis derechos profesionales y mi libertad como individuo. Por ello, cada vez me siento más partidario de la defensa de políticos como el ministro Wert. De verdad que espero que promueva una ley que me defienda porque, sinceramente, yo me siento indefenso.
2012-02-17 22:02
Muy interesante el artículo y los comentarios.
Creo que ambos “bandos” tenéis razón en muchas cosas, que podemos resumir en:
-es deseable que todos podamos acceder a la cultura (y el entretenimiento, que es otra cosa aunque a veces los confundimos), incluso las personas con menos ingresos económicos.
-es imprescindible que los autores reciban compensación económica por su esfuerzo porque si no, sólo podrán crear al salir del trabajo que les aporte el sustento.
-es facilísimo compartir sin autorización, lo que facilita el primer punto y dificulta el segundo.
Sin embargo, creo que olvidamos algunos factores importantes:
-del PVP de un libro, disco o video, el autor sólo percibe un pequeño porcentaje (entre el 7 y el 10%). ¿Es probable que la industria cultural esté robando a los autores mucho más que los mal llamados “piratas”?
-de cada 100 descargas de una obra, ¿cuántas se habrían convertido en compras al PVP normal si no se hubieran podido conseguir gratis? Especialmente en tiempos de crisis y paro galopante.
-¿es posible cambiar el modelo de distribución y comercialización de las obras culturales para conseguir ambos objetivos de universalizar el acceso a los consumidores (a bajo precio) y aumentar la retribución a los autores?
-después de sufrir tantos años los abusos de la industria cultural, y de disfrutar unos pocos años del “todo gratis”, ¿seremos capaces de pagar por las obras, aunque sean precios bajos ?
-¿cuántos autores han comprado todos los programas informáticos con copyright que usan para crear, documentarse, divertirse, etc?
Perdón por la longitud.
Me gustaría conocer vuestra opinión.