A vida prejudica a expressâo da vida. Se eu vivesse um grande amor nunca o podería contar.
Fernando Pessoa, Livro do desassossego

La heteronimia debiera ser, quizás, una obligación para el autor; firmar su obra con nombres extraños al suyo propio podría ayudar a desgajar esos cuerpos siameses que son el autor y el narrador para los lectores. Uno puede generar monstruos cuyo espanto provoque la retracción de las córneas y ser una oveja para su condado; se pueden trasladar a la prosa desmembramientos y festines con tripas y lenguas arrancadas y marearse con una gota de sangre en la rodilla de una hija; puede describirse hasta la extenuación épica el valor de unos hombres frente a las injusticias y estar dominado por la cobardía entre tus muros. Puede crearse un amor que duela en los pechos de quienes lo reviven en un libro y ver pasar únicamente el odio desde tu terraza. La vida perjudica la expresión de la vida, o al menos la expresión de la vida no es la vida; ni la del lector, ni la del autor.