Hace unos meses encontré por casualidad, en la red, una referencia a un documental latinoamericano sobre un autor que me interesa mucho. Una rápida búsqueda por internet no dio resultados, ni para descargas o compras oficiales ni en los almacenes P2P, y en una segunda más pausada y profunda logré lo que a todas luces era un éxito dada la ausencia casi total de datos: una dirección de correo electrónico del cineasta. Así que me puse en contacto con él e iniciamos una lenta y parca en palabras comunicación al respecto de su documental. Resumiendo: la película se pasó por la tele del país en que se produjo, y ante las varias peticiones para verlo se realizó una pequeña tirada en DVD que se vendía a buen precio. Ante mi sugerencia de que, para evitar los costes de envío (y lo engorroso del formato físico), me lo enviase en uno o varios archivos a través de algún servicio gratuito de los muchos que hay me contestó que carecía del tiempo necesario para ello. Al final se apagó la conversación, falto yo ya del interés mínimo necesario, cansado de las pegas y definitivamente persuadido cuando supe que el método de pago requería de mi presencia física en una sucursal de banco.

Recientemente solicité recomendaciones de cortos, de ficción o documentales, para utilizar en unas clases de tutoría y volví a toparme con el desértico panorama: no sólo no encontré ninguno de los recomendados para descarga, sino que ni siquiera hallé información o modo de poder comprarlos y que se me enviasen a casa.

La conclusión es que yo me he visto privado de conocer una serie de creaciones culturales de interés y que sus autores han dejado de poder mostrar su producto. Hablamos, además, de un campo en el que, tengan el éxito que tengan, jamás vivirán de ello o siquiera ingresarán cantidades significativas. ¿Por qué no distribuírlo, facilitar que se conozca, compartirlo? Hay múltiples opciones, no necesariamente gratuitas.

Hubo un tiempo en que la cultura (la alta cultura, entiéndanme, cuando la popular era oral y anónima) era un producto de elite, destinada a las clases pudientes y alfabetas, un porcentaje mínimo, pero influyente y poderoso. Hoy, sin embargo, cuando la excepción es la agrafía y la técnica esquiva las distancias y multiplica la posibilidad del público, la cultura ha dejado de ser un privilegio, un reducto, para convertirse en un derecho, y, sin ser la única herramienta, la pantalla de nuestro ordenador aglutina muchas de las inmensas posibilidades de acceso a la cultura cumpliendo el sueño de muchos humanistas: el de acercar a cualquiera la producción universal de las artes, las letras y la música: ese fue el origen de las bibliotecas públicas, e internet se limita a romper sus límites espaciales y aumentar sus volúmenes hasta el infinito, y más allá.