Recuerdo apenas un ambiente de intrigas palaciegas, el tizne constante del honor y un claroscuro entre la cloaca y el amor; y la emoción de asomarme a la siguiente página, como se espera un regalo o la próxima ola. Diría que era un volumen inmenso, con ese papel casi inexistente y volátil, pesado hasta la artrosis, al menos para mis manos de entonces. Es el primer recuerdo del orgullo, de la satisfacción por una lectura imposible y adulta. Ahora deduzco que era Dumas, quizás las tres novelas de D’Artagnan, pero no conservo el libro. Mi memoria es débil hasta el ridículo; no sé si antes o después fueron las llanuras de Zane Grey y James O. Curwood, que recorría al tiempo que admiraba en la pantalla cada personaje de John Wayne. Y Salgari, emulado con espadas caseras, incluso invisibles, y piratas y doncellas y barcos y oleajes con la consistencia del humo, pero cuyas cicatrices todavía me surcan el cerebro. Y la pasión controlada de la literatura rusa —El jugador de Dostoievski, Guerra y paz— y las rimas de Bécquer, el primer y el último libro que me aprendí de memoria, y el primero que me impulsó a la escritura, siquiera fuera pura imitación alambicada. Y recuerdo La isla del Tesoro en esas robustas ediciones de Anaya, regalo de uno de mis tíos por haber ganado un concurso de cuentos escolar, también primero y el último.

Chema Madoz, Sin título

Texturas parece brotar de esa ilusión de las habitaciones infantiles donde a los lectores les crecen mundos y otros mundos dentro de sí mismos; de la pasión derramada por esos primeros tesoros cuyo impulso ya nunca se abandona. Y aunque el resultado tiene también la factura algo irregular pero entusiasta de esas primeras ilusiones, es ya una publicación imprescindible. Varias fuerzas binarias recorren el primer número: entre los grandes nombres el intimismo de Manguel resulta mucho más interesante que un Roger Chartier algo repetido. Las tensiones entre la tradición y el dígito, muy representadas, tienen mejor prosa entre los que analizan el segundo. El acierto de buscar articulistas en la red, no se refrenda en las reseñas, que se verían enriquecidas con recensiones y apuntes de sitios o ediciones en red. Y la atinada elección de buscar el texto breve y la pluralidad de visiones y estilos quizá se resienta en la sección más floja (_Puntadas_) del volumen. La edición, preciosa; y muy acertada la metáfora textil que estructura la revista. Y bella la selección de fotografías librescas de Madoz. A los libros de la foto los sostiene la arena que es el tiempo, o puede que la ceniza de otros libros muertos. Texturas puede ayudarnos a entenderlo.