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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

A río revuelto

Una de las primeras sorpresas que me llevé cuando empecé a estudiar psicología era el empeño que había en muchas de las asignaturas por defender su estatus científico. Suponía, ingenuamente, que si estaba dentro del ámbito universitario, eso se daba por supuesto; creía que había elegido una materia científica. No creo que ni en la carrera de física, ni en la de medicina, ni en la de biología, dediquen un minuto a tales reflexiones (supongo que si en medicina siguen empeñados en crear postgrados en homeopatía, tarde o temprano tendrán que reflexionar sobre la medicina como ciencia).

Y es que hemos visto cómo, aprovechando los debates internos en torno al método y a la ciencia, han proliferado todo tipo de pseudociencias e ideas que argumentan eso de que la ciencia no puede explicarlo todo. Siempre digo que ni puede explicarlo todo ni debe; hay cosas que caen totalmente fuera del método científico y de su objetivo, como la mayor parte de las cosas de nuestra vida personal. No voy a reflexionar aquí sobre el método científico ni sobre lo que hace que algo sea científico, pero está claro que hay cosas que no lo son, por ahí no vamos a pasar.

Recientemente, podíamos leer el siguiente titular: El riesgo de poner a los hijos el nombre de los padres. Lo leí esperando alguna referencia en revistas científicas donde se demostraran las afirmaciones que se hacían, algunas tan surrealistas como el “efecto ventrílocuo” en el que el antepasado habla a través del niño con su nombre. Pero nada, un titular como ese y ni una sola demostración, ni un solo artículo en el que se demuestre la propia existencia del fenómeno. Un estudio controlado con una muestra representativa de niños con el mismo nombre que sus antepasados y una muestra control equivalente, con niños con las mismas características pero que no se llamen como algunos de sus antepasados, y demostrar la existencia del tal efecto. Nada, salvo el anecdotario, ese que tan útil es para convencer a cualquiera, como el ejemplo de esa chica a la que pusieron el nombre de su hermana muerta y se quiere suicidar. Por cierto, si sirve de contra-argumento yo conozco a una persona a la que pusieron el nombre de su hermana muerta y está tan feliz.

Porque lo más alucinante es que lo que falla no es sólo todo el argumentario explicativo sino la existencia del propio fenómeno; no se ha demostrado que tal cosa suceda, pero se da por hecho y, luego, una vez convencido al personal, se montan las teorías que explican y solucionan lo inexistente.

Y es que el tipo de afirmaciones que hacen son demostrables. Siempre les digo a mis alumnos que si alguna teoría dice que el nombre que se le pone a una persona tiene un efecto sobre su karma, ahí la psicología no tiene nada que decir, pero si la afirmación es que tiene un efecto sobre su conducta, eso tiene que demostrarse.
Ya he hablado muchas veces de lo difícil que es observar un fenómeno, salvo que sea evidente. Todo el mundo puede comprobar fácilmente que si a uno le empujan con suficiente fuerza se cae, pero no es fácil comprobar que la vida de uno está determinada por el nombre que tiene, es más, la mayoría no hemos comprobado nada parecido. En cualquier caso, no es nuestra observación ingenua sino la observación controlada y sistemática la que nos permite comprobar si algo es, o no, cierto.

El artículo que comentamos, aparece en este periódico como podría haber sido en cualquier otro; estamos acostumbrados a que este tipo de teorías triunfen entre el público y entre el público de todo tipo. Es sorprendente cómo científicos reputados en otras áreas se dejan convencer por toda clase de teorías pseudopsicológicas. Estoy segura de que un titular similar pero con un tema relacionado con la medicina no habría conseguido abrirse paso. Las tan denostadas industrias farmacéuticas tienen que hacer miles de pruebas y demostraciones antes de poner algo en circulación, con todas los peros que les podamos poner a muchas de las cosas que hacen. Cuando algo entra por fin al circuito es porque ha demostrado su efecto principal y se han recogido los efectos secundarios. Pero en psicología no, cualquiera puede inventarse la teoría que le de la gana, abrir un chiringuito y llamarse “psicoalgo”, que nadie va a decir nada. Aunque no tenga demostrados efectos principales y, lo que es peor aún, pueda incluso tener efectos secundarios para muchas personas que acuden con problemas psicológicos.

Por supuesto, todo científico que se precie no puede menos que ser crítico con muchas cosas de la psicología; yo misma lo hice en el artículo anterior, pero tampoco deja de ser menos cierto que hay teorías, la mayoría derivadas de los modelos de aprendizaje, bastante bien asentadas. En cualquier caso, si alguna nueva propuesta puede abrirse paso será necesariamente sustentada por el método científico.
Y si toda ciencia que se precie tiene su pseudociencia, en psicología nos llevamos la palma. Supongo que, entre otras cosas, tiene que ver fundamentalmente con dos aspectos: el tema del que se trata (todos somos expertos en psicología) y el estado actual de la psicología. Es evidente que cuanto más avanzado sea el estado de una ciencia, menos poder de maniobra tienen los “iluminados”. Mi esperanza es que a medida que la psicología vaya avanzando, todas estas teorías pseudocientíficas vayan cayendo por su propio peso. Mientras tanto ya se sabe eso de que a río revuelto…

María José Hernández Lloreda | 27 de diciembre de 2011

Comentarios

  1. Cayetano
    2011-12-27 13:53

    Muy interesante el artículo y bastante de acuerdo. Nota aparte: Quizá seríais más eficientes si se pusieran de acuerdo psicologos y psiquiatras sobre todo en lo que se refiere al trato con los pacientes ;-)

  2. gatoflauta
    2011-12-28 00:25

    No te preocupes por lo de la ciencia. ¿No se llaman las facultades de Periodismo de “Ciencias de la Información”, nada menos? De donde, infiero, un periodista es un científico. Y yo con estos pelos, Dios mío.

  3. alfonsotwr
    2011-12-28 01:26

    Lo que es ciencia o pseudociencia es algo todavía debatible para ciertos temas http://es.wikipedia.org/wiki/Criterio_de_demarcación

    Sin embargo, son la reproducibilidad y la posibilidad de falsación lo que determina si se va por el buen camino http://es.wikipedia.org/wiki/Método_científico

    Así cualquier buen científico debe estar dispuesto a aceptar que su intuición inicial pueda al final demostrarse totalmente errónea. Lo que no sucede en las pseudociencias, donde la intuición apriorística es lo único que cuenta.

    El problema de la psicología es que debe de ser muy difícil saber todos los condicionantes de un caso, por lo que la evolución de un caso puede estar determinada por variables ocultas al investigador, y los resultados ser poco concluyentes.

    También, la labor científica se ve facilitada si se puede estudiar un proceso por partes, aislando los elementos más relevantes y pudiendo ignorar el resto. Y estas simplificaciones, en psicología, son complicadas.


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