Libro de notas

Edición LdN
el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Al mal tiempo

Viendo la exposición “Monet y la abstracción”, ante un cuadro de la serie Ninfeas, la información de la audioguía venía a decir algo así como: “Monet pintó este cuadro aunque en ese momento Francia estaba envuelta en la primera guerra mundial”. Se notaba como cierto aire de reproche. No sé si el reproche tenía que ver con que siguiera pintando mientras su país estaba en guerra o con el tipo de pintura que hacía en plena guerra. Desconozco la vida y la actitud de Monet; sólo voy a analizar la reflexión de la audioguía que, por otra parte, no es infrecuente oír cuando se trata de evaluar la actitud de los otros.



Me vino un pensamiento recurrente, uno de estos dilemas morales que no tengo resuelto: ¿qué actitud es más adecuada tomar si uno se ve inmerso en una situación de ese tipo o está rodeado de desgracias, tanto si le tocan a uno de forma muy directa o si no tienen mucho que ver con uno? No cabe duda de la gran capacidad de adaptación de la mente humana, y no es nada sorprendente ver cómo en medio de un conflicto bélico los niños son capaces de seguir jugando e incluso de ser felices. Nadie les reprocharía nada, son niños y no acaban de ver el alcance de lo que está pasando. Sin embargo, a los adultos no nos está permitido: nosotros somos completamente conscientes de la situación, del sufrimiento colectivo.

Evidentemente, si uno está en el frente, está siendo bombardeado o es una víctima, nadie le reprocharía que en un momento determinado se distrajera con lo que pudiera o tuviera más a mano. La premio Nobel Rita Levi-Montalcini construyó su propio laboratorio genético en su casa durante la segunda guerra mundial. No podía hacer otra cosa durante el conflicto, era de ascendencia judía y, por tanto, perseguida. Nadie le haría el más mínimo reproche a su actitud, es más, lo que produce es admiración.

Pero ¿qué debía hacer Monet? o ¿qué podía hacer? Después de la guerra escribe a su amigo Georges Clemenceau: “Estoy a punto de terminar dos paneles decorativos que quiero pintar del día de la victoria, y vengo a ofrecerlos al Estado a través de usted. Es poco, pero es la única forma que tengo de participar en la alegría general”.

Está claro que hay deberes ineludibles; uno no debe quedarse pintando en su casa si puede echar una mano en algo que sea de utilidad a los demás. Pero y ¿cuándo uno no puede hacer algo?, porque hay veces en que uno no puede hacer gran cosa o no sabe qué puede hacer. No cabe duda que una circunstancia como una guerra altera tanto la realidad que es difícil que uno vea el mundo de la misma manera. Pero al fin y al cabo son las circunstancias que nos han tocado y no vamos a tener una segunda oportunidad, así que en la medida en que uno sea capaz, los años que viva debe tener una vida lo más “humana” posible. Para Monet, la vida era pintar, para Rita Levi-Montalchi, investigar, y ya que circunstancias ajenas a ellos les habían alterado el contexto, ellos lo rehicieron lo mejor que pudieron.

Sin embargo, cuesta imaginarse a alguien tranquilamente pintando, investigando, disfrutando mientras otros de sus conciudadanos están en plena guerra. Si alguien nos cuenta que Monet cayó sumido durante unos años en una fase de inactividad y depresión por el horror que le producía la barbarie humana, nos presentaría a un Monet un poco más humano. Y, sin embargo, a los soldados que estaban luchando en el frente o a sus conciudadanos ese sufrimiento no les habría servido de nada, es más, ni siquiera hay que suponer que no existía sufrimiento por seguir con su pintura. Pero parece que una guerra hace que cualquier actividad que no esté centrada en ella se vuelva irrelevante.

¿No es un poco un contrasentido que consideremos más humana la tristeza que la capacidad para sobreponerse a una situación así? Porque al final la barbarie lo arrasa todo, y si conseguimos quitarle alguna parcela, mucho mejor. Si una guerra no consigue anular la vida de todos, eso se habrá ganado.

En el fondo, lo que está ocurriendo es que lo que nos parece que falla es la empatía, y ésta es quizá la característica que más humaniza a los demás ante nuestros ojos. Si alguien no siente empatía de la situación que vive otro, parece que es un poco inhumano. Así que ante dos situaciones idénticas: Rita investigando en un laboratorio, víctima, y Monet pintando nenúfares, no víctima, la primera nos produce admiración por su capacidad de adaptación y la segunda parece que es fruto de la insensibilidad ente el dolor ajeno. Pero es un salto completamente injustificado y, en cualquier caso, estéril.

¿Hasta dónde debe llegar la empatía y hasta qué punto tiene que ver más con uno mismo que con el otro? Es curioso que cuando hay un accidente de avión se dé la información de las víctimas por países. Y parece que cuando los muertos no son de tu país, uno no siente tanta tristeza, parece que no merecen tanto nuestro dolor. Son personas que no se conocen, pero parece que el hecho de que hubieran sido de nuestro país hace más probable que uno mismo pudiera haber sido la víctima, parece más fácil que uno se ponga en su lugar y que surja la empatía.

Pero es que además, en este modelo globalizado, tenemos información en directo de cualquier pequeña o gran desgracia que suceda en cualquier parte del mundo por remota que sea. Y esto hace que se tenga la sensación de que el mundo es un lugar horrible donde sólo ocurren desgracias. Y para que nuestra empatía se active como debe, nos dan todo tipo de detalles de las vidas de los implicados, con objeto de que en cierto modo dejen de ser anónimos. Antes uno sólo tenía información de las desgracias más cercanas, así que la tasa de sufrimiento no parecía tan desproporcionada, la vida daba respiros. Y claro que la humanidad no debe cerrar los ojos ante el dolor humano y que si no se consigue mover emocionalmente al otro, este no va a actuar, pero si uno consiguiera empatizar con la situación del resto de la humanidad, ¿se podría disfrutar de la vida en algún momento?

Nunca me ha gustado la idea de que uno no debe preocuparse por cosas poco importantes, porque hay otros que sufren más. En primer lugar, porque no se puede, uno se enfrenta a su pequeña realidad y trata de manejarse lo mejor que puede en ella y desde su propia experiencia es desde donde aprende a relativizar la importancia de las cosas. Y, en segundo lugar, porque el planteamiento se puede llevar al absurdo: si no hubiera graves problemas ¿estaría justificado preocuparse por cualquier minucia? Y de la misma forma no me gusta que el sufrimiento deba colectivizarse; ya tiene bastante cada uno con la porción que le toca.

¿Es útil la empatía si lo único que conseguimos es empatizar con el sufrimiento y no hacemos nada porque no tenemos mucho que hacer? No creo que fuera capaz de hacer lo que Monet o lo que Rita Levi-Montalcini, pero no me cabe ninguna duda de que creo que es lo que uno debe hacer, si es que puede.

María José Hernández Lloreda | 27 de febrero de 2010

Comentarios

  1. Marcos
    2010-02-27 17:40

    Pero es que además, ¿quién dice que por pintar nenúfares no estuviese profundamente afectado? Es la tendencia que tenemos a juzgar sólo por lo exterior: si lloras, si te caen las lágrimas, es que lo sientes mucho más que si no te caen. Claro, es lo externo lo único que tenemos para juzgar, pero deberíamos saber ya que ese datos es insuficiente. Quizás Monet estuviese muchísimo más destrozado pintando sus nenúfares que otros que abandonaron toda actividad artística o se dedicaron a pintar el horror.

    Saludos

  2. María José
    2010-02-27 18:04

    Sí, Marcos, pero mi apuesta va un poco más allá, si no consigues estar destrozado mucho mejor, siempre y cuando no te desentiendas del sufrimiento y de las necesidades de los demás.

    En cualquier caso, reitero que era lo que decía la autoguía, no está sacado de ninguna biografía de Monet.


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