Libro de notas

Edición LdN
el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Por esto, por esto y por esto

No siempre podemos dar una explicación de las acciones que llevamos a cabo, es más, gracias a dios, ni siquiera podemos dar cuenta de muchas de ellas. La mayoría de las acciones las llevamos a cabo de forma automatizada e inconsciente. Si tuviéramos que decidir sobre cada una de las cosas que hacemos y fuéramos conscientes de ellas, sería agotador. Basta con imaginar lo que habría que hacer nada más levantarse: decidir abrir los párpados y enviar la orden correspondiente, hacer lo mismo con el resto de músculos del cuerpo para poder movernos y así con cada una de las órdenes que nuestro cerebro se encarga de enviar sin hacérnoslo notar. Por suerte, todo esto está automatizado y fuera de nuestra consciencia, para que podemos dedicarla a otras cosas. De hecho, uno tiene la sensación de haber aprendido algo cuando la mayor parte de los rudimentos que se requieren han pasado a automatizarse y, en muchas ocasiones, desaparecido de la consciencia, desde cosas tan físicas como aprender a nadar, montar en bicicleta o conducir, hasta tareas complejas implicadas en la resolución de problemas. Y lo más curioso es que, en muchas ocasiones, una vez automatizado un proceso, si uno intenta hacerlo de nuevo de forma consciente, el resultado suele ser desastroso. Prueba a montar en bicicleta tomando conciencia de cómo debes ir poniendo los pies para pedalear, con mucha probabilidad acabarás en el suelo. Tan automatizados e inconscientes acaban siendo que cambiar alguno de los hábitos suele ser una tarea todavía más complicada que aprenderlos.

Pero es difícil no creer que de alguna manera todas las decisiones que uno toma tienen una motivación clara y obedecen a un acto libremente decidido. No dudo que debe ser así en muchas de las decisiones importantes de la vida, pero existe una excesiva tendencia a intentar dar una explicación causa-efecto de todas y cada una de nuestras decisiones. Hay varios experimentos que ponen de manifiesto hasta qué punto esta “manía” forma parte de nuestro repertorio.

Uno de ellos lo recuerdo vagamente, pero era algo así como que a un grupo de personas se les presentaban varias camisetas donde una de ellas estaba ligeramente separada de las otras. Se les pedía que escogieran una y, una vez realizada la elección, que explicasen los motivos de su decisión; la mayoría de las personas escogían la que estaba separada, pero curiosamente en sus explicaciones no figuraba este motivo.

En otro1, aún más sorprendente, se mostraban a varios hombres fotografías femeninas y se les pedía que escogieran la que les parecía más atractiva. En algunos ensayos, una vez hecha la elección, un mago cambiaba, sin que la persona lo percibiera, las fotos de sitio. En la mayoría de los casos (74%) no se daban cuenta del cambio, y lo más curioso es que cuando se les pedía que explicasen los motivos de su elección, el tipo de explicaciones que daban en los ensayos donde su elección correspondía con la foto no difería de aquellos en los que la foto no era la que habían escogido.

Parece como si de alguna forma nos sintiéramos vinculados con la decisión que hemos tomado. Y muchas de las decisiones las tomamos sin un motivo racional, sino más bien por una especie de vinculación emocional, y esta vinculación es sin duda mucho más poderosa que la mayor parte de los análisis racionales que realizamos. Y yo creo que en un porcentaje muy elevado es el verdadero motivo que nos lleva a votar a un determinado partido político, a justificar e interpretar lo que hacen “los nuestros” de forma totalmente diferente a un hecho similar pero de “los otros”, a ver diferencias donde sólo nuestra emoción las pone. Quizá sería bueno que reflexionáramos si muchas veces no nos han cambiado la foto y tan sólo continuamos vinculados emocionalmente a nuestra supuesta elección.

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Notas

1 Johansson, P., Hall, L., Sikström, S., & Olsson, A. (2005). Failure to Detect Mismatches Between Intention and Outcome in a Simple Decision Task. Science, 310, 116-119.

María José Hernández Lloreda | 27 de marzo de 2009

Comentarios

  1. JESÚS APARICIO GONZÁLEZ
    2009-03-27 14:56

    Quizás los seres humanos seamos más seres “emocionales” que “racionales”, pues la emoción guía muchos de nuestros actos y , tal vez, aquellos que al fin son determinantes en nuestra vida.

  2. Ramonmo
    2009-03-27 21:47

    Más que racionales somos “racionalizadores”: al menos en Occidente, justificamos con razonamientos decisiones basadas mayormente en emociones.

    No es sorprendente, de todas formas. Tomar una decisión racional es mucho más costoso en tiempo y esfuerzo que hacerlo de manera emocional, y no siempre garantiza un mejor resultado.


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