David Meca ha atravesado a nado el estrecho de Gibraltar tres veces seguidas. Aunque Meca tiene excusa para tanta repetición: “Sí —explica—, qué vergüenza. Llego a África y resulta que me había dejado las gafas. Tuve que volver a buscarlas. Una risa. Bueno, a mí me cabreó, pero los que me acompañaban en la zodiac no pararon de hacer bromas a mi costa. Yo hubiera hecho lo mismo, claro. Pero qué rabia. Lloré y todo. Como estaba en el agua no se notó, claro. Qué tonto soy. Un día me voy a dejar la cabeza. El 13 de febrero. Mira, lo tengo apuntado en la agenda: ‘Dejarme la cabeza’. Lo que no sé es dónde. Supongo que ésa es la gracia de ser un despistado. Saber el qué, pero no el dónde, incluso puede que viceversa”.
De todas formas, esto sigue sin despejar la causa fundamental a este comportamiento tan absurdo: en todo caso y aunque no se hubiera olvidado nada, ¿por qué cruzar a nado el estrecho una sola vez? “Oh, eso también lo puedo explicar —dice—; fue una apuesta con los amigos. ¿Sabes eso que sales por ahí, te tomas una copa de más (en concreto la decimocuarta sobraba) y acabas haciendo una apuesta ridícula? Pues eso es lo que me pasó a mí. Además, supuse que lo de “estrecho” no era irónico. En el mapa se ve estrecho de verdad. Los trozos de tierra casi se tocan. Me imaginaba que habría que pegar un saltito, nadar un ratillo y ya. Y pensaba que la parte jodida de la apuesta era la del frío. Estamos en enero, como para irse a la playita”.
El caso es que ahora sus amigos no quieren pagar la apuesta, ante los rumores de trampas: “Eso me ofende. Yo no hago trampas nunca. Nunca. También dijeron hace años que me había dopado. Es todo mentira. Los deportistas nunca nos dopamos. Jamás. ¿Qué gracia tendría que, por ejemplo, un ciclista se drogara, dejando al margen el aspecto lúdico y recreativo de la ingesta de estupefacientes? Sí, bueno, aguantaría más y podría hacer el mismo recorrido en menos tiempo, pero si se tratara sólo de facilidad y velocidad, ¿no podría coger un tren? ¿Y yo no podría ir en barco la próxima vez? ¿O en avión, incluso? Pues no es mala idea, ahora que caigo. Los ciclistas ahí, en coche, acabando el tour en un par de días. O en una semana, parando para ver cosas y comer. Así merecería la pena hacerse ciclista. Quiero decir, ¿qué gracia tiene cansarse, pudiendo no cansarse? Y en avión se va supercómodo. Al menos, comparándolo con lo que viene a ser nadar. Y nadar al aire libre es peligroso. Me crucé con unos marroquíes con pinta superchunga que iban hacia España. Digo, me van a atracar, ya verás. ¿Que son qué? ¿Inmigrantes? ¿Eso qué es? ¿Y qué hacían? ¿Batir récords?”
Tras el inciso demagógico, doy por concluida la entrevista y decido volver a casa, dispuesto a batir mi marca personal de siesta indoor.