“Como comprenderás, no sólo de heroísmo vive el hombre, sino también de pan. A pesar de que intenté demostrar lo contrario durante mi huelga de hambre”, explica José Ignacio de Juana Chaos mientras vuelvo a asegurarme de que mi billetera sigue en el bolsillo de la chaqueta.
Nachete explica que es cierto que ahora lo que quiere es ser taxista. Después de una vida dedicada a luchar por el País Vasco matando gente escondido y desde lejos ha llegado el momento de relajarme al volante y poner la Cope”. ¿La Cope? “Hombre, si nos vamos a hacer taxistas, habrá que hacerse taxistas de verdad. A escuchar la Cope y a quejarse del gobierno y de los catalanes, como tiene que ser. Eso sí, en Belfast”.
Al parecer, su intención es trabajar para una compañía norirlandesa que cree firmemente en la reinserción: ahí trabajan quince ex terroristas y la mujer de De Juana. Pero aún no le dejan. “Dicen que tienen que pasar al menos tres años desde que haya salido de la cárcel. Me parece injusto. ¿Por qué tres años y no tres meses? Si recuperé el peso con tres bocatas. Es más, como no me dejen conducir un taxi, agarro y me deprimo. Y yo cuando me deprimo no como nada. ¡Y NO RESPIRO!” De Juana coge aire, cruza los brazos y frunce el ceño. Le pongo el dedo debajo de la nariz. Es cierto: no está respirando.
Al cabo de doce segundos durante los que vuelvo a comprobar el estado de mi cartera (me acabo de acercar a él), resopla y respira con toda el ansia de la que es capaz. “¡Cabrón! ¡Españolista! ¡Ibas a dejar que me muriera! ¿Por qué no me has dado mi licencia?” Le explico que yo no tengo licencias de nada y me acusa de actuar “en connivencia con el estado centralista opresor, que no deja a los vascos expresar en libertad sus ideas acerca de la colocación libre de explosivos en euskera”. También asegura que si sigo así, se va a poner en huelga de hambre en mi presencia, es decir, que no comerá nada “mientras te quedes aquí conmigo”. Lo dice mientras abre una bolsa de patatas y empieza a comérselas. “Hombre, aquí hablando de comida, me ha entrado el gusanillo. ¿Quieres?” Las rechazo con un “no, gracias”, más que nada porque no son patatas fritas, sino patatas crudas, que se está comiendo casi sin masticar, con piel y todo.
“Total —sigue—, lo que te decía del taxi. Yo también tengo derecho a reinsertarme y ser un Pío Moa de la vida. Si él ahora escribe libros contra los comunistas homosexuales y escribe sus artículos de humor en Libertad digital, ¿por qué no puedo ser yo un taxista de estos que escucha la Cope? Y quien dice la Cope, dice la nueva de Losantos. Es Radio. Vaya un nombre. Claro que es radio. ¿Qué va a ser? ¿Una lata de atún? Joder, qué hambre me ha vuelto a entrar”.
Aprovecho que se pone a roer la mesa de mármol para despedirme y marcharme. Con la boca llena, me da las gracias por el lote de productos de La Española que he tenido a bien traerle como detalle de su tierra.