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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Si no estaba roto...

No termino de entender que ha querido hacer Nikita Mikhalkov con su revisión de Doce hombres sin piedad, tanto de la obra de Reginald Rose como de la opera prima de Sidney Lumet, rodada en 1957 con Henry Fonda a la cabeza. La película del director ruso, llamada precisamente 12 (2007), recorre los caminos ya transitados cincuenta años antes pero utilizando casi una hora y media más para, a fin de cuentas, rehacer lo andado, solo que mucho peor.

Es complicado abstraerse y olvidar lo que ya conoces para tratar de no comparar compulsivamente dos visiones sobre el mismo discurso, sobre todo si una de ellas, la película de Lumet, la conoces tan bien como los nombres de tus amigos o de tu familia. La tentación de escupir frase que empiezan por “aquí falta…” a cada paso que da el filme es enorme, el deseo de afrontar de forma crítica la versión rusa aislada de su pasado es directamente imposible. Aún así creo que uno aprende a diferenciar lo que son deseos de volver a ver lo que ya admiras y lo que son puros errores de concepto.

Mikhalkov desaprovecha y anula varios de los factores que el texto original y la primera película brindaba de forma inmejorable, principalmente la sensación de claustrofobia in crescendo de los personajes, claustrofobia que comparte el espectador; la arquetipicidad de los doce personajes protagonistas, protegida por el anonimato de los mismos; y sobre todo el ritmo constante y demoledor de la película, avanzando implacable sin acelerar ni detenerse ni un solo instante. Todo esto convierte a la película de Lumet en una obra maestra de la narración y de la supranarración, haciendo que una situación aparentemente común adquiera dimensiones míticas y transformando a sus protagonistas en una suerte de jurado divino, fuera de la tierra, decidiendo algo mucho más importante que el destino del reo en sí mismo. El director consigue así una sensación de aislamiento casi sobrenatural, emparentada con el encierro demoníaco de los invitados a la fiesta de El ángel exterminador ( Luis Buñuel, 1962 ).

12 es casi un manual de cómo destruir esos hallazgos narrativos y estilísiticos de 12 hombres sin piedad. No es importante que el director ruso adapte la atmósfera a la realidad rusa del siglo XXI y añada unas gotas de actualidad política convirtiendo al pobre marginado social de la primera versión en un aterrorizado joven checheno acusado de asesinar al militar ruso que le hacía las veces de padre adoptivo. La elección de colocar al jurado en un destartalado gimnasio de colegio de secundaria es todo un acierto ambiental y de decorados, sustituyendo una improbable ola de calor en Moscú por unas condiciones sanitarias y de logística muy bajas. El auténtico problema de 12 es su decisión consciente de asesinar esas virtudes de su antecesora norteamericana que he señalado antes. Su insistencia en romper el ritmo de las discusiones del jurado ralentiza la acción hiriendo de muerte el filme, abandonando constantemente la sala de deliberaciones para pararse a observar el comportamiento del encarcelado o para regodearse en larguísimos, vacíos e innecesarios flashbacks de la infancia en guerra del acusado. ¿Por qué eliminar a la claustrofobia de su rol principal en una historia que la pide a gritos? Porque no es posible incidir en la sensación de encierro cuando la cámara abre la puerta del mismo con absoluta libertad y en progresión constante. El anonimato y la función de arquetipo, por otra parte, se ven aplastados bajo interminables monólogos autojustificativos y alejados del hilo narrativo que recitan, con mejor o peor suerte, cada uno de los miembros del jurado. El conjunto, más alguna metáfora obvia y mal construida (¿un pájaro que no puede escapar como símbolo de la cárcel? ¿a estas alturas?), enfanga y convierte en un pesado tractor lo que, simplemente dejándolo fluir, debería ser un vehículo sin apenas resistencia en contra. Sólo unas interpretaciones más que notables y la fascinación arrebatadora que posee el relato por sí solo evita la caida libre al pozo de estos 160 minutos de metraje cansado.

No quería terminar sin referirme al egocentrismo de Nikita Mikhailkov que impregna inevitablemente toda la película. Odio los argumentos “ad hominem” y cualquier tipo de juicio de valor de un discurso artístico en función de las filias o fobias que despierte la persona del autor, pero es imposible no referirse al narcisismo del actor/director ruso en este caso. Sin ningún tipo de pudor, Mikhailkov destruye y transforma el desenlace del filme para su mayor gloria interpretativa, se coloca desvergonzadamente en el centro de la cámara que él mismo empuña para erigirse como héroe moral y social, inventando una conclusión increible, desafortunada y fuera de lugar.

Alberto Haj-Saleh | 09 de julio de 2008

Comentarios

  1. gatavagabunda
    2008-07-09 14:41

    Cien por cien de acuerdo con la visión de la película, cuyo principal valor reside en el buen trabajo del reparto. En el intento de distanciarse del discurso anterior se ofrece no una visión distinta, sino mala. Y no hablo de comparaciones. La película de N. M. tiene un valor en sí misma, y aunque como bien dices es inevitable comparar, creo que de no existir la película precedente de Lumet mi percepción sería la misma.

    Curiosamente la búsqueda de novedades al afrontar la historia (escenario, adaptación a la sociedad actual rusa, aparte del lenguaje cinematográfico) no se extiende a todos los aspectos: hay una clara similitud de rostros entre los personajes de Lumet y los de estos actores.

    Realmente creo que parte del problema es que “12” no se construye desde cero, sino remendando la película de Lumet. Es como un texto al que le han añadido comas donde no las necesitaba.

  2. c.
    2008-07-09 16:01

    ¿Por qué no dejamos de hacer remakes de una vez? ¿Por qué el tipo que ha hecho Ojos negros y Quemado por el sol se mete a grabar de nuevo Doce hombres sin piedad? Es que no lo entiendo, de verdad. ¿Falta de imaginación? ¿Recursos supuestamente agotados? Cuando Van Sant rehizo Psicosis, explicó que quería hacer un homenaje a Hitchcock. No me cuadra, la verdad. Lo veo completamente absurdo. Porque mira que, si quieres adaptar, tienes donde adaptar… Anda que no hay novelas y obras de teatro y cuentos buenos. He terminado de leer La carretera, de McCarthy, y me asusta lo que puedan estar haciendo con ella. Una versión a lo Hollywood se cargaría la esencia del libro. Bresson la hubiera hecho estupendamente. Pero estoy divagando. Si. De acuerdo en todo.


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