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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

En defensa de Rob Reiner

En su segunda acepción, dice el Diccionario de la Academia Española que Artesano es una persona que ejercita un arte u oficio meramente mecánico. En cine, el término artesano se usa casi siempre en un tono tal vez no completamente despectivo pero sí decididamente condescendiente. Cuando a un director se le califica de “artesano” suele ser como oposición al director “autor”, es decir, es un realizador que cumple su cometido sin aspavientos, termina encargos con una factura digna, filma, en fin, de forma decente, sin más.

Normalmente los directores-artesanos se dedican a hacer películas de género: westerns, como Budd Boetticher; John G. Avildsen se especializó en filmes sobre grandes héroes personales, como Rocky (1976), Karate Kid (1984) o El poder de uno (1992); Fernando Colomo es el auténtico artesano de la comedia española por antonomasia; hasta el pobre Michael Curtiz fue considerado un artesano de las películas de aventuras, aunque tuviese su Oscar por dirigir Casablanca (1942).

Pero los “artesanos” más valorados por la industria son los que lo mismo valen para un roto que para un descosido. Los todoterrenos que son capaces de filmar cualquier cosa. La persona a la que llamas cuando fallan todas las primeras opciones en cualquier película. En esa categoría entra Rob Reiner.

Entre 1986 y 1992, este neoyorkino gordo y barbudo de sonrisa perenne y mofletes muy rojos filmó cinco películas de cinco géneros diferentes que dignificaron el maltrecho bagaje cinematográfico de los años ochenta, revitalizaron algunas temáticas abandonadas y construyeron el mejor homenaje al cine de entretenimiento en estado puro. Cinco películas que década y media después no han envejecido, no han pasado de moda y, desgraciadamente, no han servido para reconocer el trabajo fundamental de su director al frente de las mismas.

Cuenta conmigo ( Stand by me, 1986 ) es una de la mejores películas de adolescentes (¿será eso un género?) de la historia. Tomando como punto de partida un relato de Stephen King, Reiner filma con precisión el viaje iniciático hacia la madurez de cuatro jóvenes a finales de los años cincuenta. La aventura de buscar un muchacho desaparecido se convierte en un retrato de la amistad sin contestación, pétrea, que sólo se vive en la niñez; una amistad que sirve de arma única contra la violencia exterior y el temor a lo desconocido. Como si de un mago se tratase, Reiner consigue que el proceso de identificación del espectador maduro con los cuatro protagonistas roce lo inquietante.

La princesa prometida ( The princess bride, 1987) es probablemente el mejor cuento de hadas que se haya hecho nunca para la gran pantalla. Tomándose al pie de la letra las reglas del juego de los relatos fantásticos, Reiner y el guionista William Goldman construyen un discurso icónico que hace del estereotipo su mayor virtud, a cara descubierta y gozando con el redescubrimiento de arquetipos clásicos: el héroe, los ayudantes, el villano, su secuaz, la princesa, presentación, nudo, desenlace. Reescribir lo conocido por todos de forma maestra. Y chapeau.

Duelos a espada. Diversión. Luchas. Venganza. Persecuciones. Huidas. Gigantes. Monstruos. Milagros. Amor verdadero.

Es además mi película favorita. Dentro de una de las listas de películas favoritas. De las muchas que hay. Pero ese es otro tema.

Uno de los subgéneros más agotados y enquistados en sus propuestas desde hace casi sesenta años es la comédia romática, cuyos postulados son repetidos siempre en el mismo orden, con la escasa variación de los actores participantes: Clark Gable y Claudette Colbert, Rock Hudson y Doris Day, Julia Roberts y alguien, Meg Ryan y alguien, Marisa Tomei y alguien, Sandra Bullock y alguien…

Ante ese panorama lo único que queda es coger lo que sabemos todos y escribir unos diálogos brillantes con ello. ¿Qué sale? Sale Cuando Harry encontró a Sally ( When Harry met Sally 1989 ), una revisión magnífica, dinámica y extremadamente divertida de la fórmula “chico y chica antagonistas se enamoran aunque parecía imposible”. La receta funciona de puro obvio: dos actores en estado de gracia ( Meg Ryan y Billy Crystal ), un guión chispeante y ágil de Nora Ephron, música de Harry Connick Jr. elegida con mimo, dos secundarios enormes en su apoyo a los protagonistas ( Carrie Fisher y el llorado Bruno Kirby ) y unas cuantas escenas memorables:

Apenas un año después de filmar esta secuencia, Rob postraba en una cama a James Caan y lo ponía al cuidado de Kathy Bates. Han pasado dieciocho años y simplemente recordar el rostro de aquella mujer empuñando un martillo para terminar de inmovilizar al escritor Paul Sheldon me sigue poniendo la carne de gallina.

Con Misery ( Misery, 1990 ), Reiner vuelve a coger un texto de Stephen King para abandonar la tendencia sangrienta del cine de terror de los años ochenta y centrarse en los aspectos más psicológicos y sádicos del miedo. Con sólo dos personajes la mayor parte del tiempo en pantalla, el director busca reducir al mínimo los elementos aterradores, trabajando sobre el silencio y la soledad, dejando a la mente del protagonista (y a la nuestra junto a él) toda la responsabilidad de su propio temor, dándole una vuelta de tuerca al horror explícito que gobernaba las pantallas.

Discutía hace un par de años con un buen amigo, cinéfilo anti cine de Hollywood de forma furibunda, sobre la validez del cine más comercial en su función de espectáculo global, con el entretenimiento como objetivo final. Como ejemplo le ponía Algunos hombres buenos ( A few good men, 1992 ), protagonizada por estrellas tan mediáticas como Jack Nicholson, Tom Cruise o Demi Moore. Un drama judicial sobre el homicidio involuntario de un débil marine norteamericano en la base militar de Guantánamo. Casi nada. Por supuesto mi amigo negó la mayor, pero puedo jurar que se quedó clavado ante este final de película:

Y no tengo nada más que añadir al respecto.

Cine de aventuras, fantasía, comedia romántica, terror y drama judicial. En apenas seis años Rob Reiner dio su particular visión de cinco géneros (o sub géneros) estereotipados, reconocibles, agotados, maltratados, ignorados o ninguneados. Cinco géneros que dan pie a cinco películas con las que me iría a una isla desierta, para empezar con la primera una vez que termine la última.

En este caso me quedo con otra definición de “uso” que da la RAE a la palabra “artesano”: modernamente para referirse a quien hace por su cuenta objetos de uso doméstico imprimiéndoles un sello personal.

Alberto Haj-Saleh | 12 de marzo de 2008

Comentarios

  1. gatavagabunda
    2008-03-13 00:28

    Marisa Tomei y alguien… Es verdad, ¿quién diablos era su contrapunto en aquella horrenda comedia romántica?

    Pues me sumo a la defensa de Rob Reiner, un señor con un puñado de películas que admiro y quiero. De niña agoté la pobre cinta de VHS de “La princesa prometida”.

    Y ya puestos, vayan por delante cinco películas de “artesanos” que me encantan, a bote pronto: “Robin de los bosques” (M. Curtiz), “Tierra de audaces” (H. King), “Mi vida es mi vida” (B. Rafelson), “Al caer el sol” (R. Benton), “El tren de las tres y diez” (D. Daves). Artesanadas así quiero yo más en las pantallas cada semana…

  2. J. Addams
    2008-03-13 00:52

    Si John Ford se presentaba diciendo “me llamo Johns Ford y dirijo westerns”, y éso es ser un artesano, me gustaría que abundasen!
    No entiendo que se pueda depreciar el valor del trabajo correcto, bien hecho, en favor de cualquier película con pretensiones irregular o incluso mala.
    Y la Princesa Prometida es un referente sentimental, además de una película de aventuras Grande entre las Grandes.
    saludos

  3. Marcos
    2008-03-13 22:39

    La princesa prometida es una película sobrevalorada. No digo que sea mala, digo que está sobrevalorada.

    Saludos

  4. Alberto
    2008-03-13 22:42

    Madre mía, que seas mi jefe…

    Deberías auto-despedirte…

  5. Otis B. Driftwood
    2008-03-13 23:10

    Deja, ya le despido yo.

  6. Marcos
    2008-03-14 11:52

    Pero qué triste, Alberto, tiene que venir el hermanito mayor a defenderte… y después cuando nos vemos tengo que rogarte que no te pongas de rodillas ni me beses los pies.

  7. purranki
    2008-03-15 01:10

    El motivo por el que la Princesa Prometida, la PP de aquí en adelante, quede como sobrevalorada es que es muchísimo más útil que buena.

    No estoy diciendo que no sea buena, sino que uno no se plantea si una llave de cruz es un objeto bello o no lo es bello. Seguramente lo sea (bello), y muchísimo.

    La PP es útil en el sentido ese de que si una chica que te gusta dice “me gusta X” pues dices “a mí también” y si dice “no me gusta Y” pues dices “a mí tampoco”. Es ese un sentido importantísimo, pero ortogonal a que X, Y o la peli sean cosas bueníficas o pestiñiles.

    Si te preguntan cuál es tu peli favorita es fácil. Sin saber nada de la chica la respuesta correcta que maximiza probabilidades es “la PP”. Incluso aunque lo sea. Es recomendable haberla visto o bien haber memorizado cuatro frases chorras de alguno de los gajs de la peli.

    Que conste que a mí me gusta muchísimo la PP, pero que conste que soy uberchorra como persona y que yo la aprecie no hace más que desprestigiarla, porque por ejemplo mi peli favorita de todas las eras geológicas por encima de la PP es “los nazis del surf deben morir”.

    Pero con eso se liga cero, lo digo desde ya.

  8. Ana Lorenzo
    2008-03-20 16:47

    Sobrevalorada y todo, en El teatro abandonado se recrea un poco La princesa prometida... y sale Marcos, ja.


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