1. Primero leí Adolf (1985), 1200 páginas, en dos volúmenes, que cogí casi a desgana en la biblioteca de mi instituto. Un par de semanas después de acabarlo devoré en pocos días Fénix (publicada entre 1956 y 1989) y Buda (1972-1983), más 3000 páginas entre ambos.

2. El volúmen, cerca de 5000 páginas no es un mero dato: da una idea de la profundidad de las obras, de su ambición, del inmenso trabajo que supusieron y de la capacidad de Osamu Tezuka para mantener la estructura en trabajos por entregas que se extendieron hasta treinta años en el tiempo.

3. Fénix y Buda son epopeyas, en su sentido de narraciones extensas que cuentan leyendas que conforman la idiosincrasia de un pueblo, y aunque por un lado profundamente localistas, por otro nada hay en ellas que impida la identificación con sus personajes e historias por parte de cualquier humano, por lejos que esté de la cultura oriental. Adolf, sin dejar de ser épica contemporánea, se apoya más en la forma y el fondo de una novela-río, con estructura que recurre a técnicas folletinescas, sobre todo en la primera parte, y menos compleja quizás y más lineal que las otras.

4. La cantidad de recursos técnicos que despliega Tezuka en sus viñetas es ingente, y difícil apreciar sus innovaciones, incorporadas como están hace décadas al mundo del cómic.

5. Uno de los recursos, muy sorprendente al principio, y más presente en las dos primeras historias que en Adolf, es el modo en que Tezuka rompe cadencialmente el dramatismo de la historia con chistes basados en la anacronía o los comentarios metanarrativos, por ejemplo haciendo aparecer varias veces como personaje fugaz al Tezuka autor del cómic (Alusión a Kurosawa en la primera imagen, aparición de Tezuka en la segunda).

6. Como dije, leí primero Adolf, y me costó mucho acostumbrarme a lo que luego supe es un salto cultural, entre el cómic occidental y el manga: la mostración de los sentimientos extremados a través de caricaturas exageradas. No entendía cómo en una historia tan trágica y de componentes tan intensos (e históricos) se rompía (se rompía para mí, claro) con viñetas de una hiperbolización que me recordaba a los dibujos animados al estilo Doraemon (Tercera imagen).

6. Creo notar una tendencia a la viñeta vertical en Fénix, y a la horizontal y paisajística en Buda (Primera y segunda imagenes). Quizás sea un modo de afianzar corrientes internas y formales: la verticalidad es propia de Fénix, por el juego tierra-aire (hombre-pájaro) y el salto metafórico pasado-futuro, arriba, abajo. Y la horizontalidad es más propia de la historia sincrónica de Siddharta, su tempo mucho más pausado y la importancia que la naturaleza y el entorno cobran en la historia.

7. Fenix es una macrohistoria hecha de microhistorias que saltan en el tiempo desde un pasado remoto hasta un futuro lejanísimo, unidas por la presencia constante del ave cuya sangre concede la inmortalidad. Y ese constante renacer, rehacerse, está presente en las tres obras y es característica común a los personajes principales, que una y otra vez se regeneran y se levantan tras tocar el fondo moral y físico.

8. Y son los personajes lo que hace más grandioso a Tezuka, complejos casi todos, llenos de matices, alejados del maniqueísmo, vistos siempre desde varios ángulos, buscando siempre explicar el por qué de sus maldades, decaimientos o bajezas, fuertes y enamorados del mundo.

9. Porque eso es lo que muestra Tezuka en las tres obras: un enamoramiento del mundo, del hombre, una prevalencia de la belleza por encima de los múltiples horrores que generamos los hombres (dos últimas viñetas de la galería superior, de Fenix y Buda respectivamente).