TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
No voy a disculparme más que con esta paráfrasis manida: Borgeano soy y a Borges adoro, y en Borges creo y a Borges amo. Y ahora añado: a Borges le sobra verborrea, lo enturbia la erudicción y la prolijidad; sí, lo digo del maestro del cuento breve, que, sin embargo, debería serlo, en muchos casos, más. Algo más. Un poquito más. En ocasiones su saber enciclopédico se convierte en uno de sus laberintos; y en ocasiones su narrador, tan Borges siempre, se empeña echar paladas de tierra a las elipsis que tan magistralmente suele manejar. Veamos un ejemplo: “La espera”, del libro El Aleph (entero aquí ). Todo el relato, el tempo, los silencios, la lenta pero segura maraña que crea el ambiente de sorda angustia que vive el personaje en su espera es perfecto y nos deja en el desenlace como posa un buitre sus garras acolchadas sobre el suelo. Y termina:
«Una turbia mañana del mes de julio, la presencia de gente desconocida (no el ruido de la puerta cuando la abrieron) lo despertó. Altos en la penumbra del cuarto, curiosamente simplificados por la penumbra (siempre en los sueños del temor habían sido más claros), vigilantes, inmóviles y pacientes, bajos los ojos como si el peso de las armas los encorvara, Alejandro Villari y un desconocido lo habían alcanzado, por fin. Con una seña les pidió que esperaran y se dio vuelta contra la pared, como si retomara el sueño. ¿Lo hizo para despertar la misericordia de quienes lo mataron, o porque es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo y aguardarlo sin fin, o –y esto es quizá lo más verosímil– para que los asesinos fueran un sueño, como ya lo habían sido tantas veces, en el mismo lugar, a la misma hora?
En esa magia estaba cuando lo borró la descarga»
La cursiva es mía. Ese gesto del que se sabe muerto, girarse en la cama como retomando el sueño, es prodigioso, por la belleza moral del corajudo, por la estética del que acepta su destino sin lucha, y porque culmina toda la prosa anterior al reconocer el lector en ese gesto su recurrencia en el sueño que tan presente está durante su espera. Y entonces la última frase, una catedral gótica que se derrumba ante nosotros, esa hermosura que provoca la destrucción y la eufonía; y ese borró que completa la impresión del sueño, como si pasase la mano por la frente para despejar un pensamiento opaco. Si me han seguido entenderán que lo cursivo sobre, una torpeza que contenta al Borges obsesionado con multiplicar las interpretaciones e inquirir, pero que en este caso resta y rompe el climax y no aporta nada pues ya todo estaba en lo escrito.
2012-03-16 19:29
Buenísimo, va link en mi próximo Lo mejor de la quincena. Saludos!