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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

La banalidad: apoteósis o desnudez de La red social

Cuando me senté a ver La red social (David Fincher, 2010) llevaba conmigo poco bagaje crítico detrás, más un rumor constante y profuso que análisis serios u opiniones fundadas. No me gusta Facebook, y desde el principio tuve la sensación de hype, y todo el revuelo en torno a la película sólo consiguió alejarme más de ella. Después, la enfermedad me dio algo de tiempo libre, y algunas voces cercanas me convencieron de que al menos merecía ser vista, y me senté.

Los primeros minutos me dejaron frío más allá del entretenimiento. Esperé, pero a medida que avanzaba el metraje crecía más la sensación de estar asistiendo a una especie de apoteósis de la banalidad, a las peripecias insulsas de adolescentes sin el más mínimo poso de interés más allá de sus habilidades para los negocios o el código, casi un remake trascendente de American Pie. Y terminó, y apenas cambió nada, un malestar duradero por esos personajes insignificantes elevados a la categoría de héroes biografiables.

Sin embargo, tras verla, fueron pasando las horas y no me desprendía de la película. Primero pensé que me hubiese interesado mucho más una historia sobre los usuarios de Facebook, sobre por qué lo convirtieron en un éxito sin precedentes. Después desvarié sobre la posibilidad de que Fincher y los productores se hubiesen fijado en Jimmy Wales o en Michael Hart. Y entonces reparé en quién era su director; recordé sus películas, y empecé a darme cuenta de que quizás Fincher hizo aquí lo que en Zodiac: reconstruir asépticamente una historia, mostrárnosla, dar libertad a los personajes para que se enseñen a sí mismos, dejar que toda esa banalidad se pavonee delante de nosotros y casi nos infecte: ese es el mundo del que participamos, así son los triunfadores que copan las portadas de las más prestigiosas revistas. David Fincher es quizás el director contemporáneo que más respeta a sus personajes, y renuncia a la parodia o el maniqueísmo, lejos de ladear la cámara hacia el lado de la crítica abierta la posa delante de la escena para que esta crezca sola y muestre la desnudez de los reyes. Algo muy parecido a lo que hizo en El club de la lucha, basada en la novela de Palaniuk, otro maestro en esa forma de cinismo que consiste en acompañar al psicópata en sus asesinatos para que todos veamos cómo es.

Marcos Taracido | 03 de marzo de 2011

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