Lo difícil, hoy, es encontrar una obra de ficción cuyo destinatario ideal sea un adulto, entendiendo por tal no la superación de una barrera temporal, sino la maduración cerebral y la experiencia de vida suficiente para tener una estructura mental asentada y entrenada en la prospección y el análisis, y que, sin dejar de respetar profundamente otros niveles de cuajo de la materia gris, no quiere ser tratado como un imberbe intelectual —sin que esto tenga nada que ver con el nivel académico o la exquisitez cultural.

Y no se trata de la necesidad de recibir tramas intrincadas, enigmas de densidad cercana al hielo o diálogos y propuestas filosóficas de ambición teleológica. Se trata de respeto, respeto en el lenguaje y respeto en el contenido. Pondré un par de ejemplos de series que se han sumado recientemente al fenómeno zombi.

The Walking Dead, serie de Frank Darabont y basada en el cómic de Robert Kirkman. El hecho de que sea una serie para adultos no está en la violencia explícita, mucha y muy dura, sino en la trama, el tempo narrativo y la capacidad para renovar un género que parecía destinado a emular la muerte en vida de sus protagonistas. Una muestra que no desvelará nada importante y que es muy significativa de lo que quiero reflejar: en uno de los capítulos el policía Rick Grimes se cruza en su trayecto con un zombi demediado que se arrastra por el campo intentando morder, infructuosamente, a todo el que se le acerca; bastante después en el metraje, Grimes se desvía de su camino inexplicablemente para el espectador, hasta que descubrimos que su objetivo es liberar al zombi de su agonía descerrajándole un tiro en la cabeza; aquí la explícita visión del cuerpo destrozado es mucho menos dura que su condición de muerto eterno, y que el acto de liberación de algo que ya no es un ser humano. Los tres primeros episodios se han ganado el derecho a que se espere con ansia los siguientes.

Dead Set, serie inglesa de seis capítulos que gira en torno a la casa del Big Brother en la que sobreviven sus habitantes a una Inglaterra dominada repentinamente por los zombis. Lo que parece un planteamiento descabellado logra, sin embargo, sostenerse gracias a un tratamiento arriesgadísimo que navega por lo alto de una cascada sin llegar a despeñarse, entre la burla abierta y la parodia, el terror, el cine gore y la parábola moral en torno a los realities. Superando, además, un muy bajo presupuesto.

No se trata, pues, de la necesidad de una adaptación televisiva de la obra kantiana, sino de que el autor mire a los ojos a su destinatario y le crea digno de un reto.