Abres el libro y notas una perturbación extraña, una doblez en la luz, como si un terremoto microscópico temblase ligeramente todo cuanto te rodea y a ti mismo. El volumen en las manos te pesa más de lo que esperaba tu recuerdo, y una línea roja sostiene el espacio en blanco que dejó la frase que habías subrayado. Entonces las letras vibran lentamente y se desprenden del papel, y suben, y se esparcen y adhieren a algunos transeúntes, y queda en blanco el libro.

Parece que el libro viaja por un túnel que es de tiempo, y aparece en la edad en que la oralidad era el cauce principal de la ficción. Una edad en que la autoría se diluía en tantas voces ecos del primer eco que generó esa historia; cuando la autoridad del texto se perdía entre las modificaciones y variantes que cada usuario iba introduciendo en el verso; edad en que la recepción era múltiple y común, en que la inmediatez y la presencia permitían la interacción entre los participantes, en que las palabras no se constreñían y fijaban en un volumen cerrado, baúl del que sólo el avaro guardaba la llave, sino que se acomodaban en la memoria de miles y viajaban por estirpes siglo a siglo, como el gen de la bondad o el miedo.

El amor al volumen, la relación íntima entre el lector y el libro, es pasión moderna ^*, inicialmente ligada al lujo y extendida con la extensión de este en forma de alta burguesía. Internet ha cambiado nuestro modo de acercarnos a la producción y recepción, la transmisión de la cultura, y su estructura y modos nos acercan a aquellos tiempos anteriores a la modernidad. Twitter es el ejemplo perfecto de nuestra renuncia asumida e inconsciente a la autoría o la permanencia, la asunción de la inmediatez y lo efímero, de la interacción, la variabilidad… de que nuestras palabras pierden todos sus límites en el momento en que cruzan la interfaz visible en la pantalla para caer en la red. No encuentro motivos para pensar que el libro vaya a ser distinto.

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*Se excluye la literatura científica y didáctica en general, pues siempre se sintió la necesidad de fijarla por motivos obvios.

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Este texto trata de responder al comentario de Miguel A. Román a mi artículo “Nuevas formas para los nuevos libros”, en el que expresaba sus dudas sobre la disolución del volumen y la inasibilidad del libro electrónico.