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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

La niñez y la ficción

De niño yo vivía en la ficción. Formaba una madera hasta convertirla en una espada o en un rifle y mis disparos o mandobles traspasaban a entidades carentes de carne pero vivas en el juego; hablaba con los otros, que aunque no veía con los ojos sí perfilaba con el pensamiento. Cuando no jugaba físicamente, entonces ideaba futuros túneles que recorrería los terrenos colindantes para ocultarme del mundo, o emprendía aventuras inacabables en las que era el héroe o su destino, dependiendo supongo del humor o los ánimos. Creo que no necesitaba grandes estímulos, pero aún así también recibía ficciones ajenas: la película de los sábados por la tarde, y dos o tres series de dibujos animados que algunas tardes podía ver. Los primeros libros los recuerdo ya en la pubertad, y hoy se considerarían clásicos juveniles.

Quiero decir que la ficción cultural de mi infancia era escasa y casi toda no especialmente dirigida a un niño. Si escuchamos los relatos que nuestros padres y nuestros abuelos cuentan de su niñez, la ausencia de la emisión externa de ficción es casi total, si exceptuamos las narraciones orales (y la lectura en las clases altas).

Hoy un niño es masivamente bombardeado por la ficción: la industria editorial produce miles de títulos dedicados exclusivamente a ellos, y ya no como categoría general, sino distinguiendo por tramos de edades exhaustivos; consumen diariamente horas de televisión con dibujos y series infantiles y de géneros y estilos variados; y el videojuego lleva un par de décadas cubriendo buena parte de la vida lúdica de los niños.

Entonces, ¿qué papel juega la ficción en la construcción de un niño? Si de pequeños todos fabulamos constantemente, parece obvio que la diferencia entre la generación actual y la de hace setenta años es abismal en cuanto a la cantidad de ficción recibida… ¿cómo afecta esto al crecimiento intelectual de las personas? ¿Afecta? ¿Somos esencialmente distintos de nuestros abuelos en nuestro modo de entender el mundo? ¿Y en la manera de fabular? Y si es así, ¿tiene algo que ver en esa diferencia la manera en que se ficciona en nuestra infancia? Yo no lo sé, me cuesta creer que no sólo la cantidad sino también la forma (lentitud-rapidez, pasividad-actividad, por ejemplo) tan aparentemente distintas no suponen algún tipo de cambio en las estructuras cerebrales en crecimiento, aunque tiendo a pensar que la ficción está tan arraigada en nuestros armazones vitales que permanece fundamentalmente inalterable a los influjos externos, como la maldad o el amor, semper eadem.

Marcos Taracido | 05 de agosto de 2010

Comentarios

  1. Cristina
    2010-08-05 15:34

    Bonito artículo! La verdad es que no creo que sea muy distinto el mundo del niño ahora que antes. La ficción es necesaria para el crecimiento del sí mismo en el niño, para entender el mundo, a él. De todas maneras, no estoy muy segura de que la maldad o el amor, permanezcan “fundamentalmente inalterables a los influjos externos”. No hay casi nada en el ser humano que no esté influido por lo externo, sobre todo por nuestra relación con los otros.

  2. Marcos
    2010-08-06 00:06

    Gracias Cristina. Cuando me refiero a la maldad o el amor lo hago como constantes presentes a lo largo de la historia, y, creo yo, sin grandes variaciones, pues tanto en sociedades supuestamente muy avanzadas como en otras más primitivas la maldad y el amor han estado presentes.

    Saludos

  3. Ana Lorenzo
    2010-08-08 14:14

    El artículo es precioso, Marcos.
    Es curioso que ahora que los chicos reciben ficción por todas partes pasan antes al mundo real (al menos los que conozco: no quieren crecer como mi generación porque saben que conlleva responsabilidades; tienen cierta inmadurez a los 11 y siguientes años, pero a la vez dominan hechos que ignorábamos… ya, sé que es una generalización, puede que simplista). Y en cuanto a nuestros abuelos y padres, claro, allá sabrá cada cual, pero creo que compartieron el no tener una etapa infantil en que el niño / el chico se considerase una entidad que cuidar y a la que tratar de un modo diferente al adulto; simplemente se esperaba que creciera y fuera un adulto más; que pasase esa etapa como un mal sarampión.
    Mi generación (y anteriores y posteriores) sí tuvo una atención especial a la etapa infantil y a la adolescente. Pero creo que son las de nuestros hijos las que han hecho que el mercado se vuelque en los niños con producciones específicas para ellos (desde las mecedoras que se mecen solas y cantan nanas, o el chupete para tomar la medicina, hasta los videojuegos o los e-books para niños, las redes sociales infantiles y para adolescentes, etcétera). Mientras nosotros crecimos con solo una hora o dos de tele a la semana, con mucho tiempo libre y muchos libros (yo sí leí en mi infancia ficción, si se pueden considerar como tales a Gloria Fuertes o a Salgari; con lo que llegué a la adolescencia con muchas ganas de realismo, creo), ellos han crecido, al menos mis hijas y sobrinos y algunos ex alumnos míos, con ficción audiovisual y libros de ficción más universales: para mí, siguen, cómo no, teniendo una imaginación tremenda, pero más «igualada», «más uniformada»; a ver si me explico; si un niño imagina hoy en día algo, es más probable que se acerque a lo que imagina otro niño de otra zona que antes.
    Bueno, espero haberme explicado aunque sea un poco, porque el tema da para mucho :-)
    Un beso.


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