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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

Sobre las emociones irracionales o a mí me gusta el fútbol

No hablo de la afición a un deporte, de disfrutar viendo cómo es desarrollado por otros, apreciar sus muchas veces evidentes virtudes estéticas, pases, giros o movimientos técnicos que pueden resultar tan bellos como una hermosa metáfora. Hablo de forofismo, de ese sentimiento de apoyo incondicional a un equipo, del querer su victoria por encima de todo, de declarar, tras un partido, que fue el día más feliz de tu vida, o de llorar desolado y abatido por una derrota: no lo entiendo; matizo: no se explica, es absolutamente irracional, no hay nada —yo no conozco nada— que pueda darle sentido. Más todavía si tenemos en cuenta que el fútbol profesional, que es del que estamos hablando, hace mucho tiempo que perdió todo su sentido tribal: la cercanía, el sentimiento de representación por proximidad, por amistad, por familiaridad, el estilo definido por el contexto en que el equipo crecía… Nada de eso queda ya: los jugadores cambian de equipo por dinero y son infieles a su hinchada en cuanto se les presenta la oportunidad de ser venerados por otra, los equipos rara vez tienen en sus filas a algún jugador local, los intereses empresariales mueven a sus directivas y, quizás lo más grave, el espectáculo —periodístico, televisivo, político— que se genera a su alrededor, de una manipulación algunas veces sofisticada, convierte el fútbol en un gran teatro de marionetas en el que los espectadores tienen casi todos los hilos.

Yo, y voy a hablarles de mí porque es a quién tengo más a mano, no soy ningún hooligan; siempre he sabido distinguir la importancia de un partido y saber que el interés empezaba en el minuto uno y acababa con el pitido del árbitro; los cabreos y euforias me duran apenas lo que tarda en hundirse la estela de la ola en una orilla. Sé, cuando veo a los jugadores de mi equipo favorito, que es el capital el que los encumbra y exagera su aura hasta extremos inconcebibles, y que cuando representan a su país no dudan en exigir compensaciones económicas millonarias por hacer lo que debiera, se supone, pagar el orgullo o la ilusión. En el caso del equipo de la liga, no tengo idea de por qué empezó a gustarme, no hay afinidad geográfica ni ninguna otra reconocible; con la selección nacional, nunca he sido un patriota ni me ha gustado ensalzar los sentimientos nacionales de ningún tipo, ni me siento español ni me identifico con la bandera o el himno. Y sin embargo, mientras dura el partido, mientras están jugando, deseo su victoria por encima de todo; no necesito buen juego, ni justicia, ni muestras de humildad de estos semidioses, me basta con un penalty inexistente, con un gol en fuera de juego o de rebote, y entonces salto, grito, me abrazo a quien tenga más cerca, me emociono. No me pasa con ninguna otra cosa: no soy incondicional con ningún escritor, ni estilo, ni músico. Lo he pensado mucho y no logro entenderlo; quizás sea un mecanismo social que se nos despierte a muchos, un modo de sentirnos parte de algo que, en otros ámbitos percibimos ajeno. O quizás sea puro hedonismo, como el mecanismo de la masturbación, un calco del placer que podemos sentir con la cultura, la lectura, la música, la escritura… pero más sencillo, instantáneo, intenso, integrador. El caso es que me sucede, y aunque soy consciente de lo mucho que hay de burbuja, de los intereses poco o nada deportivos que mueven a organismos como la FIFA, de la retórica estúpida y zafia que rodea al evento, del arribismo de los medios, del pan et circenses… estaré el próximo domingo sentado delante de la tele y me emocionaré con el partido, sabiendo que la decepción o la euforia serán un eco breve del pitido final, por suerte.

Marcos Taracido | 08 de julio de 2010

Comentarios

  1. Cayetano
    2010-07-08 13:42

    No voy a escarbar en las heridas, no soy un gusano. Las emociones poco o nada tienen que ver con la razón y la lógica de los números. Solo una pregunta: ¿Es posible educar las emociones?. Yo creo que si, no me averguenzo de sentirme cercano al género humano cuando veo, oigo o toco otras manufacturas que los denominados héroes de la cultura nos ofrecen en ámbitos minoritarios.

    Ni siquiera me siento aplastado por las emociones mayoritarias que suscitan los atletas. solo que mientras Adolf Dassler funda Adidas los atenienses, suponemos que por encargo de Pericles, financiaban a Fidias para “decorar” la Acrópolis de Atenas.

    Los resultados de ese culto al héroe, son diferentes. La gloria del héroe y las emociones que suscitan hoy están al servicio del neuromarketing. Ja … El Triunfo de la Mediocridad, o si se prefiere: de la Democracia.

    Un saludo

  2. aluk
    2010-07-09 03:43

    Es una histeria colectiva, un fenómeno de resonancia. Las reacciones exageradas de otros forofos confirman a los más moderados que está justificada ese comportamiento, que es integrador, y lo asimilan. Y los medios de comunicación, diciendo que ésto es lo único que ha ocurrido últimamente, alimentan esta fantasía.

    Supongo que tiene que tener algo de bueno sentir con tanta intensidad esos momentos, el gregarismo, pero desde fuera no deja de resultar bastante patético.

  3. Marcos
    2010-07-09 18:58

    Sí, yo también me siento ridículo cuando me veo reaccionar así, pero supongo que es algo parecido a un enamoramiento: uno puede llegar a ver que el que tiene delante es un ser malo y dañino, pero no hay remedio.

    Saludos

  4. daniel
    2010-07-15 01:33

    Bueno, así han sido siempre “las alegrías del pobre”: efímeras y un poco tontas… No pasa nada por dejarse ir un ratillo y, si se puede, gritar GOOOOL como una especie de poseso. Se hace, se relaja uno pizco, y a otra cosa. Tratar de “ser coherente” todo el tiempo genera enfermedades múltiples. ;-) A mi me gusta el ciclismo, y ya se sabe lo que hay…


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