TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
El primer libro que leí en el que la segunda persona del verbo regía la historia fue La lluvia amarilla (Julio Llamazares, 1988). Entonces era un adolescente, y nunca volví a tener el libro entre mis manos, pero recuerdo que el impacto fue intenso; aquella narración tan sensible de un anciano en un pueblo fantasmal y deshabitado, con la nieve adherida a cada página me cautivó desde el inicio, cuando noté que el narrador se dirigía a un tú que me convertía en el espectador de una conversación íntima, aunque de una sola trayectoria.
Algunos años después topé con La muerte de Artemio Cruz (Carlos Fuentes, 1962), donde el autor alternaba las tres personas del verbo para variar la perspectiva del magnate agonizante sobre el que gira la historia. Y allí, sin duda, la mayor intensidad de la historia, el mayor lirismo, se alcanzaba en las partes en que el narrador le hablaba al moribundo, un susurro terrible que era difícil despegarse de uno mismo, «tú sobrevivirás: volverás a rozar las sábanas y sabrás que has sobrevivido, a pesar del tiempo y el movimiento que a cada instante acortan tu fortuna, entre la parálisis y el desenfreno está la línea de la vida».
Con Sete palabras (Suso de Toro, 2009; versión en castellano: Siete palabras, 2010), sin embargo, tardé en entrar, no acababa de comprender a ese narrador que tuteaba a su personaje. Creo que la dificultad principal venía del juego que se establece entre autor, narrador y personaje: el autor, Suso de Toro, escribe una novela en la que un narrador en segunda persona cuenta la historia de la búsqueda que el personaje Suso de Toro realiza en torno a sus ancestros. Y el personaje, así como la trama son absolutamente verosímiles, de modo que la segunda persona aquí parecía funcionar como un avatar, una máscara para alejarse del personaje y hacer más soportable la intensidad de la exposición de la intimidad del personaje Suso de Toro, imposible de no identificar con el autor Suso de Toro, y ya saben que los cadáveres de los conocidos duelen mucho más que los ajenos. Y no terminaba de funcionar, pues debajo del cartón se veía la nariz y los ojos del autor. El final de la novela desmiente esta impresión, o al menos le da otro sentido completamente distinto a esta elección de la segunda persona, cerrando la historia, una historia de autoconocimiento que es a la vez una novela de intriga y una de amor, y una historia de la historia de las raíces, y ninguna de esas a un tiempo.
En cualquiera de los casos, el narrador en segunda persona conlleva un misterio extraño que no somos capaces de encajar del todo; esa voz es inubicable y perturbadora, pues establece un diálogo sordo, como una imposición que el personaje no puede rechazar, y con un poder demiúrgico, una conciencia que nunca terminas de saber si es la del personaje o si tú eres el tú.
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Entrevisto a Suso de Toro, empecé haciéndole un par de preguntas por curiosidad personal y fue derivando en un diálogo más o menos extenso.
2010-04-29 23:42
Al leer esto me he acordado del siempre genial Cortázar y su relato “usted se tendió a tu lado”. Sin ser de lo mejor del autor, es de una originalidad absoluta: uno de los personajes es tú y otro usted. El sujeto se distingue exclusivamente por la persona utilizada en el verbo, ya que por lo que recuerdo no utiliza ningún nombre propio en el relato.