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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

Pornografía y violencia del censor

Tomemos como ejemplo la poesía erótico-pornográfica de los siglos XVI y XVII. Obviamente estaba prohibida por la censura de la época, eclesiástica o real, habitualmente la misma y única cosa. Sin embargo, el corpus de este tipo de poemas es inmenso, y eso a pesar de que la filología lo ha tenido tradicionalmente como una curiosidad escasamente digna de estudio y recopilación, y sólo unos pocos le prestaron su atención. Incluso si la escatología pornográfica salía de la pluma de uno de los grandes (icónicamente, Quevedo), su estudio se arrincona como dejamos un jarrón feo tras la puerta de la casa. Pero ocultarlo no significa que no exista, y las letrillas, villancicos, coplas y sonetos que cantaban a Venus, las vergas y los coños inundaban los ambientes populares y viajaban en cartas manuscritas entre poeta y poeta, aún cuando pudiera ser una broma que no saliera barata: Aretino tuvo que salir huyendo de Roma tras publicar sus Sonetos sobre los «XVI modos».

Charles Baudelaire (qué preciosa edición de los poemas prohibidos de Las flores del mal la de “Libros del zorro rojo”) escribe al lector en su epígrafe a la edición de los poemas condenados por la censura por considerarlos pornográficos: Si tu retórica no has conformado / en la escuela del taimado decano de Satán, / arrójalo: nada comprenderías / o por un histérico a mí me tomarás. Y es que el ojo del censor es una piedra deforme, una pupila pervertida que arroja una luz sucia sobre todo aquello a lo que mira. Una pupila que asume, además, que su mirada es canónica y protectora y debe extenderse a las miradas de todos.

Ya no diré nada sobre la torpeza que supone clasificar como “X” Saw 6, pues mucho se ha dicho y muy acertadamente. No he leído, sin embargo, una descalificación del propio sistema, de esa “X” que supone una diferencia radical con el resto de las clasificaciones: la “X” implica que la película debe ser exhibida en cines especializados, en la práctica en salas que se dedican exclusivamente a emitir películas pornográficas. ¿Tiene sentido hoy en día recluir en apartes, arrinconar, determinados contenidos culturales (porque obviamente es cultura, al menos en el amplio sentido en que lo es el cine o la televisión)? ¿En base a qué consideramos unos contenidos más dañinos que otros, tanto como para que su recepción requiera aceptar una especie de apartheid espectacular? Además, esa clasificación extra supone pensar que los adultos no saben cuidarse de sí mismos, de lo contrario bastaría con prohibir la entrada en las salas a menores de edad, y advertir de ello en la clasificación por edades de toda película. Pero, ¿y los libros? ¿Son todos ellos aptos para todas las edades? ¿Por qué no entonces una clasificación para ellos? Cualquier niño puede comprar y leer a Sade, pero jamás podría entrar en una sala pornográfica. Así que no se trata de violencia o de pornografía, sino de libertad de elección, de tratar a los ciudadanos como adultos capaces de decidir y elegir por sí mismos cómo quieren disfrutar y entretenerse, porque de otro modo seguirán haciéndolo, pero con el estigma de la culpa o la clandestinidad. Como en los Siglos de Oro.

Marcos Taracido | 29 de octubre de 2009

Comentarios

  1. Magda
    2009-10-31 18:04

    Buen artículo. Me quedo con las ganas de saber más acerca de la edición de los poemas prohibidos de Baudelaire!!!

  2. Merche
    2009-10-31 19:37

    Un conocido mío hizo precisamente una tesis sobre esa literatura “maldita” de Quevedo y en su departamento (en Nueva York) hubo gente muy indignada por la selección de semejante temática para una tesis doctoral…

    La censura adquiere en ocasiones formas muy sutiles.

  3. Marcos
    2009-11-01 12:15

    Contaré algo más de esa edición de Baudelaire el próximo jueves, entonces.

    Aquí te dejo, Merche, un soneto atribuido a Quevedo (son pocos los que pasan de la atribución, no solían jactarse de su autoría):

    Estaba una fregona por enero
    metida hasta los muslos en el río,
    lavando paños con tal donaire y brío
    que mil necios traía al retortero.

    Un cierto conde, alegre y placentero,
    le preguntó por gracia si hacía frío.
    Respondió la fregona: “Señor mío,
    siempre llevo conmigo yo un brasero”.

    El conde, que era astuto y supo dónde,
    le dijo, haciendo rueda como pavo,
    que le encendiese un cirio que traía.

    Y dijo entonces la fregona al conde,
    alzándose las faldas hasta el rabo: – Pues sople este tizón Vueseñoría.


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