Un día me explicaron cómo se elaboraban esos reportajes de animales que tanto me fascinaban. Me dijeron que las cazas, las persecuciones, las reyertas, eran un montaje; que las brutales peleas entre un hurón y una culebra eran provocadas, que las víctimas de las aves rapaces tenían una pata atada; que la luz captada por la cámara y la que yo percibía en la pantalla no eran la misma. Seguí viéndolos, pero ya sabiendo que la ficción se filtraba por cada fotograma.

La clave está en el punto de vista, y hasta la fecha no se ha realizado obra alguna que pudiera prescindir de esa orientación de la mirada, y con ella siempre entra en juego la ficción: no es sólo ya que esta se haga presente desde el momento en que el contenido está filtrado, bien por la posición del que elige, bien por la propia elección, sino ese mismo contenido es una transposición de la realidad, no la realidad.

Aunque hace mucho tiempo que el cómic dejó de ser (y sobre todo de estar considerado) un género infantil, sigue siendo una especie de reducto de la ficción. Sí, desde el principio fueron utilizados de un modo didáctico, como explicaciones gráficas, una herencia de los bajorrelieves medievales, pero se trataba de manuales o tutoriales carentes, en general, de intención artística alguna. Sin embargo, el género documental lleva tiempo colándose en el noveno arte, a menudo oculto bajo el membrete de novela gráfica, en realidad amalgamado con él hasta ser difícil desbridarlos. ¿Es Maus (Art Spiegelman, 1980-1991) una novela gráfica? ¿Es ficción documental? Creo que el desarrollo narrativo tiene un indudable tratamiento documental, hechos reales, punto de vista, con la descripción del proceso de entrevistas con su padre para recibir la historia desde sus recuerdos, y quizás el mayor elemento de ficción sea la animalización antropomórfica de los personajes como una gran metáfora del Holocausto. Da un paso más allá en el acercamiento al género documental Gorazde: Zona protegida (Joe Sacco, 2000), donde el autor narra su experiencia como periodista en la ciudad bosnia entre 1992 y 1995, durante la guerra de los Balcanes, teniendo como entramado del libro la reproducción de las conversaciones que mantuvo en sus estancias en el enclave sitiado por los serbios. Pero quizás La mala gente (Étienne Davodeau, 2005) sea lo más parecido a lo que tradicionalmente conocemos como un reportaje: Davodeau documenta, a través de la reconstrucción que sus padres elaboran de su pasado, la historia socio-laboral de la región francesa de Los Mauges, una región deprimida y conservadora del oeste francés que en los años cincuenta tuvo que empezar a luchar por sus derechos sociales. Se recurre, como en Maus, a contar también el proceso de elaboración, los padres ancianos rememorando el proceso y sus entrevistas con otros implicados en la historia, la labor de investigación así como reproducciones de recortes de periódicos o de octavillas de la época. Y además se hace con un pulso narrativo y una selección de eventos y sucesos que apasiona al lector y pasa por encima de localismos para contar también un poco de nuestra propia historia. Tan realidad y ficción como nuestros recuerdos.